Jonás Trueba (dcha.) y Francesco Carril en el rodaje

Los exiliados románticos comienza su andadura en el BAFICI de Buenos Aires, luego competirá en el Festival de Málaga, que arranca hoy, y después en el Cinema d'Autor de Barcelona. Hemos hablado con Jonás Trueba sobre su hermosa película rodada en diez días, un viaje por Francia propulsado por el instinto y la necesidad de hacer cine con lo puesto. O como dice el cineasta: "Un verdadero gesto romántico".

Jonás Trueba (Madrid, 1981) se resiste a hablar de su película como si fuera la crónica de un último verano, el de la juventud y el amor sin condiciones. Aunque algo de ello hay, Los exiliados románticos apunta en otras direcciones. Digamos que su cocción urgente y ligera -"Es la película menos intelectualizada que probablemente haga en mi vida", explica el cineasta-, propulsada "por una broma durante una borrachera", y rodada en apenas doce días de viaje con paradas en Toulouse, París y Annecy -destinos históricos del exilio español-, nos dice tanto sobre el motor sentimental del filme como las imágenes que finalmente alcanzan la pantalla. "La escritura del guion ha sido puramente mental. No es tanto una película de improvisación como de acción y reacción, de un guion hablado en la furgoneta", sostiene.



Cuando estrenó Los ilusos, Trueba se refería a ella como "una tentativa de película", y también como "una película sobre el cine pero sin cine". En respuesta, podríamos hablar de Los exiliados románticos como una película que trascendió la tentativa, o como una película sobre la vida pero con el cine. Rodó Los ilusos a partir de unas notas escritas en servilletas, sin ayudas institucionales, con la colaboración de un grupo de amigos en sus ratos libres a lo largo de siete meses. El verano pasado volvió a reunir al mismo equipo técnico y artístico -Francesco Carril, Vito Sanz, Isabelle Stoffel, etc.- para el rodaje exprés de Los exiliados románticos, que puede entenderse como un díptico de aquella del mismo modo en que aquélla era una especie de "cara B" de su debut, Todas las canciones hablan de mí. "Me gusta verlas como películas hermanas, pero es que uno va construyendo un relato con cada película, y la una no existe sin la anterior".



Tengo la sensación de que es una película que hemos arañado al tiempo, a la juventud, al verano y a nosotros mismos"

De la reflexión a la intuición, del entretiempo al verano, del blanco y negro al color... En verdad, las distancias que separan Los ilusos de Los exiliados románticos son manifiestas, aunque algo las hace semejantes, algo que podríamos llamar la poética del esbozo. Hacer cine a vuelapluma: "Estoy encontrando la manera más cómoda de trabajar. Intento no sistematizar mucho, ni cerrarme a un estilo. Voy probando y encontrando dónde me siento más cómodo". A partir de la fragmentación, de los apuntes y bocetos, de la artesanía del oficio, como si fuera un poeta, un pintor o un músico, el joven de los Trueba echó mano de carretera y manta para volver a soñar un cine que se disputa en las barricadas de la producción, es decir, que se deja gobernar por los caprichos (las necesidades) de la creación.



"El sistema burocrático muchas veces se da de bruces con sistemas creativos en los que necesitas crear con amigos y con gente en la que confías, no en la que confían los demás. Quiero que la película esté abierta a los vaivenes y los bandazos, y claro, eso es inaceptable para un productor -sostiene Trueba-. Además, me rebelo contra la idea de hacer películas cada vez más grandes y solo ese tipo de películas. Creo que es una cosa seria. Conlleva varias renuncias. Podría meterme en el embudo del sistema, pero prefiero no hacerlo, prefiero dar la batalla". Si, como dijimos en su momento, los ilusos serán los supervivientes de estos tiempos sombríos, los románticos bien pueden ser sus albaceas.



A los románticos de su película les ponen rostro y nombre Franceso (Carril), Vito (Sanz) y Luis (E. Parés), un trío de amigos que emprenden viaje desde Madrid hasta el lago Annecy, eje transversal entre Francia, Italia y Suiza. "Es donde Eric Rohmer rodó La rodilla de Clara. No me había dado cuenta de ello en el rodaje y eso que es una de las películas que más veces he visto. Los exiliados románticos podría interpretarse como una película rohmeriana, aunque lo cierto es que no parte de esa intención", asegura el director. Los tres protagonistas representan tres tipologías del amor, o al menos tres formas de entenderlo. "Me identifico mucho con los tres, y me gusta pensar que cada hombre tiene un poco de ellos. Pero creo que al final la película es una reflexión sobre la amistad. Cuenta conmigo para mí es una película esencial".



Entre la chanza y la convicción, el cineasta introduce una leyenda en el arranque del filme que identifica a sus criaturas con los vestigios históricos del movimiento romántico, aquel que sucumbió al raciocinio ilustrado siglos atrás. "El Romanticismo está muy vendido a un cierto cliché, sobre todo en España. Me fascinan tipos como J. G. Herder, el prerromántico alemán, cuya teoría sobre la creación y el arte considero muy actual". Le gusta referirse a su película como un "gesto romántico", acaso como el que materializa Vito en una larga y memorable secuencia en los parisinos Jardines de Luxemburgo, filmada en plano fijo y sin cortes. Se trata de una declaración de amor preñada de coraje, ternura y encantadora torpeza, que Vito chapurrea en francés -en la película se hablan hasta cinco idiomas-, y que en gran medida recuerda al conmovedor desenlace de Todas las canciones hablan de mí.



"Mientras hacía la película pensaba en la diferencia de sexos -añade Trueba-. Noto que a medida que pasa el tiempo, las mujeres se van, se distancian, porque son más grandes y mejores que los hombres. He llegado a pensar que llegará un momento en que nos abandonen a todos, y además con razón. Esto me lleva a la idea de que el género masculino está un poco en decadencia". Esa noción del declive masculino es acaso la que recorre también el tema Oda al amor efímero de Tulsa, que actúa como hilo conductor, incluso catalizador del filme. "La película es como una puesta en escena de esa canción. De hecho, surge del encargo de hacer el videoclip". Trueba admite que "ha vampirizado" a su cantante, Miren Iza, cuya voz, música y presencia acaba convirtiéndose prácticamente en un personaje más de la película.



Como siempre en el joven Trueba, vida y cine se confunden y se enredan, como si las películas para él no pudieran escapar de los combates cotidianos a los que se enfrenta. "Tengo la sensación de que es una película que hemos arañado al tiempo, a la juventud, al verano y a nosotros mismos. Y eso es lo más emocionante para mí". Su emoción palpita en la pantalla.

Málaga, sin etiquetas

Jonás Trueba celebra que su película pueda competir, casi simultáneamente, en festivales tan distintos como el BAFICI de Buenos Aires y el de Málaga: "Eso significa que no se la puede etiquetar". El festival malagueño no escapa a las etiquetas -óperas prima, cine de género y rostros televisivos-, si bien el director madrileño destaca su palmarés: "No hay que olvidar que ha propulsado obras como 10.000 kilómetros, Azuloscurocasinegro, Torremolinos 73, Bajo las estrellas, Carmina o revienta...". La mayoría eran primeras películas, que en la edición de este año incorpora a actores debutantes tras la cámara (Daniel Guzmán, Leticia Dolera y Zoe Berriatúa) y que se medirán a directores como Isabel Coixet, Joaquín Oristrell, Antonio Hernández, Alfonso Albacete o el británico Barney Elliot.