Uno podría imaginar que un director que ha reventado varias veces la taquilla nacional tendría un despacho fastuoso en el centro de Madrid. Sin embargo, las oficinas de Bowfinger (su productora, cuyo nombre homenajea a la película de Eddie Murphy sobre un rodaje catastrófico) se parecen más a las de una modesta gestoría que a los de uno de los hombres más famosos de España. Su despacho en la calle San Bernardo, atestado de libros, DVD y muñecos articulados, más bien parece el de un funcionario de escasa categoría. "Mira, mira", dice señalando unos ositos de peluche, "estos son los únicos premios que me dan". Los ositos llevan una camiseta en la que se lee "Osito al mejor actor", distinguido galardón que le envían "todos los años" los niños de un colegio en Humanes.
De policía tonto y fascistoide a honorable padre de familia y sin dejar de arrasar por el camino. Santiago Segura (Madrid, 1965) es el "rey Midas" de la taquilla española y parece tener la llave maestra para llegar a ese gran público que nunca le abandona. Acompañado de Leo Harlem, con el que ha forjado complicidades en las dos partes de A todo tren, se va de Vacaciones de verano en una película artísticamente más ambiciosa que bebe de las mismas fuentes que él mismo cita en un momento del filme: Stanley Donen, Vicente Minelli, Billy Wilder, Ernst Lubitsch… Sin olvidar, claro, la picaresca y la herencia de Berlanga o Azcona en su cine. Él mismo no se atreve a compararse con grandes maestros; sea falsa modestia o no, lo cierto es que una vez más demuestra que domina los códigos del cine popular como nadie en este país.
En Vacaciones de verano el director se mete en la piel de Félix, un contable más bien gris que, eso sí, tiene la "familia perfecta", una mujer guapa (Patricia Conde) y una hija tan estudiosa y cariñosa (su propia hija Sirena) que casi da un poco de grima. Todo se tuerce cuando primero su pareja lo deja tirado por otro y acto seguido lo echan del trabajo. Su amigo Óscar (Leo Harlem) y él aceptan un trabajo como animadores infantiles en un hotel de lujo aunque no tengan ni idea. De extranjis, cuelan a sus propios hijos (la de Segura y los dos de Harlem) en una historia de superación y segundas oportunidades en la que también surgirá un flechazo y la posibilidad de vivir una paternidad más sincera y gratificante.
Santiago Segura es ese hombre que una vez dijo que "en el fondo la única que te quiere es tu madre" y siempre ha habido, incluso en sus películas más luminosas, un tono de melancolía e incluso de cierta tristeza. Aunque sea una película muy diferente y mucho más amable que Torrente, de nuevo vemos en Vacaciones de verano un canto a la dignidad del perdedor en un filme que toca la fibra.
Pregunta. ¿Tiene miedo de que la taquilla le dé la espalda?
Respuesta. La semana pasada hicimos un pase en un teatro con mil personas y mi sueño es que se queden hasta el final de los créditos, por eso meto escenas descartadas con esa canción de Fórmula V en una versión de Nena Daconte. Todo el mundo se quedó hasta el final y eso me hizo mucha ilusión.
P. En un momento de la película su personaje cita a Donen, Minelli o Wilder como sus directores favoritos. ¿Fueron los referentes fílmicos?
R. Yo me preguntaba cómo es posible que una chica espectacular se enamore de un friki porque yo cuando me miro en el espejo veo a un hombre poco atractivo. La respuesta fue que a lo mejor ha tenido otros hombres pero con los que no tenía nada que ver. Me parecía bonito mencionar a mis ídolos. Otro homenaje es que los protagonistas se llaman Óscar y Félix como los que interpretan Walter Matthau y Jack Lemmon en La extraña pareja (Gene Saks, 1969) y son un poco lo mismo, Félix está siempre agobiado y el otro tiene esa actitud de "no pasa nada". De puro bueno es un poco tonto, es un poco pagafantas. El personaje de Leo Harlem es muy "torrentiano". Desde luego ya me gustaría que la película rememorara a esos ídolos que siempre he tenido. Es el cine que me ha gustado siempre.
P. ¿Recupera con esta película la figura del "perdedor" que vimos en Torrente aunque sea de manera muy distinta?
R. Hay una cosa que siempre me ha gustado que es el “pez fuera del agua”. Lo gracioso de Torrente es que él realmente se siente James Bond, es un verdadero idiota, pero piensa que le está dando categoría al cuerpo de policía. En este caso Óscar y Félix aceptan el trabajo de animadores infantiles sin tener ni idea. Siempre hay algo gracioso en ver a alguien haciendo algo para lo que no está capacitado. Todos somos seres muy imperfectos, el ser humano cuando está intentando ser mejor persona, hacer las cosas bien, me da ternura porque es muy difícil. Fingimos para sobrevivir, vendemos una película que no existe. Si todos nos quitáramos las caretas seríamos más felices, pero la sociedad te quiere con careta.
