Quizás quien mejor lo definió fue uno de sus actores fetiche, Humphrey Bogart, cuando en la escena final de El halcón maltés pronunció aquella mítica frase. ¿De qué estaba hecha, si no, la Warner Bros.? Del material con que se forjan los sueños. Una historia que había empezado a principios de siglo XX, cuando el mayor de cuatro hermanos, Harry, había adquirido un proyector para recorrer junto a Albert y Sam, a quienes más tarde se uniría Jack, los pueblos mineros de Pensilvania y Ohio.
Hijos de un matrimonio judío inmigrante de Polonia, los Warner terminarían por establecerse en New Castle (Pensilvania), donde abrirían su primera sala de cine. Ignoraban entonces que, pocos años después, fundarían una productora cinematográfica que se convertiría en una de las distribuidoras más importantes del mundo.
Aunque los hermanos fundaron su propio estudio ya en 1918, no fue hasta 1923, concretamente un 4 de abril, cuando se constituyó de manera oficial la Warner Bros. Pioneros del cine, ellos soñaron y nos hicieron soñar a todos. Con rostros como Bette Davis, Humphrey Bogart, James Cagney o Errol Flyn, en los años dorados del cine estadounidense su productora formó parte de las cinco grandes de Hollywood, junto a Metro-Goldwyn-Mayer, Paramount Pictures, 20th Century Fox y RKO Pictures, y en sus estudios se rodaron algunas de las más emblemáticas películas clásicas como Las aventuras de Robin Hood, Casablanca, Arsénico por compasión, Un tranvía llamado deseo o Rebelde sin causa.
Títulos a los que más tarde se añadirían películas de acción como Harry el sucio, de terror como El exorcista o El resplandor, de ciencia ficción como La naranja mecánica, Dune o Blade Runner, u otros filmes como Todos los hombres el presidente, Malas calles, El coloso en llamas, Gremlins o Entrevista con el vampiro. Sin olvidar las sagas y franquicias de superhéroes o universos fantásticos como El señor de los anillos o Harry Potter, entre otros muchos.
De Rin Tin Tin al cine sonoro
En sus inicios, sin embargo, fue un perro el que les otorgó notoriedad. Desde su aparición en The Man from Hell’s River en 1924, Rin Tin Tin se convirtió en la estrella de 26 películas, y su celebridad fue tal que hoy su huella está estampada en el Paseo de la Fama hollywoodiense. Gracias, entre otras cosas, a este singular personaje, que había ganado celebridad entre los espectadores a finales de 1924, poco después de su creación Warner Bros. ya se había transformado en el estudio independiente más exitoso de Hollywood.
Innovadora de las películas con sonido sincronizado, al incorporar música y efectos sonoros a sus obras, la productora rodó en 1927 El cantante de jazz, que incluía ya algunos diálogos hablados y no sobreimpresos. Protagonizada por el cantante Al Jolson, fue la primera película hablada de éxito comercial y marcó el inicio del ocaso de la era muda. La noche antes del estreno, sin embargo, uno de los cuatro hermanos, Sam —precisamente quien más había insistido en introducir el sonido al metraje—, murió inesperadamente, lo que trágicamente impidió que la familia asistiera al evento.
Un año después, Luces de Nueva York se convirtió en la primera película completamente hablada de la historia. Con el uso del sistema de sonido Vitaphone aquel título refrendó el triunfo del cine sonoro sobre el mudo, mientras que la importancia de estos dos eventos fue tal que, en 1929, todos los grandes estudios rodaban ya con sonido.
