La exitosa trayectoria por festivales de The Quiet Girl –con dos premios en la Berlinale y otros tres en la Seminci de Valladolid, entre ellos la Espiga de Plata– ha culminado con la inesperada nominación al Oscar a la mejor película internacional, en una categoría en la que finalmente no han entrado los últimos y meritorios trabajos de directores de la talla de Park Chan-wook, Ali Abassi o Alejandro González Iñárritu.
Por tanto, un logro mayúsculo para una pequeña película irlandesa que supone un fulgurante desembarco en la ficción para el debutante Colm Bairéad (Dublín, 1981), especializado hasta el momento en el documental y el cortometraje.
El filme, que adapta el relato Tres luces de la prestigiosa autora irlandesa Claire Keegan y que se desarrolla a principios de los años 80, sigue los pasos de Cáit (Catherine Clinch), una silenciosa y apocada niña de nueve años de una familia numerosa, disfuncional y pobre que es enviada en verano a casa de unos parientes lejanos, los Kinsellas, un matrimonio de campesinos que vive sin estrecheces en una bonita granja.
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Allí, bajo el cariñoso cuidado de Eibhlín (Carrie Crowley) y la distante mirada de Seán (Andrew Bennett), la niña florece y recupera la autoestima, aunque también tendrá que enfrentarse a un oscuro secreto que sobrevuela su nuevo hogar.
Colm Bairéad nos ofrece las claves de este filme delicado y sensible, muy sensorial, que nos conduce a uno de los clímax más catárticos y conmovedores del cine reciente.
Pregunta. ¿Qué le atrajo del relato de Claire Keegan?
Respuesta. Hay algunos autores con los que conectas, con los que compartes la manera de ver el mundo, y eso me ocurrió con Keegan mientras leía Tres luces. Enseguida sentí una gran compasión por la protagonista, me puse en su piel y no me costó sentir cómo percibe el mundo y cómo trata de entender la nueva situación que atraviesa. Al mismo tiempo, me surgió la necesidad tanto de protegerla como de darle voz y contar su historia. Cáit está en un periodo histórico en el que los niños no tenían la misma libertad que ahora, de hecho no tenían ni siquiera los mismos derechos constitucionales. Así que todo nace de intentar elevar este personaje del pasado de Irlanda que ha estado infrarrepresentado en nuestro cine.
P. ¿Qué quería expresar en la película sobre la cuestión de la familia?
R. La familia es un concepto líquido. ¿Qué significa realmente? ¿Puede trascender lo meramente genético? La dolorosa realidad es que en tu familia biológica no es donde necesariamente vas a encontrarte a ti mismo o en donde vas a encontrar la felicidad, y eso es lo que le ocurre a Cáit.
P. ¿Quería reivindicar el silencio?
R. El silencio es absolutamente un personaje más, como lo era en la fuente literaria. Hay muchos tipos de silencio en la película, está el del miedo, el de la vergüenza y el del dolor y la pena. Solo conocemos la tragedia central de los Kinsellas a través de la vecina cotilla, ya que allí nunca se verbaliza. Y de alguna manera extraña está el silencio del amor. A todos nos cuesta manifestar nuestro amor de la manera adecuada, y creo que todavía era más complicado para las personas de la generación que retrata la película, que quizá utilizaban más bien los gestos. Pero sí, hay un tipo de silencio que es una manera de expresar amor.
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P. ¿Cuál era el reto desde el punto de vista narrativo?
R. Me interesa mucho la cuestión del punto de vista en el cine y aquí podía desarrollar uno muy definido e inmersivo, una narrativa en primera persona y en tiempo presente. Para ello, confiaba en la memoria sensorial del espectador: todos sabemos cómo es ser un niño y no entender las dinámicas del mundo adulto. Lo difícil fue encontrar una estética para la película que pudiera completar esa idea.
P. ¿Por eso ha utilizado el formato académico (1.37:1)?
R. El formato académico es más estrecho que el habitual, por lo que pensamos que era adecuado para representar que las fronteras y los horizontes afectivos y sensoriales de Cáit no se han expandido todavía y que hay cuestiones que están más allá de su entendimiento. Además, es un formato que pertenece a un tiempo en el que el cine estaba todavía en su infancia. Por todo ello, nos parecía el más apropiado para utilizar, pese al riesgo de desaprovechar todas las posibilidades de la belleza de la granja de los Kinsellas. Pero no se trataba de hacer una bonita postal de Irlanda, sino de poner al público en los zapatos de esta niña.
P. ¿Qué ha aportado la pequeña Catherine Clinch?
R. Desde mi punto de vista, en el cine una gran actuación tiene que ver con un proceso interno, por lo que es muy diferente del teatro. La cámara adora las interpretaciones contenidas. Y es que la vida real es así, los seres humanos llevamos siempre máscaras, pero nuestro mundo interior es muy diferente. Por eso lo que buscaba era una actriz joven que no tuviera miedo de esconderse a sí misma, por muy contradictorio que parezca, ya que al mismo tiempo tenía que exponerse delante de la cámara. Catherine tiene una disposición natural para ser perfectamente inconsciente cuando la están grabando, y esa era la alquimia que necesitábamos.
El irlandés, a los Oscar
P. ¿Qué significa para usted que su película sea la primera en lengua irlandesa que es nominada a los Oscar?
R. Estoy enormemente orgulloso. Gran parte del equipo habla irlandés, incluido yo mismo y mi mujer, que es productora de la película. La lengua irlandesa atraviesa grandes dificultades, está de hecho en la lista de lenguas en peligro de la Unesco. Aunque es oficial en el país, menos del 2% de la población la habla adecuadamente. Pero creo que los irlandeses están concienciados con este problema y que han apreciado con orgullo que la película tenga un reconocimiento en un escenario internacional tan importante.