Tras una época gloriosa en los años 80 y 90, con Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone como grandes estrellas, el cine de acción duro hollywoodense no vive actualmente su mejor época, opacado en gran medida por el cine de superhéroes para todos los públicos. En este páramo desolado, la saga de John Wick ha logrado un genuino éxito de público gracias a sus espectaculares coreografías de acción y a una salvaje violencia que seduce a los enamorados del género.
En su cuarta entrega, John Wick 4, no hay demasiadas variaciones en la fórmula, más allá de la desmadrada duración del filme (169 minutos). Por otro lado, todo se ha llevado al extremo, desde el humor desacomplejado a la espectacularidad de sus numerosas set-pieces. Algunas son realmente anonadantes: desde la pelea en la discoteca berlinesas a toda la secuencia final por los lugares más emblemáticos de París, con esa trepidante escaramuza entre el tráfico del Arco del Triunfo, esa escena en el edificio abandonado rodada con un plano cenital o la sensacional ascensión al Sácre-Couer de Montmartre con un magullado Wick.
Disparos a quemarropa, luchas a katana, puñetazos, navajazos, duelos a pistola, estrepitosas caídas de varios pisos… Un carrusel interminable de caricias que propulsan un filme en el que no hay apenas respiro ni ninguna aspiración de realismo. El director Chad Stahelski sí se detiene para perfilar a las incorporaciones más destacadas del filme: el malo de manual que interpreta Bill Skarsgård y el divertido e íntegro asesino ciego al que da vida el infalible maestro de artes marciales chino Donnie Yen.
Por su parte, el protagonista del eterno Reeves sigue estancado en esa dicotomía un tanto sonrojante entre su naturaleza de asesino despiadado y su aspiración a ser recordado como “amado esposo”, mientras que Stahelski sigue ahondando en esa organización criminal de pintorescas reglas que, sin embargo, no deja de resultar algo risible. Digamos que al director siempre se le ha dado mejor la acción que la creación de un mundo realmente atractivo, con empaque y sentido.
En definitiva, un espectacular entretenimiento que celebra el poder cinético del cine y ofrece lo esperado. Y que, además, sirve de homenaje al actor Lance Reddick, actor famoso por las televisivas Fringe y The Wire, recientemente fallecido.