Del musical al cine de gánsteres
El sonido llegó a las salas y sería en los años siguientes cuando el cine musical alcanzó sus mayores cuotas de popularidad. Fue también cuando, de paso, la empresa adquirió la discográfica Brunswick Records —hoy conocida como Warner Records—, sello que promocionaría a lo largo de su historia a grupos o artistas como Coldplay, Madonna, Led Zeppelin o Linkin Park. No obstante, y a pesar de que un musical, La calle 42, salvó al negocio de la quiebra hacia mediados de la década de los 30, cuando el género empezó a perder popularidad, la productora comenzó a especializarse en historias de aventuras como Robin Hood o de gánsteres y mafiosos —eran los años del hard boiled, de Chandler y Hammett— con títulos como Hampa dorada o El enemigo público.
A ellos seguiría El halcón maltés, de John Huston. Protagonizada por Humphrey Bogart y Mary Astor, y estrenada en 1941, fue nominada en los Óscar a mejor película, mejor actor de reparto y mejor guion adaptado, y es hoy considerada como uno de los grandes filmes del séptimo arte, además de la primera película de cine negro de la historia. Bogart, que ya había rodado para la productora anteriormente El bosque petrificado, se convirtió así en uno de los rostros populares de la Warner de mediados del siglo XX.
Sin embargo, y a pesar de su celebridad, la compañía le ofrecía siempre los mismos papeles, físicamente exigentes, que encasillaban y aburrían al actor. Con un promedio de una película cada dos meses entre 1936 y 1940, algunas veces incluso solapando varios rodajes, el actor contó en una ocasión: “Me dispararon en doce ocasiones, me electrocutaron una vez, me ahorcaron en ocho escenas y fui detenido en nueve”. Aquello curtió al intérprete, que sería para siempre identificado como el tipo rudo, impasible y carismático, que traspasaba la pantalla con un estilo de vestimenta, gabardina incluida, marca de la casa.
Los actores de la Warner
Las relaciones nunca fueron sencillas entre los actores y la Warner Bros., muy en particular con el pequeño de los hermanos, Jack, que desde la muerte de su hermano Sam se había vuelto más intratable y había pasado a ser el único jefe de producción. En 1935, James Cagney les había demandado por incumplimiento de contrato, al asegurar que había protagonizado más películas de las estipuladas en su acuerdo. Aunque no perdió, porque ambos llegaron a un acuerdo, el actor poco después abandonaría la Warner para montar su propia productora —algo que, dicho sea de paso, no salió bien la primera vez—.
Como Cagney, Bogart —que también dejaría los estudios para crear su propia productora tiempo después— no fue el único en mostrar su descontento. Un año más tarde, la principal estrella del estudio, Bette Davis, trató inútilmente de anular su contrato con la productora. La actriz, que llevaba desde 1932 en la firma, estaba convencida que los proyectos que le ofrecían no ayudaban a hacer despegar su carrera. Sin embargo, Davis perdió el juicio y se vio obligada a regresar a los estudios, endeudada y sin ahorros. Premio Óscar por Jezabel, después de aquella peripecia legal se convirtió en una de las actrices más taquilleras de la productora y su protagonismo llegó a ser tal dentro del estudio que comenzaron a llamarla “el quinto hermano Warner”. Cuando en 1949 filmó su última película, Más allá del bosque, y se despidió de la distribuidora definitivamente, había pasado 17 años en el negocio.
Quien sí ganó un pleito a los estudios de cine fue la actriz Olivia de Havilland. La intérprete de reparto en Lo que el viento se llevó, que ganó el Óscar por La vida íntima de Julia Norris y La heredera, demandó a la Warner por tratar de prolongar su contrato de siete años alegando que la actriz debía a la productora los seis meses en que había permanecido apartada por quejarse. Como represalia, se dice que la Warner llegó a enviar hasta 150 telegramas a diferentes productoras para boicotearla. Verdad o no, lo cierto es que la actriz estuvo tres años sin conseguir un solo papel después de aquello.
De Julie Andrews a Audrey Hepburn
Cuando se produjo el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la Warner se posicionó abiertamente rodando algunas películas antinazis como La vida de Émile Zola o Confesiones de un espía nazi. A esa época también pertenece Casablanca. Sin embargo, a mediados de 1943, los espectadores ya se habían hartado del tema de la guerra, lo que no impidió que la productora siguiera apostando por aquella denuncia, a pesar de las pérdidas. Mientras otros estudios prefirieron no involucrarse mucho en el conflicto, WB fue la que más películas filmó sobre el conflicto.
