Dice Emmanuel Mouret (Marsella, 1970) que no es un intelectual ni escribe ensayos y que, por tanto, no pretende con sus películas hacer una radiografía del paisaje sentimental y amoroso del siglo XXI. Sin embargo, el director francés se postula como un brillante explorador del amour en tiempos de modernidad líquida en los que las relaciones se abordan desde la ligereza y la alergia al compromiso.
Tras una serie de comedias románticas como Une autre vie (2013) o Caprice (2015), el director tocó el cielo con Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, en la que cuenta el romance entre un joven y la mujer embarazada de su primo. En Crónica de un amor efímero, su nuevo filme, el romance entre dos cuarentones, uno de ellos casado con hijos, también da pie a crear una historia de amor en principio condenada a tener una fecha de caducidad y ser clandestina.
Ambientada en París, los protagonistas son Charlotte (Sandrine Kiberlain), una mujer sin pelos en la lengua que dice lo que piensa y no se arredra ante nada, y el mucho más delicado y miedoso Simon (Vincent Macaigne). Después de un encuentro casual, la película nos cuenta a modo de episodios sus distintos encuentros amoroso-sexuales en un romance en el que la única regla es no enamorarse y acepar que, tarde o temprano, la historia terminará. Claro que una cosa es “lo que decimos” y otra “lo que hacemos”, aunque las palabras, como sostiene Mouret, también acaban siendo hechos, por más que no revelen nuestros deseos más profundos.
Pregunta. ¿Con Las cosas que decimos, las cosas que hacemos y Cronica de un amor efímero quiere hacer su propio tratado sobre el amor en tiempos de relaciones lúdicas donde se evita el compromiso?
Respuesta. No tengo la intención de hacer un ensayo sobre las relaciones amorosas en el mundo contemporáneo ni de tener un discurso sobre la modernidad. Lo que me divertía de entrada era, sobre todo, desarrollar una situación que encontraba propicia al placer del cine. No hago películas para decir “voy a hablar de un tema”, no me considero un intelectual ni escribo ensayos. Me siento más como un músico, a partir de determinada situación vamos a ver qué música sale. No es ni mucho menos una película de tesis, son dos personajes muy particulares. Claro que luego me alegro de que la película pueda tocar asuntos que le lleguen a la gente.
P. En la película los personajes hablan muchísimo y parece que tienen una competición de ingenio. ¿Debemos, de todos modos, siempre leer entre líneas?
R. Me sorprende que en el cine contemporáneo se hable tan poco porque los seres humanos somos animales parlantes. Si entras en un bar, verás que la gente habla. Me gustaba que disfrutaran tanto hablando como haciendo el amor. Para mí es algo que valoro mucho en una relación. El espectador puede captar que sucede algo profundo entre ellos porque sienten este placer del intercambio.
"Me gustaba que los personajes disfrutaran tanto hablando como haciendo el amor"
Lo que me interesa es ver cómo plantean cuestiones morales alrededor de su deseo o la forma en que tratan de negociar con ellos mismos y con los demás… toda la noción del deseo entre ambos pasa por la boca y los intercambios. Si dos personas se reencuentran y se desean, existe una necesidad de hablar para acercarse, para contarse a uno mismo quién es y también al otro. A pesar del título de mi película precedente, yo creo que hablar también es una acción. Las palabras pueden hacer más daño que un navajazo y provocar más felicidad que mil caricias.
P. Todo el rato tenemos la sensación de que están a punto de decir algo que cambiará sus vidas para siempre, pero nunca dan el paso. ¿Digamos que es una “tensión marital no resuelta”?
R. Me emociona mucho la represión en el cine. Me gustan los personajes que para no avergonzar al otro retienen lo que sienten. En la vida estamos reprimiéndonos todo el rato. Hay una parte cruel. Lo que me interesa en esta película es que como espectadores vemos que los personajes tienen sentimientos fuertes, pero han llegado a un acuerdo para no tenerlos. No quieren derrocar la vida del otro. Hay una tensión dramática que surge porque existen esos sentimientos, pero al mismo tiempo quieren respetar ese compromiso de no interferir en la vida del otro. Esa tensión es permanente en la película.
['Las cosas que decimos, las cosas que hacemos': las leyes de la atracción]
P. Dos cineastas vienen a la memoria: Woody Allen y películas como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979), y Eric Rohmer, sobre todo aquella Les Rendez-vous de París (1995). ¿Fueron referentes?
