Gonzalo García-Pelayo (Madrid, 1947) es mundialmente conocido por haber inventado un método con el que desbancó casinos de todo el globo junto a su familia -esta historia se cuenta en la película Los Pelayos (2012), de Eduard Cortés-, pero antes ya había protagonizado vivencias que daban para varias biografías. En los años 60 montó en Sevilla la discoteca Dom Gonzalo, una leyenda del ocio nocturno de la ciudad que sirvió de puerta de entrada de los nuevos sonidos que llegaban de Estados Unidos. Posteriormente, se hizo a sí mismo productor musical y fue una figura fundamental en la eclosión del rock andaluz de grupos como Smash, Triana o Lola y Manuel.

Vivió en París, donde acudía diariamente a la Cinemateca de París, y a su vuelta estudió en la Escuela Oficial de Cine junto a Jaime Chávarri y Manuel Gutiérrez Aragón, aunque apenas duró un curso. Durante los últimos 70 y principios de los 80 rodó varias películas experimentales que se insertaron dentro de los movimientos contraculturales de la época: Manuela (1976), Frente al mar (1978), Vivir en Sevilla (1978), Corridas de Alegría (1982) y Rocío y José (1983). Todas ellas permanecieron en una especie de limbo cinematográfico hasta que en los 2000 la crítica y algunas instituciones como el Jeu de Paume francés empezaron a reivindicarlas. Fue entonces cuando García-Pelayo se decidió a retomar el cine, su gran vocación.

Ahora regresa con un ambicioso proyecto, El año de las 10+1 películas. Se trata de un reto en común con el productor Gervasio Iglesias, en el que ha estado durante un año viajando por todo el mundo para rodar 11 películas -con sus respectivos making of-. Kazajistán, India, Argentina, Portugal y España forman el paisaje de estas obras que versan sobre la geografía emocional de los lugares, el cine dentro del cine, la música como elemento argumental y el sexo como fuerza torrencial desestabilizadora. A partir de este 9 de septiembre todos lo filmes de este proyecto serán presentados por el propio director en el Museo Reina Sofía y en la Cineteca de Matadero.

Pregunta. ¿Cuál fue el origen de El año de las 10+1 películas?



Respuesta. En los últimos años he viajado a sitios que me han llamado mucho la atención y muchas veces me preguntaba por qué no habían sido nunca el escenario de una película. Me pasó en la India, pero también en España y en Portugal, país al que viajé a menudo antes y durante la pandemia. Este proyecto, que lo tenía como rondando en el subconsciente, se me manifestó de hecho en el cabo Espichel de Portugal. Se me ocurrió rodar a partir del mes de marzo del 21 en algunos lugares que se me habían quedado grabados en la cabeza y que se encadenaban por cuestiones climáticas: Kazajistán venía bien para el verano, en la India podíamos rodar en invierno, mientras que el otoño era ideal para la frontera entre España y Portugal y la primavera para Andalucía.

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P. El proyecto se presentó como El año de las siete películas en el Festival de Málaga. ¿Cómo acabaron siendo 10+1?

R. Decidimos desdoblar la película en la frontera entre España y Portugal, porque tenía dos partes muy diferenciadas, la carne y el alma, y usamos paisajes parecidos pero distintos, unos con una sensación más dura y otros con una sensación más lírica. En la India nos pasó algo parecido, ya que íbamos a hacer una única película en los dos estados del sur, pero nos dimos cuenta que teníamos espacio suficiente para dos películas, una en cada estado. Después surgió la posibilidad de ir a Argentina, pero por circunstancias personales me tuve que quedar en España. El filme lo rodó un miembro del equipo, Paco Campano, aunque el proyecto estaba elaborado por mí. Por eso, el +1.

P. Si no me fallan las cuentas, seguiría faltando alguna respecto al proyecto original…

R. Sí. En la primavera de 2022, cuando ya lo teníamos todo prácticamente hecho, nos dimos cuenta de que teníamos unos 20 días libres en Sevilla y se me ocurrió hacer otras dos películas que podían servir de resumen de todo, una centrada en el pensamiento y otra en mi sensación respecto al sexo. Así surgieron Pensamiento insurrecto, una conversación con el escritor y filósofo Agapito Maestre, y Tu coño, una película que ha satisfecho mi inquietud de hacer un trabajo limítrofe al porno o dentro de él. Son las únicas que no están hechas en localizaciones especiales ni en exteriores.

