Girasoles silvestres está marcada por dos vectores conductores.
Un vector estético encaminado a tratar de lograr más espectadores que mis anteriores películas. Frente a otros planteamientos formales más exigentes, en esta ocasión, las formas están suavizadas.
He recurrido al uso de colores vivos y saturados, tanto en el vestuario como en los decorados; he empleado una música de acompañamiento en varios momentos de la película que ayuda a que las emociones de los personajes lleguen con más fuerza y claridad; he buscado un ritmo más dinámico en el montaje; y, por último, he recurrido a actores y actrices muy carismáticos, especialmente la sorprendente Anna Castillo, que han realizado un trabajo con un amplio rango dramático.
Un vector ético que transporta una serie de ideas respecto al problema de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres en una época, la nuestra, de profundo cambio social en el que los roles se están redefiniendo. Una de estas ideas es la constatación de que, a lo largo de nuestra vida, pasamos por parejas muy diferentes entre sí.
Ese tránsito no se me antoja tanto el resultado del azar, como el proceso natural de aprendizaje dentro del amor. Cambiamos hasta que encontramos la pareja adecuada, la pareja que nos debería acompañar dentro de un proyecto de vida en común. Se trata de un proceso de maduración emocional en el que hombres y mujeres aprendemos a conocernos, respetarnos y ayudarnos. Se trata de un camino pedregoso lleno de obstáculos y de dificultades.
[Jaime Rosales vuelve al barrio en 'Girasoles silvestres']
Todas mis películas comparten la necesidad de comunicar algo a los demás y hacerlo fuera de las ideologías dominantes. Girasoles silvestres no es una excepción. Si hay algo que me aterra es la presión para que todo el mundo entre dentro de categorías cerradas de pensamiento. La libertad es nuestro bien más preciado.