Después de una película solemne como Argentina, 1985 que transpira clasicismo, cuenta Santiago Mitre (Buenos Aires, 1980) que quería rodar Pequeña flor (que se estrena en España el próximo 9) por “puro placer”. Adaptación de una novela homónima del escritor argentino Iosi Havilio, el más conocido “cineasta político” del mundo hispano aborda un lúdico divertimento cargado de humor negro con tintes surrealistas.
Ahora cuenta la historia de un cuarentón, José (Daniel Hendler), que sublima su crisis personal asesinando a su vecino, un dandi rijoso (Melvil Poupaud). Asentado en una ciudad francesa con un “clima de mierda”, el argentino dibujante de cómics se siente extraño en un país cuyo idioma no domina, al tiempo que su relación matrimonial con Lucie (Vimala Pons) se hace pedazos.
Autor de otras películas de tinte político como El estudiante (2011) o La cordillera (2017), Mitre está viviendo un momento dulce gracias al gran éxito de Argentina, 1985, recién estrenada para todo el mundo en Amazon Prime. Éxito arrollador y fenómeno sociológico en Argentina, los ecos de esta película sobre el juicio a Videla y sus militares golpistas se cuelan lógicamente en la conversación. “En un país tan polarizado como el mío es positivo encontrar puntos de unión”, sostiene Mitre.
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Pregunta. ¿Qué hay detrás del juego formal y la diversión de Pequeña flor?
Respuesta. La película contiene muchas referencias formales, es como una caja de sorpresas, un parque de diversiones en términos cinematográficos. Pero si uno tiene que extraer qué es lo importante, se trata de un relato sobre la historia del reenamoramiento de una pareja a partir de una crisis, que en parte está provocada por el nacimiento de su primera hija.
P. El protagonista suelta un discurso a favor de la rutina. ¿Secunda esa defensa?
R. Hay una parte muy poética. En este caso, José tiene una rutina bien macabra que consiste en asesinar a su vecino, luego irse de juerga con su pareja para regresar al cuidado de su hija. Es una rutina extraña pero no deja de ser un tipo muy rutinario. Yo, que soy ya un hombre que ha pasado a la madurez, me siento identificado y a gusto con la defensa de la rutina. Más allá de los juegos formales, que es lo que me atrajo como cineasta, me veo reflejado en ese contraste entre el amor y la pasión que se plantea.
Homicidio repetido
P. ¿Cuál es el peso simbólico de los asesinatos que perpetra el protagonista?
R. El cine ha reflejado a lo largo de su historia el asesinato como pocas artes, con un nivel de detalle infinito. Esa repetición del homicidio nos daba la posibilidad de trabajar esa situación dramática desde múltiples maneras, incluso vaciándola de sentido. En este caso, participan del ritual tanto verdugo como víctima.
P. En esa pareja, ¿quería contraponer al introvertido José frente a su esposa?
R. Pensábamos en esas características diferentes. José está viviendo una crisis no solo de pareja, también con el lugar en el que vive. Además, pierde su trabajo, está sin desarrollar su actividad… Entra en un estado de frustración pero es un personaje que lo expresa de manera lateral porque es introvertido. Encuentra dos llaves, una es ocuparse de su hija con el mayor detalle posible y la otra es visitar a su vecino para asesinarlo. Ella en cambio se manifiesta, sale de la casa… es alguien que se enfrenta al mundo de una manera activa.
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P. ¿Le fastidia que se le tilde de cineasta político?
R. No me molesta, tienen razón. Sé que lo que se espera de mí es una película política y está bien porque es lo que me gusta hacer y voy aprendiendo. Pero es bueno hacer películas más libres y divertidas, aunque Argentina, 1985 también tiene sus momentos divertidos. Rodé Pequeña flor porque hay un placer en jugar con ciertas formas y posibilidades. Luego tuve la suerte de encontrar una productora que me permitió hacerla. Los temas que trato tienen que ver con cuestiones personales pero también son demandas de un mercado. A los directores no nos dejan tanto salirnos de lo establecido.
P. Más de un millón de espectadores han visto Argentina, 1985 en su país. ¿Lo ve como un fenómeno social?
R. Algo de eso hay. Es sorprendente el nivel de consenso que ha tenido la película más allá de los debates interesantísimos que genera. Es un fenómeno que no consigo analizar, me falta un poco de tiempo. Nadie habla mal de ella como nadie habla mal del juicio a la Junta Militar. Cuando empezamos hace cinco años muy poca gente recordaba ese juicio y si lo recordaba lo recordaba mal. Representa uno de los pocos motivos de orgullo que puede tener la sociedad argentina de la posdemocracia. Eso está reflejado en una película de aspiración popular con Ricardo Darín como protagonista. Produce un reflejo de la sociedad argentina que al espectador le resulta placentero. Es lo único que puedo interpretar a estas alturas.
Reconstruir un país
P. ¿Cree que la película está sirviendo para que se cierren viejas heridas?
R. Creo que estamos colaborando con un granito de arena o tal vez más. Es positivo encontrar puntos de unión y me parece que el juicio a las juntas lo fue. La decisión del presidente Alfonsín de juzgar a la dictadura estuvo encaminada a unir a la sociedad. Se consideran atroces esos crímenes y a partir de allí se puede reconstruir un país, a partir de lo que es correcto, de la justicia. La sociedad argentina, como muchas otras en el mundo, está muy polarizada. Sin duda, esos discursos de polarización funcionan en ciertos sectores de la política. La extrema derecha los utiliza como forma de ganar espacio. Tienes que ser muy fascista para criticar el juicio a la Junta. A algunos militares y gente vinculada a ellos quizá les resultará antipático pero se produjo un punto de consenso y eso está bien.