P. ¿Desde un punto de vista personal, qué le ha llevado a embarcarse en un proyecto tan ambicioso?

R. Había terminado con mi cuarta mujer y tenía una especie de sensación de vacío a los 74 años que tenía entonces, ahora ya 75. Y sentía que tenía un déficit de cine, porque solo me he podido dedicar a ello en momentos concretos de mi vida. Había hecho 14 películas, pero me parecía una cantidad pequeña. Y la cantidad me parece muy importante, porque es algo en lo que destacan grandes figuras como John Ford, Picasso o Bach. Además, atravesaba un momento de bonanza económica por mis asuntos de criptomonedas. Así que nos lanzamos a hacer estas 11 películas, que por otro lado son muy baratas. Por ejemplo, Los Pelayos (Eduard Cortés, 2012), la película que se hizo sobre nuestras aventuras en los casinos, es tres veces más cara que este proyecto. Al final ha sido todo rápido y barato, aunque ha cobrado todo el mundo. Cada película ha tenido una media de ocho días de rodaje y un costo casi amateur.

P. ¿Cómo se construyeron las historias de cada película?

R. Digamos que no había un guion al uso. Teníamos un esbozo, una sinopsis, una idea de lo que íbamos a desarrollar en cada paisaje. En Kazajistán, por ejemplo, queríamos rodar en la capital, pero no queríamos hacer un documental, por lo que creamos personajes y una historia. La idea era que los paisajes vibraran con los personajes que interactúan allí, que hubiera una relación muy cálida entre los actores y los lugares. Y los personajes surgen de pensar en historias de amor o de desamor. Pensaba mucho en la secuencia fundamental de La aventura (1960), la única película que me gusta de verdad de Antonioni, cuando se pierden en el desierto de piedras de las islas Eolias. Buscaba esa misma sensación de que el desierto de piedras es el alma de los personajes, que se mimetizan con el paisaje.

Imagen de 'Ainur', el filme rodado en Kazajistán

P. Cada película llega con su respectivo making of. ¿Por qué le parecía esto interesante?

R. Fue una idea que tuvimos desde el principio. El making of me parece un gran invento. Son documentales que no tienen más argumento que lo que ocurre durante el rodaje. Si el proyecto en sí es una aventura, describir la aventura es otra gran película. Algunos de estos documentales son incluso más largos que las películas, que quería que no durasen más de 75 minutos. El making of de Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo llega a las dos horas. Y es que es un género que no tiene límite dramático ni de ritmo ni de ningún tipo. Creo que van a ser muy esclarecedores. Imagínate lo que sería tener un making of de Ciudadano Kane, sería una joya. Esperemos que alguna película agarre y el making of pueda tener un valor incluso comercial.

P. ¿En estas películas le interesaba más la narrativa o transmitir una experiencia visual y poética?

R. Me interesaba transmitir tanto una narrativa como una experiencia sobre todo poética, aunque también visual. El proyecto es una recapitulación de sensaciones que he tenido en los lugares en donde hemos rodado, esa es la parte poética, y hacía falta abordarlo desde la experimentación narrativa. Hubiese sido imposible rodar ocho o diez películas convencionales. Tenían que ser películas muy pequeñas también en un sentido personal. Películas de cámara, o Kammerspiel, como decían los alemanes al principio del mudo. Las narrativas además se tenían que ajustar al poco tiempo que teníamos para rodar.

P. Su biografía está muy ligada al mundo de la música. ¿Es un elemento importante en este proyecto?

R. La música es muy importante en todas, y en algunas destaca especialmente. Utilizo el rock, música india… En Alma quebrada solo hay canciones de cantautores como Fernando Arduán, Manuel Picón, Antonio Vega... Pero no son canciones de adorno, sino que están contando la película y se entrelazan entre ellas y con los paisajes. De hecho fue una canción de Antonio Vega la que me inspiró a hacer todo esto cuando estaba en el cabo Espichel de Portugal, donde parecía que su música cobraba mayor sentido. Y al final no solo ofrecen un hálito poético al filme sino que funciona como elemento narrativo. Esto ya pasaba en mi primera película, Manuela (1976), donde prácticamente todas las canciones contaban la película.

