Tras estrenar una de las obras más estimulantes y singulares de los últimos años, Quién lo impide (2021), ese feliz y libérrimo mestizaje entre documental y ficción que ofrecía una de las radiografías más veraces y emocionantes de la adolescencia, Jonás Trueba (Madrid, 1981) vuelve a indagar en las tribulaciones existenciales de su generación con la más breve y misteriosa de sus películas.
Rodada como siempre en los márgenes de la industria, con el mismo equipo tanto delante como detrás de la cámara que ya pergeñó obras tan sinceras y sentimentales como Los ilusos (2013), Los exiliados románticos (2015), La reconquista (2016) o La virgen de agosto (2019), Tenéis que venir a verla se construye con cuatro personajes, un tema de Chano Domínguez, un poema de Olvido García Valdés y un libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk. Tan sencillo y, a la vez, tan profundo como eso.
En el filme, la pareja de urbanitas conformada por Elena (Itsaso Arana) y Daniel (Vito Sanz) decide aventurarse a la sierra para visitar a Guillermo (Francesco Carril) y Susana (Irene Escolar). Una comida, un partido de ping-pong y un paseo por el campo completan la ecuación de este filme cuyo título, tráiler y cartel es una irónica y chistosa llamada a la acción.
['Tenéis que venir a verla', atrapar la irrealidad del mundo]
“Intentamos no mentir, y esto ya es algo”, explica el director desde la humilde sede de la productora Los ilusos, una antigua floristería situada frente a la Iglesia de San Francisco el Grande. “Hoy en día la estrategia de venta de la mayoría de las películas se basa en la mentira. O, por no decirlo tan fuerte, en la sobredimensión. Desde el principio quisimos ser francos con este filme que es muy sencillo, que se rodó en pocos días y que hemos producido con cuatro elementos. Obviamente el título es un reclamo. Ataca directamente a la gran cuestión actual del cine: ¿qué va a pasar con las salas?”.
Pregunta. Poco más de 60 minutos. ¿Es una provocación?
Respuesta. Sí, pero en un sentido sano y lúdico. Hay cierta comedia soterrada en todo esto. Quién lo impide era larguísima, una experiencia física, excesiva, que te pasaba por encima. Ahora busco lo contrario, que genere la pregunta: ¿es esto suficiente? Para mí, sí. El cine no tiene por qué ser solo espectacular y grandioso.
P. Por primera vez sus personajes no buscan el amor, mantienen relaciones estables. ¿Es un signo de madurez?
R. Una madurez muy tímida. Es verdad que nunca habíamos retratado a una pareja como la de Itsaso y Vito, que hablan sin mirarse y muestran ciertos gestos de agotamiento. Incluso les pedía que sus cuerpos estuvieran un poco cansados, porque yo también me siento así. Se ve el tipo de viejos que pueden llegar a ser. La muerte está más presente.
P. Tenéis que venir a verla está más cerca de Los exiliados románticos que de La reconquista o La virgen de agosto. ¿Lo percibe así?
R. Sí, aunque solo sea porque son los dos rodajes más breves que he encarado. Ambas están hechas de una manera muy intuitiva y muy rápida, con esa sensación que le comentaba antes de no saber exactamente si es una película. Están al borde de no serlo. Pero Los exiliados todavía arañaba la juventud, con cierto humor sobre la idea del amor, y aquí eso ya no aparece. Tenéis que venir a verla es una película de estados de ánimo, de momento puro y duro, de estricto presente, mientras que La reconquista o La virgen de agosto son películas más reposadas, con una estructura, realizadas con más tiempo y cuidado, con más poso vivencial.
Granada, en los 90
P. ¿Estamos por tanto ante un repliegue?
R. Para mí no tiene sentido que cada película tenga que ser más grande que la anterior. No quiero aspirar a esa idea de éxito que marca la industria y que no veo nada clara. Este otoño, sin embargo, espero poder hacer mi película más ambiciosa hasta la fecha. Trata sobre la escena musical de Granada en los 90, aunque es más que eso. Casi diría que es industrial, con un presupuesto cercano a los 3 millones de euros. Pero eso no significa que me vaya a instalar ahí, que vaya a ser ya un director de ayudas generales.
