Philip Roth. Foto: Archivo

Sergio del Molino, Manuel Vilas, Antonio Muñoz Molina y Rafael Reig recuerdan a uno de los grandes maestros del siglo XX y reflexionan sobre el profundo legado que su literatura ha dejado para la posteridad.

Sergio del Molino

Philip Roth no sólo es uno de los escritores que con más gusto y pasión he leído, sino uno de esos pocos escritores totales, en el sentido de que sus obras interpelan a todo el mundo. Escribe para su país, es cierto, pero alcanzó una universalidad absolutista, no sólo por la potencia de sus temas (el sexo, la vejez, la infancia, la traición, la familia, el legado), que son los grandes clásicos de la literatura, sino por su capacidad única de escribir novelas burlonas, complejísimas, audaces, esquivas y ambiguas que el gran público leyó como si fueran crónicas de su tiempo. Esa síntesis da cuenta de un talento único que los escritores que lo amamos haríamos bien en no intentar imitar, pues podemos hacernos daño. Se le echaba mucho de menos, pero, por suerte, me quedan unas cuantas novelas suyas por leer.



Manuel Vilas

Parece una ironía del destino que el año en que se desconvoca el premio Nobel de literatura sea el de la muerte de Philip Roth, máxime siendo un escándalo sexual la causa de la anulación del premio. Parece un argumento de una novela del propio Roth. El destino castiga a los lujuriosos, algo muy de humor judío.



Antonio Muñoz Molina

Philip Roth es un escritor inmenso en muchos sentidos. En primer lugar, ha sido muy activo durante casi medio siglo y a un nivel muy alto. Cuando ves la obra de Roth al completo estás viendo una vocación extraordinaria, un empeño de trabajo y una fuerza que admiten pocas comparaciones; también el testimonio de una época de Estados Unidos y de un tipo de literatura norteamericana que ha sido siempre muy poderosa y que él ha contribuido a dar forma: la literatura de los hijos de inmigrantes.



Aunque fue un escritor marcadamente judío, continuador de su maestro Saul Bellow y de Bernard Malamud, estos estaban más cerca de la inmigración, mientras que Roth era ya, y ante todo, un escritor plenamente americano, con una imaginación muy anclada a las circunstancias históricas y sociales de su país, en un espacio tan concreto como la zona obrera e inmigrante de Nueva Jersey.



Otro rasgo destacable de Roth es su desvergüenza. Escandalizó ya desde su primer libro a la ortodoxia judía americana, que lo consideró un proscrito. Después publicó un libro tan tremendo como El lamento de Portnoy, que fue una revolución por su franqueza a la hora de abordar la sexualidad. Con el tiempo, una cosa que queda mal parada en su obra es la presencia de un masculinismo que, por otra parte, era muy propio de la época. Eran los años sesenta y setenta, ya existía la libertad sexual pero no la igualdad de género, de modo que hay pasajes en las novelas de Roth que se han visto perjudicadas por el paso del tiempo, dejando a parte la calidad de la escritura, que siempre ha sido altísima.



Roth se entregaba en cada frase. Como dice un amigo suyo que también es muy amigo mío, Norman Manea, Roth es un soldado en la trinchera batiéndose por la literatura continuamente. Su obra es muy variada y en ella hay cosas que me gustan más que otras. Yo le entrevisté por un libro que no me gustó mucho, La conjura contra América, pero tiene novelas maravillosas como La mancha humana, Me casé con un comunista. También destacaría la trilogía de novelas cortas protagonizadas por su álter ego, el escritor judío Zuckermann, y una de sus últimas novelas, Sale el espectro, me parece que tiene un final muy impresionante. También hay que señalar que se ocupó mucho del trabajo de otros escritores. Ayudó a que se publicaran en Occidente autores de Europa Oriental, como Primo Levi, y dedicó un ensayo muy serio a la obra de Saul Bellow. Luego hay cosas de Roth que me parecen excesivas, como el aplomo y la seguridad que tenía sobre su propia obra. Cuando se retiró dijo que había releído todos sus libros y dijo que les habían parecidos todos muy buenos, una seguridad que a mí como escritor no deja de sorprenderme.



Rafael Reig

Lamento mucho la muerte de Philip Roth, que me parece un magnífico artesano, aunque un poco decimonónico, dominado por el patriotismo y una concepción de la libertad limitada al ámbito privado, así como por fantasías libidinosas y seniles que no van más allá de la obsesiva y bastante pintoresca idea de que, si una mujer te ama de verdad, debería tragarse tu semen. Una mayúscula escritura: Patria, Libertad (de costumbres) y Amor de Verdad. No me interesa demasiado, igual que el premio: el Nobel y Roth se merecían el uno al otro.