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P. Creo que dos de los filmes han recibido calificación X…

R. No exactamente. Carne quebrada fue calificada X, pero después hicimos una reclamación y le han cambiado la calificación. Y Tu coño todavía no la hemos presentado a la evaluación porque la acabamos de terminar. La vamos a estrenar en el Museo Reina Sofía, que no tiene problemas con estos asuntos. En la Cineteca sí que hay restricciones. Quizá Tu coño acabe siendo X, aunque no creo que sea porno. El problema es que las películas X solo se pueden ver en salas X y no queda ni una sola en España, por lo que es absurdo, te obligan a guardarla en un cajón. Los museos, con esa idea de arte libre, afortunadamente nos acogen. En cualquier caso, pelearemos para que no sea X. Creo que es un porno totalmente diferente a todo lo que he visto a lo largo de mi vida, y he visto mucho porno.

Imagen de 'Tu coño'

P. ¿Por qué el sexo es tan importante en su obra?

R. Vivir en Sevilla (1978), que es mi película clave, se rodó al principio de la Transición, cuando ya no había censura. Me vi moralmente obligado a plantear cuestiones sobre el sexo que no se habían visto todavia en el cine español. A partir de ahí siempre he tenido mucho interés en mostrar el sexo en pantalla. Sin embargo, también tengo películas blancas o películas absolutamente místicas. Alma quebrada y Carne quebrada son completamente opuestas, como el grave más grave y el agudo más agudo de una guitarra. En una vemos el amor desde la parte absolutamente carnal, y en la otra cantamos a Santa Teresa de Jesús. Pero el sexo y el cuerpo son temas fundamentales que están en las dos películas. 

P. Durante décadas su obra cinematográfica estuvo un poco en el olvido. ¿Cómo lo vivió?

R. Lo viví con tristeza, ya que siempre he querido ser director de cine. Hice cinco películas y la primera, Manuela, tuvo un gran éxito en taquilla, pero muy mala crítica. Y las demás tuvieron una aceptación tibia, pero acabaron olvidadas por la crítica y el público. Eso me llevó a la retirada, pero no fui yo el que se quitó del cine sino el cine el que se quitó de mi. Estuve 30 años sin rodar una película. No es ningún honor, pero sí un récord. No conozco a nadie que haya estado 30 años en silencio y haya vuelto. Durante ese tiempo me dediqué a la música, al juego y a otras cosas y de repente empiezo a ver un reconocimiento inesperado para mi obra. Vivir en Sevilla aparece en el puesto 900 de las mejores películas de la historia en la prestigiosa revista Sight & Sound, que es algo que me parece un hito y con lo que soñaba. Al mismo tiempo, algunos críticos jóvenes empiezan a apreciar mis películas y me decido a volver al cine. Ha sido una vuelta muy gozosa.

P. Este año vuelve a aparecer la lista de Sight & Sound, que se publica una vez cada década…

R. Sí, en 1952 fue la primera edición y ganó El ladrón de bicicletas. De 1962 a 2012 estuvo Ciudadano Kane en lo más alto, pero fue desbancada por Vértigo en la última votación. Para este año, he participado en la lista de directores. Además, sé que voy a contar con más votos, al menos 7, lo que podría colocar Vivir en Sevilla entre las 300 mejores de la historia, lo que para mí sería un sueño. Estoy como un niño chico con una carpeta nueva en el colegio.

P. ¿Cree que su cine sigue formando parte de la contracultura? ¿Existe algo así en la actualidad?

R. Siempre me he sentido parte de la contracultura. Me gustó mucho verme muy representado en el magnífico libro de Jordi Costa sobre la contracultura en España, Como acabar con la contracultura. Todas estas películas son contraculturales, y Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo y Tu coño lo son plenamente. Lo que pasa es que ahora, afortunadamente, estamos en otro tipo de sociedad que cuando trabajaba en los 70. La cultura oficial está muy atenta de la contracultura, pero creo que no ha logrado absorberla. Los Beatles o los Rolling Stones son respetados desde las atalayas de la cultura, pero siguen siendo contracultura. Es ahí donde me siento más a gusto, es mi sitio.