A los 20 años la actriz tuvo que enfrentarse a un mundo que le resultaba tan desconocido como amenazante

A los 20 años la actriz tuvo que enfrentarse a un mundo que le resultaba tan desconocido como amenazante

Cine

Judy Garland, un ángel sin paraíso

Protagonista de 'El mago de Oz', título convertido en icono de la cultura popular con el que han soñado varias generaciones, Judy Garland fue un juguete roto en lo personal pero casi un mito para la historia del cine. Este viernes 10 hubiese cumplido 100 años.

12 junio, 2022 02:39

Hay en la filmografía de Judy Garland (Grand Rapids, Minnesota, 1922-Londres, 1969) una escena, la que concluye la apoteosis final de Armonías de juventud (1940), que encierra por sí sola todo aquello que la actriz debía suponer para el imaginario colectivo estadounidense. La música feliz y banal que ha sonado incansable durante el metraje se transforma repentinamente en marcha militar y el rostro infantilizado de Garland se superpone, sonriente, a una bandera de barras y estrellas que ondea al viento. En un único plano, la Metro preparaba al país para el paisaje bélico que se cernía en el
horizonte.

En una entrevista que Garland concedió a Hedda Hopper durante el rodaje, la actriz confesaba que había días en los que no se veía capaz de sobrevivir hasta el final de la jornada. Distaba de ser una boutade: el realizador de la película, Busby Berkeley, siempre se jactó de dirigir a sus actores como había dirigido a sus tropas en el frente europeo durante la I Guerra Mundial. Pero los continuos insultos en el plató eran solo el último eslabón de una maquinaria implacable, la de la Metro, que Garland llevaba años padeciendo.

Hablamos de dosis masivas de anfetaminas y barbitúricos para soportar las interminables sesiones de trabajo, de trastornos de alimentación, de acoso sexual, de electroshocks, de abortos provocados para no romper su imagen de eterna adolescente, de empujones hacia el alcohol para intentar calmar su continuo estado de ansiedad. La estabilidad mental resultó una meta inalcanzable para una adolescente obligada a escuchar a diario comentarios despectivos sobre su físico de maquilladores, encargados de vestuario y ejecutivos.

Entre todos entretejieron un infierno de inseguridad aún más insoportable cuando Garland se cruzaba por los pasillos de la Metro con las explosivas estrellas femeninas de la casa, Lana Turner y Hedy Lamarr. Cómo escapar de esta burbuja sin poder salir de los muros de la compañía, un claustrofóbico hormiguero donde se movían cuatro mil quinientos trabajadores, tan autosuficiente como para contar con burdel propio, según revelaría Garson Kanin, futuro guionista de Ha nacido una estrella (1954). Una película producida por la propia actriz que cerraría un arco abierto quince años antes con
El mago de Oz (1939), icono de la cultura popular que haría soñar en technicolor a varias generaciones.

Una veintena de películas en las que Garland, eternamente sonriente, eternamente despreocupada, eternamente desbordante de alegría de vivir, encarnó a la perfección la girl next door mientras vivía íntimamente mil vidas en una. Garland se había subido por primera vez a un escenario con apenas dos años; con trece firmó su contrato con la major. Aupada por una voz prodigiosa, se convirtió en un purasangre de la compañía del león y brilló en los lujosos musicales marca de la casa, pero el proceso de cosificación la abocó irremediablemente a un callejón sin salida.

Crisis nerviosa

Casada con el director que mejor la había entendido, Vincente Minnelli, veinte años mayor que ella y hombre al que solo se conocían relaciones homosexuales, el nacimiento de su hija Liza la llevó a una crisis nerviosa que sería el umbral de un rosario de intentos de suicidio que solo podemos leer como desesperadas llamadas de atención. Corría el ecuador de la década de los cuarenta y Garland se había convertido en una figura triturada por una maquinaria que no tardaría en expulsarla del paraíso. A sus veintiocho años, la actriz se veía obligada a afrontar un reto que nunca había podido imaginar: enfrentarse a un mundo que le resultaba tan desconocido como amenazante.

Lejos de quedar atenazada por el terror, Garland comprendió que estaba ante una oportunidad única de labrar su propio camino. Se implicará en películas en las que explotar su potencial dramático –trabajará con Kramer en Vencedores o vencidos (1961) y con Cassavetes en Ángeles sin paraíso (1963)–, se reconvertirá en estrella televisiva, se lanzará a una carrera musical que alcanzaría su punto culminante en unos conciertos neoyorquinos considerados aún hoy los más legendarios del show business americano. El álbum que los recogió, Judy at Carnegie Hall (1961), se mantuvo dos años en el Billboard y se alzó con el primer Grammy al mejor disco conseguido por una mujer.

Detalle de el cartel de 'Ha nacido una estrella' (1954)

Detalle de el cartel de 'Ha nacido una estrella' (1954)

No dudó en romper el tabú de la significación política: se manifestó contra McCarthy y participó en la Marcha sobre Washington de Martin Luther King. Y si en su juventud se había visto obligada a esconder sus numerosos romances (Orson Welles, Marlon Brando, Frank Sinatra, Tyrone Power), ahora vivirá su sexualidad sin ningún reparo y de manera abierta. La antigua mujer infantilizada se había convertido en otra que marcaba sus propias normas al margen de cualquier regla establecida.

Claro que para entonces los daños eran ya irreparables. Incapaz de vivir sola, Garland debía estar acompañada las veinticuatro horas del día. Sin vivienda fija, deambulando de una ciudad a otra, la actriz conocerá a Mickey Deans, un oscuro empresario del mundo de la noche que se encargaba de conseguirle cargamentos de pastillas. El día de su boda, ni uno solo de los invitados acudió a la ceremonia. Fue él quien en junio de 1969 la encontró en el baño del piso que compartían en Londres muerta por una sobredosis.

Garland, que desde hace tiempo veía cercana su muerte, se permitía bromear sobre ella fantaseando con un funeral encabezado por un cortejo de homosexuales. Fue exactamente lo que encontró cuando su cuerpo embalsamado fue recibido en el puerto de Nueva York por una multitud de veinte mil personas. Era el último acto de una vida que por su lucha por la supervivencia, por su historia de diva trágica y por la eterna ironía que siempre manejó consigo misma se convirtió en un referente camp para la comunidad LGTBI.

Todavía vigente: cuando este cronista acudió hace unos días a Wikipedia para confirmar la fecha de su muerte se encontró con la sorpresa de que alguien había cambiado el texto inicial por otro que decía “Judy Garland; June 10, 1922- forever”. “Forever”, “para siempre”, pues suele recordarse que la actriz cayó cientos de veces pero no que su logro fue conseguir levantarse otras tantas. Por muchas dificultades que encontrara, porque, como ella misma señalaba, “siempre me he tomado muy en serio El mago de Oz, creo que el arco iris existe. Y he pasado toda mi vida intentando superarlo”.