Estas “memorias de un hombre de cine” son las de un vástago de cómicos, núcleo de una amplia familia de artistas que le precede y le continúa; las memorias de un valiente humanista de ceño fruncido, enamorado de la vida y del trabajo; de un hombre que fue esencialmente político y que, casi octogenario, rozando el abismo del olvido, volcó generosamente, con manifiesta honestidad, confesiones y recuerdos en memoria fotográfica.
Hay en sus más de trescientas páginas amonestaciones pocas veces acompañadas de autocrítica, con frecuencia envueltas en nostalgia amarga, en ocasiones tiernas y esclarecedoras, siempre vivas. Son las memorias de un hombre, Juan Antonio Bardem (1922-2002), que defendió sus convicciones hasta el final, casi sin moverse de una militancia aguerrida desde su “nacimiento espontáneo como comunista”. Son también, quizá por encima de todo, las memorias de la segunda mitad del siglo XX del cine español.
Los fragmentos más fascinantes de Y todavía sigue –que originalmente publicó Ediciones B en 2002 y que recupera ahora Cátedra en edición comentada y corregida– corresponden en gran medida a la evocación de los rodajes y proyectos cinematográficos (con Berlanga y sin él), con sus retratos de actores y actrices, directores, productores y profesionales de la industria (el respeto a Rafael Gil, su incomprensión hacia Edgar Neville, el látigo a Jaime Chávarri), pero no menos interesantes son los relatos de su implicación en el tejido social y político de su tiempo. Si bajo el mismo epígrafe de “1951” (el más largo, 26 páginas) emprende un trayecto que recorre Esa pareja feliz, Bienvenido Mr. Marshall, Calle Mayor y Muerte de un ciclista, mientras vuelca reflexiones sobre el oficio de director, en otro largo fragmento abre las tripas de los movimientos políticos en la legalización del PCE, periodo en el que actuó como “correo del zar”.
Son recuerdos que recorren desde los años párvulos en Madrid y la infancia de su “primer beso de amor” a su prima, antes de la guerra, hasta el final de sus días, homenajeado por una Academia de Cine que no tiene reparos en considerar “una organización elitista”. Entre ambos extremos queda reseñada toda una vida como partícipe en los centros neurálgicos de la política y el cine: el ámbito de formación académica y la Escuela de Cine, festivales internacionales, las Conversaciones de Salamanca, la cárcel y la libertad, contactos soviéticos y proyectos internacionales...
Estructurados como brochazos que avanzan y retroceden en el tiempo, la suma de los fragmentos no es de naturaleza impresionista. Más al contrario, son unas memorias minuciosas, que no quieren dejarse nada ni nadie en el tintero. Trascienden la acumulación de batallitas para tejer un relato y sobre todo un autorretrato. La introducción de Carlos F. Heredero, que ordena y acota la relevancia de su trayectoria profesional, se ofrece como el marco en el que Bardem nos llevará de la mano por sus interioridades. En suma, la voz de un imprescindible.