En la escena más estremecedora de Reyes y reina (2004) –probablemente, la mejor película de Arnaud Desplechin–, una hija descubría una carta en la que su adorado padre, ya fallecido, la acusaba de ser una mujer egoísta, pérfida y manipuladora. Para reforzar el impacto de esta inesperada revelación, el cineasta de Roubaix mostraba el espectro del padre, encarnado por Maurice Garrel, leyendo la misiva a cámara.
Desde aquel glorioso arranque de siglo XXI, Desplechin no ha dejado de intentar ampliar su universo, viajando a Estados Unidos con la derivativa Jimmy P. (2013), tomando fuerzas con Tres recuerdos de mi juventud (2015), y tendiendo puentes con los imaginarios de Alfred Hitchcock, en Los fantasmas de Ismael (2017), y Philip Roth, en Fantasías de un escritor (2021). Sin embargo, pese a algunos destellos efímeros, la energía del Desplechin más indomable parecía haberse apaciguado.
Por suerte, Asuntos familiares nos devuelve a aquel cineasta que no temía retozar en el lodazal de las emociones más arrebatadas y tóxicas. Aquí, lo que se relata es una historia de rencor entre un hermano, escritor, sumido en el pozo de las adicciones (Melvil Poupaud) y una hermana, actriz, afincada en la victimización (Marion Cotillard).
Liberado de la sombra de Truffaut, con quien se le ha querido comparar, Desplechin abraza el legado de John Cassavetes. De la mano de la actriz de teatro a la que encarna Cotillard, se homenajea a Noche de estreno (Opening Night), como hiciera el melodramático Almodóvar de Todo sobre mi madre.
Aunque el referente esencial para comprender Asuntos familiares es el relato El duelo de Joseph Conrad. Y es que, en esta fábula grotesca de hermanos encizañados, Desplechin propone una reflexión, tan arremolinada como penetrante, sobre el enquistamiento de la ofensa y sobre el modo en que la inquina puede ocultar la más profunda necesidad del otro.