En la década de los 50 y los 60 llegaron producciones como la tetralogía de James Dean —Al este del Edén, Rebelde sin causa o Gigante—, Centauros del desierto, ¿Qué fue de Baby Jane?, ¿Quién teme a Virginia Woolf? o Bonnie and Clyde. Que Audrey Hepburn terminara protagonizando la versión cinematográfica de My Fair Lady, interpretada en teatro por Julie Andrews, se lo debemos, cómo no, a Jack Warner. Para el productor, la elección de la actriz de Vacaciones en Roma y Desayuno con diamantes se justificaba más por una cuestión económica que creativa. La apuesta, no obstante, salió bien para ambas mujeres. Ese sería el año en el que Andrews, sin ningún proyecto a la vista, terminaría interpretando a la icónica Mary Poppins, papel que le consiguió el Óscar a mejor actriz y una fama inmortal.
Fue en aquella época cuando, en 1956, tras anunciar la venta de Warner Bros., Jack negoció en secreto para permanecer como mayor accionista. Aquello distanció por completo a los hermanos hasta el punto de que hubo quien aseguró que vio a Harry perseguir al pequeño de la familia con un tubo de plomo por los estudios. Cuando el primogénito murió en 1958, Jack ni siquiera asistió al funeral. En 1966, cansado ya de las películas, vendió la mayoría de sus participaciones de la empresa. El último de los hermanos vivo falleció en 1978.
La época de los superhéroes
Y si en los años 30 y 40, Bogart, Davis o Cagney habían personalizado decenas de historias, en los 70 llegarían los acuerdos con algunos de los actores más emblemáticos del cine de finales del siglo XX con un elenco completamente envidiable: Paul Newman, Robert Redford, Barbra Streisand o Clint Eastwood formarían parte del nuevo cine de la compañía.
A lo largo de sus cien años de historia, Warner Bros. ha cosechado diversos éxitos de taquilla, aunque los récords hay que buscarlos en las últimas décadas. Entre sus películas con mayor recaudación, por ejemplo, destacan títulos como El señor de los anillos, Aquaman o el Joker de Joaquin Phoenix.
La lista la encabeza, sin embargo, Harry Potter y las reliquias de la muerte. Llevadas al cine a partir del año 2001, fue a finales de 1990 cuando la productora adquirió los derechos de las novelas de J. K. Rowling, algo a lo que sin duda ha sabido sacar rédito.
No son estas las únicas. La Warner ha ido acumulando en su filmografía varias sagas y franquicias de éxito con el paso del tiempo. Desde el Batman de Tim Burton hasta el de Christopher Nolan o el Superman encarnado por el mítico Christopher Reeves, la productora ha poblado este universo de superhéroes, ciencia ficción y acción con títulos como Mad Max, Dune o la saga de atracos Ocean’s.
A todo ello hay que sumar dos franquicias de dibujos animados que, durante años, compitieron con el reinado de Walt Disney: los Looney Tunes, liderados por Bugs Bunny, que en 1959 recibieron su propio Óscar al mejor corto animado, y los eternos enemigos Tom y Jerry.
En este siglo, la que era la hermana menor de las cinco grandes, transformó la historia del cine a partir del sueño de cuatro hermanos que, según cuentan, cambiaron un reloj y un caballo por un proyector, el proyector por una sala y la sala por unos estudios. Hoy, resultan inabarcables los cientos de relatos, anécdotas y recuerdos que se derivaron de esa ilusión. De lo que no cabe duda es de que sus historias se hicieron de aquel mismo material del que habló Bogart en una ocasión, aquel, decía, del que se forjan los sueños. Y eso es todo, amigos. O no.