Más de la mitad de la acción de Saint Omer transcurre entre las cuatro paredes de una sala de justicia; sin embargo, las imágenes del filme perfilan una antítesis del drama judicial. Aquí, el suspense brilla por su ausencia. La acusada, Laurence Coly (interpretada por Guslagie Malanda), admite, en su declaración inicial ante el tribunal, ser la autora del asesinato de su hija de 15 meses, a la que abandonó en una playa del norte de Francia mientras subía la marea.
Saint Omer tampoco se ajusta a los patrones especulativos del género del true crime, aun cuando el filme pone en escena el juicio que se celebró en 2016, en el Tribunal Penal de Saint Omer, contra una mujer de origen senegalés llamada Fabienne Kabou.
En la recreación de una de las primeras sesiones del proceso, la magistrada le pregunta a la acusada por qué mató a su hija, a lo que Coly responde, con gesto petrificado: “No lo sé, y espero que este juicio me ayude a entenderlo”. Es este anhelo de comprensión el que guía el trabajo de la joven documentalista francesa Alice Diop, que en su salto a la ficción reniega de todo moralismo para dar cuenta de una tragedia contemporánea.
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Tomando como inspiración estética El proceso de Juana de Arco (1962) de Robert Bresson, Diop convierte el juicio contra Laurence Coly en el choque entre un sistema empeñado en hallar evidencias y una realidad esquiva, impenetrable. ¿Por qué una joven talentosa, brillante estudiante de filosofía, decidió ocultar al mundo el nacimiento de su bebé? ¿Cómo leer la defensa de Coly, quien afirma haber sido víctima de unos actos de brujería?
En Saint Omer los interrogantes se imponen a las certezas, y por el camino Diop perfila una poderosa parábola acerca de una sociedad, la europea, que no ha conseguido zafarse del paternalismo que aún vicia su relación con los pueblos africanos.
Las heridas abiertas por el colonialismo supuran por todos los recodos de la película, que perfila a Coly como una mujer extraviada entre el desarraigo y la incapacidad para prosperar en una Francia tocada por el fantasma de la intolerancia.
Una oleada de terror
Para extender el discurso de su película más allá de la política y la sociología, Diop construye el personaje de Rama (Kayije Kagame), una mujer que asiste al juicio mientras escribe una adaptación moderna del mito de Medea. El incipiente embarazo de Rama y su difícil relación con su madre (una inmigrante africana) alumbran, en el contexto del filme, un vínculo entre la escritora y la infanticida.
En una escena inquietante, Rama revisa las imágenes de la adaptación de Medea (1969), de Pier Paolo Pasolini, lo que despierta en la escritora una oleada de terror frente al incierto horizonte de su propia maternidad. Lo que persigue Diop es avivar los flujos de empatía entre sus personajes y un espectador que no puede hacer otra cosa que reconocer sus propios prejuicios, liberarse de ellos y abrazar la luz de una película magistral.