P. ¿Torrente es Vox?
R. Torrente no está organizado. No votaría a Vox porque estaría buscando el carnet y lo tiene caducado. Es un tío marginal, es un paria. No tiene cultura ni poder. Es un tío desagradable y pesado, pero no es un peligro para la humanidad. Por eso se le puede tragar un poco. Yo lo hice como uno de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).
P. ¿Se consolida su pareja artística con Leo Harlem?
R. Cuando estábamos con A todo tren ya se venía forjando esa dinámica del personaje agobiado que es el mío y el del caradura. Poco a poco fue surgiendo la historia. Los imaginé que estuvieran separados o divorciados y les tocara ese mes tener a los niños. Pensé que todo eso podía dar lugar a una buena comedia. Además, el año pasado estrené en verano una película ambientada en Navidad y esta vez he pensado: "Bueno, pues haré una de verano en verano para que no os agobiéis".
P. ¿Con sus comedias familiares quiere poner en valor la paternidad?
R. Más que la importancia es el hecho de que las relaciones con tus hijos son diferentes. Para mí la amistad es importantísima en la vida, pero las relaciones entre padres e hijos me crean mucha curiosidad. Después de tener a mi primera hija le dije a mi mujer que estaba agobiado porque me preocupaba que no me cayera bien. La querría igual pero si me caía bien mejor y ella no lo entendía. Tú intentas educar a tus hijos de una manera, pero luego salen como quieren. Mis dos niñas son completamente diferentes y las hemos educado igual. El ser humano es muy curioso y la paternidad es una gran curiosidad.
P. ¿Los niños son muy cabrones?
R. Como adultos, pero ya de niños apuntamos maneras. Yo tengo la suerte de que me gustan mucho los niños. Me recuerdan a cuando yo era niño. No podría hacer una película con gatos porque no me gustan y me dan alergia. Hay gente a la que no le gustan los niños, en el propio equipo había personas que no le gustaban y se notaba. Rodamos la película en un hotel "solo para adultos" y algunos clientes se quejaron.
P. ¿Es cierto que es difícil hacer películas con niños?
R. Los niños están muy capacitados para hacer películas. Cada vez tengo más claro que actuar es jugar. Yo de niño, cuando jugaba a indios y vaqueros, era el mejor indio porque me metía mucho en el personaje. Los niños entran inmediatamente, se meten muy bien en las situaciones porque están acostumbrados a jugar. Es una simplificación total, ya lo sé. Hay actores que son del método Stanislavski, pero en su esencia se reduce a jugar.
P. ¿La propia vida es un juego?
R. La vida si fuera un juego sería desagradable porque tiene consecuencias que pueden afectar a otros. Yo recuerdo lo feliz que era siendo niño, no quería pagar la factura del gas ni aprender a conducir. Era feliz con que me lo hicieran todo y estando tan protegido. No sé por qué aún hoy me cuesta muy poco pensar como un niño. Me acuerdo perfectamente de lo que pensaba. Recuerdo una vez, con 11 años, que estaba hablando con otros niños de la "democracia" y pensé: "qué pensamientos tan elevados". Sentí que ya estaba razonando. No he cambiado mucho desde entonces, creo que sigo siendo ese niño. Por una parte me parece malo, pero por la otra para hacer películas de niños viene muy bien.
P. ¿Se ha vuelto más conservador con los años?
R. Yo creo que sí, de alguna forma sí. La vida en general te vuelve un poco conservador. Puedes ser radical de izquierdas, pero luego tienes hijos, una hipoteca… Y luego ya al final sigues siendo de izquierdas pero ya no radical, y muchos ya ni de izquierdas. Al final lo que queremos es conservar la familia, nuestra tribu. Pensar en el bien común es un ideal y a veces los ideales te los vas destrozando por el camino.
»Sin querer también soy sobreprotector. Con mis hijas soy consciente de que es inherente a la juventud la rebeldía, oponerse al padre. Por eso intento no ser muy firme, sé lo malo que es que te impongan cosas. No les quiero dar ideas religiosas o políticas. Les explico lo que hay en el mundo y que decidan. Mis hijas no se bautizaron y si luego quieren hacerlo o ser budistas me parece muy bien. La mayor no tuvo problema en no bautizarse, pero la pequeña sí quería. Yo no lo entendía, porque no iba a misa. Mi mujer pensaba que si la niña quería hacer la comunión que la hiciera. A la primera le cambié la comunión por Disneyland París y le pareció bien. No se trata de hacerla porque quieres vestirte de princesa y los regalos.