R. Me gusta mucho el cine de Woody Allen, pero también toda la comedia clásica americana, que siempre es muy locuaz, hablan mucho. Allen es fantástico, pero no es que sea él quien se lo ha inventado. Respecto a Rohmer, es un gran referente, una influencia fundamental. No hay un solo día en el que no piense en su trabajo, en su obra. Es uno de los grandes cineastas franceses. Con una gran economía en sus películas, sigue siendo muy moderno hoy mismo. Es moderno en la factura, en la narración y también en su forma de profundidad. Esta profundidad viene justamente porque los personajes se plantean cuestiones morales, se interrogan, intercambian.
"Como espectador de películas, pienso que faltan personajes femeninos que sean el motor de la historia"
P. En la película Charlotte es la "bruta" y Simon el "sensible", ellos mismos opinan que él se enamora de su lado masculino y ella del femenino de él. ¿Quería jugar con esos roles tradicionales de género?
R. Sucede mucho en los clásicos. Como espectador de películas, pienso que faltan personajes femeninos que sean el motor de la historia, que tomen la iniciativa. Desde adolescente me han fascinado los grandes personajes de mujeres. Además, creo que una de las funciones del cine es ir a contrapié de los estereotipos, de los clichés. En todo caso, me divertía hacerlo así. Estoy contra esta idea de que los hombres son de una manera y las mujeres de otra.
P. Simon es el “anti-ligón” y parece que siempre mete la pata. ¿Quería crear un galán inesperado?
R. Lo que me parece emocionante de este personaje es su gran sensibilidad. Se siente atraído por esta mujer y lo dice, pero no sabe cómo hacerlo porque es la primera vez que tiene una relación en veinte años que no sea con su mujer. Siempre me han gustado los personajes patosos, y Simon tiene esta torpeza que al mismo tiempo es muy tierna. Todos somos patosos dentro de nuestra intimidad profunda. Cuando una situación nueva sucede, hacemos ver que controlamos pero estamos asustados.
P. Todas las secuencias son compartidas de la pareja, nunca vemos a Charlotte o Simon haciendo su propia vida. ¿Por qué?
R. Cuando estamos en una relación, se suele decir que creamos una burbuja. En esas escenas vamos de burbuja en burbuja. Me gusta que como espectador tengamos la oportunidad de ir, de imaginar lo que no vemos porque está en nuestra cabeza. Lo que me interesaba también de este dispositivo por el cual solo vemos sus encuentros es que no surge ese juicio moral.
La película se centra en esa relación y lo que sucede en ella. No quería hacer una película en la cual como espectador estemos juzgando a los personajes, aunque luego sí puede surgir una reflexión. Quiero que estemos con ellos, lo cual no significa que ellos mismos también se planteen algunas cuestiones morales. Pero hay una intensidad y una verdad en esa relación que es más fuerte que la mala conciencia.
"Vivimos en una sociedad en la que los adultos quieren ser jóvenes durante mucho tiempo"
P. ¿La contradicción del asunto es que el deseo es efímero pero sus efectos duraderos?
R. Por supuesto, hay una ironía inherente en ese “efímero” porque estas historias nos dejan huellas quizá de manera permanente. A veces nos dejan mucho mayor poso romances que son cortos a otros que duran mucho más. Las historias de la vida nos las “recontamos” de manera constante, les damos siempre vueltas y a veces hay algunas de las que nunca llegamos a tener un relato final. En todo caso, creo que en la película podemos entender los sentimientos de los personajes. Una de las virtudes del cine es filmar lo efímero, asistimos a algo que va a terminar. Surge una melancolía que para mí es sustancial a lo que es el cine porque todo pasa. Todo es pasajero.
P. ¿Está de acuerdo con Charlotte cuando dice que la pasión es banal y destructiva?
R. Creo que su discurso sobre la pasión es interesante y divertido, pero al mismo tiempo un tanto contradictorio. En una relación amorosa es difícil evitar la pasión. Solemos ser muy críticos con la pasión cuando dejamos de amar, pero mientras sucede nos dejamos llevar por ella.
P. Los personajes se instigan a sí mismos a “comportarse como adultos”. ¿Hay una inmadurez que nunca superamos?
R. Podemos decir que vivimos en una sociedad en la que los adultos quieren ser jóvenes durante mucho tiempo, yo mismo no sé si quiero ser adulto, quizá no me parece muy feliz esa idea. Es posible que no lo sea, aunque no sé si eso es bueno.
P. El final deja un sabor agridulce. ¿Qué tenemos que pensar?
R. Le dediqué mucho tiempo al final. Por una parte, el propio título parece pronosticarlo. Sin embargo, no me resistí a la idea de dejarlo un poco más abierto. Yo buscaba una idea para relanzar esa relación porque quizá soy un romántico y no me gusta cerrar todas las puertas.