P. ¿Se puede hacer un filme como Tenéis que venir a verla desde dentro de la industria?
R. No, solo se puede hacer de manera independiente y con un equipo que entienda el proyecto, que confíe en ti sin una meta clara. Y eso es una conquista de todos estos años. Gracias a la confianza podemos trabajar con ese nivel de esencialismo, algo que hace unos años hubiese sido difícil. Y con los actores, Vito, Itsaso o Francesco, hemos creado un lenguaje común. Pero es algo de lo que no se habla en mis películas. Al final se habla demasiado de mí, y casi siempre para mal.
P. ¿Por qué para mal?
P. ¿Por qué decidió abrir la película con la actuación de Chano Domínguez?
R. A Chano lo conozco a través de mi padre, gracias al documental Calle 54, pero surgió de pura casualidad. Le vi por YouTube en el festival de Jazz de Vitoria interpretando Limbo, el tema que compuso durante la pandemia, y enseguida me di cuenta de que era una música que transmitía esa sensación extraña que yo estaba sintiendo y que quería contar a través de la película. Se lo expliqué, le propuse que saliera en la película y enseguida aceptó.
P. Otro de esos elementos con los que se construye el filme es el texto de la poeta Olvido García Valdés, que ella misma recita en off.
R. Me impactó esa idea de la crisis de irrealidad que define de una forma tan exacta, tan justa en las palabras. Me ayudó a entender lo que estaba buscando, lo que estaba sintiendo en ese momento. No es la famosa crisis de identidad, que bien podría ser el tema de La virgen de agosto, ‘no quien soy sino si estoy’. Al final esa cuestión de si vives en la ciudad o a las afueras es una chorrada, lo importante es que de pronto puedes sentirte no del todo viviendo y te recorre el cuerpo una especie de escalofrío. La película intenta atrapar ese escalofrío que puede durar un segundo, ese vientecillo que de pronto te da en la cara y te hace dudar de todo, aunque desaparezca al momento.
P. El último elemento que configura el filme es el libro Has de cambiar tu vida, de Peter Sloterdijk, el epicentro de la conversación más larga...
R. Esto sí que es una provocación, por eso de que siempre me tachan de pedante por poner libros en mis películas. Yo venía leyendo este libro de Sloterdijk desde hacía tiempo, porque es el típico libro del que vas yendo y viniendo, porque es enriquecedor, divertido y estimulante por un lado, pero también muy exigente y por momentos incomprensible. Pero a mí me gusta tener este tipo de luchas con los libros. De tanto convivir con él, se acabó metiendo en la película, pero porque realmente también hablaba de lo que estaba pasando, aunque hubiese sido escrito hace unos años. El equipo se reía cuando lo incluí en el guion, no se creían que fuera a ocupar tanto tiempo, pero por qué no. Podrían ponerse a hablar de fútbol o de política, pero a mí me pasa que cuando un libro me apasiona le doy el coñazo a mis amigos con él.
P. El final de la película retoma aquel juego metacinematográfico de Los ilusos, apareciendo imágenes del equipo. ¿El objetivo es subrayar que cine y vida son lo mismo
R. Es que realmente son lo mismo, no sé dónde está la duda al respecto. ¿Cómo no va a ser lo mismo? El cine es una actividad humana, que hemos inventado para sobrevivir en el mundo, para sortear la muerte. Esa imagen que cierra el filme aparece quizá de una manera más sencilla que en Los ilusos. Cada vez uno se siente más pequeño en el mundo, más ridículo y solo somos hormiguitas que hacemos cine. Y eso creo que es lo que muestra el final, ¿no?
El rastro de la pandemia
P. ¿En el fondo es un filme sobre la pandemia?
R. Al menos quería hablar sobre su rastro, esa especie de extrañeza o duda que nos ha dejado, aunque ya se está esfumando. Mis películas están pegadas a lo circunstancial y aquí se nos ve como perdidos y atontados después de ese drama que nos ha afectado a todos.
P. ¿La nueva Ley Audiovisual es otro drama?
R. Lo que ha hecho este gobierno es una falta de respeto flagrante a la gente que hace cine en este país. Y lo peor es que ni siquiera son conscientes de lo que han hecho. Nos han jodido desde la ignorancia total. Es cierto que hay más trabajo que nunca, pero si nos dejamos agasajar con estos contratos a lo mejor pagaremos las hipotecas, pero ya no habrá ni cine independiente, ni salas, ni películas hechas por nosotros mismos.