P. Siempre hay detalles políticamente incorrectos en sus comedias familiares. ¿Dónde está el límite?
R. He leído una entrevista a Leo Harlem y me ha encantado lo que ha dicho: "¿Por qué siempre hablamos de los límites del humor y no del drama?" Hay cosas que pasan por televisión que a mí me agreden mucho más. ¡Es que nos indignamos por un chiste! Que yo diga algo políticamente incorrecto sale en toda la prensa y cosas más brutales se asumen como normales. No hago chistes de política ni de religión ni de ligar no porque no me hagan gracia sino porque quiero que mi vida sea más tranquila.
P. El personaje de Leo Harlem hace el ridículo porque se ha quedado anticuado. ¿Quería hacer un poco de sorna con los cambios sociales?
R. Vuelve a ser el pez fuera del agua, es un personaje un poco carca. Es como mi personaje en Padre no hay más que uno cuando escucha a Bad Bunny y se queda horrorizado. Lo mismo cuando los abuelos decían que Los Beatles eran unos melenudos. Desde luego la picaresca es uno de nuestros géneros literarios más importantes. Hay grandes películas como Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959). En Los jueves milagro (1957) Berlanga mete a Pepe Isbert de San Dimas para atraer a los turistas. Acabo de ver otra joya como Se vende un tranvía (Juan Estelrich, 1959) que era muy difícil de ver y la acaban de restaurar. Son cuarenta minutos para disfrutar, sale José Luis López Vázquez y Luis Ciges. Eso siempre me ha divertido muchísimo. Luego está eso de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. El tío que se queja porque otro se mete dos platos en el buffet y acaba de pulirse tres.
P. ¿Una comedia familiar tiene que acabar bien?
R. Para mí es fundamental. Recuerdo en mi juventud cuando acababa de ver esas películas francesas que se acaban así de repente sin final y me quedaba con una sensación de "¿estos hijos de puta de la nouvelle vague quién se han pensado que son?". Hay películas americanas que acaban muy mal, pero las cierran. A mí los cierres me gustan. A principios de los 80 se hablaba del "clásico tonto al que le gustan las películas que acaban bien". ¿Para qué? Si la vida ya acaba mal. Además, acaba así sin "chimpún", te mueres en medio de algo importantísimo. Por eso quiero que haya un buen final y la película acabe con musicón, con una canción para salir bailando.
»La última película de James Bond para mí no tuvo sentido. Yo no puedo estar con un personaje 25 años para que lo acaben matando. Es como si a Tarzán al final se lo come un cocodrilo. Me cago en los muertos del director. ¿Por qué a Tarzán se lo va a comer un cocodrilo? ¿Por qué matan a James Bond? No lo entendí. Entiendo los malos finales en el neorrealismo. ¿Pero una comedia? La primera versión de Torrente acaba con él muerto en un contenedor porque yo era muy fan de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950). Y luego pensé que por qué acababa así. Me di cuenta de que me gusta que las comedias acaben bien.
P. ¿Le fastidian los ataques que recibe?
R. A mí cuando me insultan y dicen que hago unas películas de mierda no me importa. Cuando insultan a mi público me enervo. Mi última película la fueron a ver dos millones y medio de personas. A mí insúltame, pero no a la gente que lo disfruta. Siempre está esa idea de que la cultura popular es algo inferior. Cuando hice El gran Vázquez (2010) con Óscar Aibar estaba muy contento porque se hacía un homenaje a Bruguera y los tebeos. En Estados Unidos quieren a su cultura popular y nosotros la despreciamos muchísimo.
P. ¿Existe la llave para el éxito de taquilla?
R. Lo que nunca sale bien es decir "voy a hacer cine comercial que a mí no me gusta". A mí siempre me pasaba que el blockbuster que se estrenaba esa semana y me apetecía ver era el que luego triunfaba en taquilla. Eso me hizo pensar que quizá me gusta lo que le gusta a la gente. Concluí que tenía que hacer la película que me gusta a mí porque seguro que acierto.
»Eso lo decía Spielberg: "hago las películas que me gustaría ver y tengo la suerte de que a mucha gente le gustaría ver la misma película que a mí". Recuerdo que en una clase casi me echan por decir que me gustaba Spielberg cuando acababa de hacer E.T. (1982) que era una película que había emocionado a millones de personas. Una vez estaba viendo el Telediario y entrevistaban a gente a la salida de ver Torrente. Salía un hijo de puta y decía: "Buah, te ríes". Y yo pensaba: "Pero es lo que quería, ¿te crees que es fácil?". Es tremendo el poco valor que se le da a la risa.
»Cuando era joven iba al Cine Estudio y cuando la película era una chapa me daba vergüenza decirlo porque todos salían diciendo lo que les había encantado. Lo mismo me pasaba cuando confesaba que no me gustaba Godard porque prefiero Truffaut. Otra película que odié fue Down by Law (1986) de Jarmusch y salí indignado pero en esa época ya me había quitado el complejo y lo dije sin problemas. La última locura (1976) de Mel Brooks, en cambio, fui a verla tres veces al cine.