La consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, es un concierto (y ballet) en el que el advenimiento del buen tiempo no se convierte en una música alegre y jovial sino más bien lo contrario: la vida emerge y estalla de manera turbulenta y dramática. En el caso de la película de Fernando Franco presentada hoy en Sección Oficial en el Festival de San Sebastián, la “primavera” del compositor ruso se convierte en el descubrimiento de la sexualidad de la adolescente protagonista, Laura (Valèria Sorolla), una chica que se introduce en el sexo manteniendo relaciones (pagadas) con un discapacitado.
Grandes aplausos para una película intrigante y misteriosa que se ve con adicción. Arranca cuando la protagonista conoce a David (Telmo Irureta), un chico con parálisis cerebral, en un after en una casa. En la primera secuencia, en la que ella está borracha y él le pide que le rasque el cuello desprende magnetismo, veracidad. A partir de aquí, Laura acepta convertirse en “asistente sexual” del chico, bajo el amparo de una madre muy protectora de su hijo (Emma Suárez) que durante una época lo masturbaba.
Recién llegada a Madrid y con 18 “recién cumplidos”, la heroína del filme se convierte de manera insólita en una mezcla entre prostituta y santa. Procedente de un pueblo mallorquín y de familia religiosa, lo más interesante de la película es la forma en que Franco hace creíble la relación entre la joven y el discapacitado. En él la necesidad parece más obvia y más evidente, la más intrigante es ella, esa Laura virginal que siente una mezcla de morbo, atracción y curiosidad por el pobre chaval.
¿Quién abusa de quién? ¿Quién le hace el favor a quién? Todos sabemos que la vida es caótica y enigmática, que no siempre hacemos lo que se supone que debemos hacer. La historia de Laura, bien contada, narrada con ritmo, es uno de esos secretos que todos atesoramos, una de esas fugas que se producen en toda vida que de alguna manera le dan sentido porque abren la puerta a lo desconocido. Bravo por esta película que es la mejor de Franco.
Dos joyas latinoamericanas
En Sección Oficial, una gran película, la colombiana Los reyes del mundo, dirigida por Laura Mora. Con una fotografía espectacular, la película arranca en las convulsas calles de Medellín en una imagen hipnótica en la que destaca un caballo blanco, que se convertirá en el símbolo de la película. Está protagonizada por cinco muchachos, todos muy pobres, que sobreviven a base de picaresca en un mundo salvaje y violento.
Su suerte parece cambiar cuando uno de ellos, Ra, recibe una notificación que le informa de que ha heredado unas tierras de su abuela. Forma parte de un programa de restitución de tierras del Gobierno por el cual se devuelven parcelas confiscadas por los paramilitares.
Junto a sus amigos, el protagonista emprende un viaje por la jungla colombiana en busca del tesoro perdido. Hay cine social del bueno y voluntad estética en una película exuberante, muy bella, en la que la peripecia de estos jóvenes nos conmueve.
En la sección Nuevos Directores hemos visto la nicaragüense La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, una película tristísima que la directora narra con forma de fábula. Está protagonizada por María (Ara Alejandra Medal), una niña de unos 12 años que vive con su madre en un vertedero de basura.
María es una niña especial, llena de imaginación, con una cabeza tan poderosa como para convertir un lugar tan lúgubre en un escenario de fantasía. Cuando su madre la abandona en una especie de fábrica con otros niños huérfanos, su imaginación se desbordará para afrontar el suceso. Es un filme bonito, bien contado, con algunas imágenes de gran belleza estética con el que Baumeister logra enternecernos con las mejores armas.