Para alcanzar la redención y convertirse en un héroe Hércules tuvo que superar doce pruebas. En De Caperucita a loba, a Marta González de Vega le bastan con “seis tíos” para comprender algunas verdades de la vida. Seis hombres que representan cada uno un estereotipo, el tonto de buen corazón (Berto Romero), míster perfecto (José Mota) o un “follamigo” (David Guapo) que tan solo aspira a tener una relación sexual. Fantasiosa, deslenguada y un tanto desnortada, la protagonista irá de flor en flor tratando de no acabar con un ataque de nervios. Al final, como Hércules, alcanzará la redención, lo cual no quiere decir —estamos en 2023— que la película tenga que acabar en boda.
Basada en un libro que luego fue un exitoso monólogo, Marta González de Vega escribe e interpreta esta película dirigida por Chus Gutiérrez, quien regresa detrás de la cámara después de títulos como El calentito, Retorno a Hansala o el reciente Sin ti no puedo. “El reto más grande era convertir un monólogo en una película”, dice la directora. “El proyecto estaba muy hecho, había que limpiar, reestructurar y aligerar porque todo no cabía en una película”.
La inspiración autobiográfica no se disimula. En la vida real, además de monologuista, González de Vega es coguionista de las últimas películas de Santiago Segura, como la hipertaquillera saga de Padre no hay más que uno. En la película, como mínimo profesionalmente, le va peor porque escribe diálogos de culebrones y a punto de cumplir los 40 años sigue compartiendo piso, no tiene novio ni tampoco un rumbo vital definido. Dice Gutiérrez: “El amor no podemos evitarlo porque allí están nuestros deseos y necesidades. Es una mirada con sentido del humor sobre lo ridículos que podemos llegar a ser, sobre nuestra inseguridad, los seres humanos somos pequeños y vulnerables”.
Experta en meter la pata, mentir de manera absurda y malinterpretar los sentimientos de sus parejas, la mayor virtud del filme reside en que González de Vega no teme hacer el mayor de los ridículos y surge la catarsis cómica. Explica Gutiérrez: “La película habla de la capacidad de reírnos de nosotros mismos para superar las dificultades. Podemos tener una disciplina de querer reír o llorar, existe esa capacidad de distanciarte y observar desde fuera. Cuando eres patético y vulnerable, en ese momento es en el que te puedes reír”.
De tío en tío que sale mal, Marta recibe el consuelo de sus fieles amigas, siempre más realistas que ella, y se pasa la vida mirando el móvil como una boba como si fuera el Oráculo de Delfos, por no dejar las comparaciones mitológicas. “Con el tema del móvil nos hemos vuelto todos un poco locos. Lo de que te llame, no te llame… si no te contesta el mensaje de inmediato ya es un drama cuando hay mil motivos por el cual no puedes contestar que no tienen nada que ver con que te quieran más o menos”.
En tiempos de redes sociales en los que nos hemos acostumbrado a ofrecer una visión de nosotros mismos embellecida, la protagonista miente con frecuencia para mejorar la propia imagen que quiere transmitir. “Todos mentimos en las primeras citas. En Tinder nadie pone su edad real. Lo hacemos para agradar. En el caso de las mujeres muchas veces nos hacemos las tontas para mantener a la pareja. Los hombres en cambio se permiten el lujo de ser incultos sin complejos. Me río mucho con el personaje de Berto Romero”.
Marta también representa un nuevo cosmos social en el que a los 40 años la vida sigue patas arriba, marcada por esa famosa precariedad, laboral y sentimental, que domina lo contemporáneo. “Es un personaje muy moderno. Es una apuesta que la protagonista no sea una chica de veinte o treinta años. Vivimos en un mundo inestable a todos los niveles y eso es algo que dura muchos años. En la película nunca se habla de la maternidad pero sigue predominando esa idea de que a determinada edad se te ha acabado el tiempo para el amor. Eso no es verdad, hasta que te mueres estás viva. Me gusta que se visibilice a las mujeres maduras”.
Cautiva del viejo imaginario formado por “príncipes azules” y “amores de la vida”, este cuento moralizante como las de toda la vida no tiene por qué terminar con el consabido beso o la más que consabida boda. Porque la protagonista más que a estar acompañada aprenderá una lección más importante: estar sola. “El desamor es duro y nadie lo quiere vivir, pero deberíamos aprender a tener otra relación con el amor, más relajada. Se puede ser feliz sin necesidad de estar en pareja. Hay un empoderamiento de la protagonista”.
De gag en gag, González de Vega despliega un amplio abanico de carantoñas en una película que apuesta por la comedia pura y dura para contar ese “camino del calvario” por el cual el amor no es tanto un fin como un proceso de autodescubrimiento personal. Dice Gutiérrez: “Ella está experimentando porque el amor no llega a la primera, igual no llega nunca. Eso no significa que sus parejas no hayan tenido un significado. El otro se convierte en un espejo de ti mismo. Todos somos seres humanos en evolución”.
Una evolución marcada, cómo no, por las expectativas patriarcales que la sociedad sigue teniendo sobre las mujeres. Una presión que en este caso se manifiesta en la propia madre de Marta, obsesionada con sus “tetas caídas” y sus ojeras. Opina la directora: “Sigue existiendo esa imposición a las mujeres de que sean guapas porque si no no serán deseables en el mercado. La realidad es que muchas veces han sido las propias madres de una determinada generación las que han perpetuado esa presión”.