El director francés Michel Hazanavicius es muy dado a revelar los entramados del cine en sus películas. Puso una pica en Hollywood con su remedo de la caligrafía del cine mudo en The Artist (2011) y se esmeró en desacralizar a Jean-Luc Godard en Mal genio (2017). Su tercera tentativa se titula Corten! y destripa, literal y figuradamente, los rodajes de saldo del cine de zombies.
La comedia ha inaugurado la 75 edición del Festival de Cannes deslucida por la controversia. El primer contratiempo estuvo en el título, que en origen y homenaje al cine de ínfimo presupuesto era Z. En noviembre, el cineasta barajó cambiarlo por el auge del candidato de extrema derecha a las elecciones francesas Éric Zemmour, cuyos acólitos se hacen llamar Génération Z. El reemplazo se produjo, finalmente, a instancias de varias voces ucranianas del audiovisual, sobrecogidas por la posibilidad de una Croisette infestada de una letra que se ha convertido en símbolo de adhesión a la invasión rusa de su país. El último grafema del alfabeto es la esvástica de nuestro tiempo.
No es la primera vez que el festival se abre con una revisión cómica de las películas de muertos vivientes. Así lo hizo en 2019 con el título menor de Jim Jarmusch Los muertos no mueren. Pero en aquella edición la proyección no fue precedida por un discurso vía satélite del presidente de una nación desangrada por la guerra. Escasos minutos antes del estreno, Vladimir Zelenski comparaba el teatro municipal de Mariúpol, arrasado por una bomba rusa, con el que acogía a los espectadores de la ceremonia en Cannes, con la diferencia de que en aquel se refugiaban civiles. Sin solución de continuidad, para congoja definitiva del público, se pasó de las alusiones a las fosas comunes a que la actriz Virginie Efira, presentadora de la gala, jaleará al respetable a pasar un rato divertido.
Corten! es, efectivamente, un divertimento. En su octavo largometraje, Hazanavicius rinde culto al raudal de hemoglobina, el desmembramiento jubiloso, el arrastrar de pies y las reinas del grito. La cinta empieza abrazando las dificultades de los planos secuencia con uno inicial que dura lo que la frontera entre el corto y el mediometraje, 30 minutos, y termina aplaudiendo el séptimo arte como un trabajo en equipo. Sin embargo, en la citada primera media hora no arrancó ni media sonrisa al patio de butacas. Y no solo por la conmoción de una audiencia incómoda por la bipolaridad de la gala, sino porque en su arranque, el cineasta juega con acierto al despiste. Las carcajadas en Corten! se escuchan en el tercer acto, donde se revelan los detalles de la grabación de ese mediometraje que en un primer vistazo, de patético, no daba ni miedo ni risa.
La propuesta, protagonizada por Romain Duris y Bérénice Bejo, es un remake del filme de terror del japonés Shin’ichirô Ueda One Cut of the Dead, que en 2017 se elevó a película de culto. Con guiños al optimismo y la mediocridad de Ed Wood y a la visión satírica de la sociedad de consumo que subyacía en todo el cine de zombies de George A. Romero, esta reiteración del director francés en lo meta es disfrutable, de un humor escatológico, pero no digna de inaugurar las bodas de platino del festival de cine más importante del mundo y menos todavía cuando arranca cargado de una pesada atmósfera bélica.
El cuento rural de Pietro Marcello
En las antípodas del desenfoque, el cutrerío impostado y la violencia exacerbada y cochambrosa, Pietro Marcello ha inaugurado la Quincena de los Realizadores con la preciosista L'envol. Si en su aclamada Martin Eden (2019) adaptaba extractos del libro homónimo de Jack London, en esta ocasión se ha inspirado libremente en El cuento de las velas escarlatas, del escritor neorromántico ruso Aleksandr Grin.
La primera incursión del italiano en el cine francés es un cuento rural arropado por la emocionante banda sonora de Gabriel Yared. En primer término, está protagonizado por un hombre rudo y tullido que a su vuelta de la Gran Guerra descubre que su mujer ha muerto y es padre de una pequeña niña. El físico contundente y la testa rotunda del actor Raphaël Thierry acorazan la sensibilidad formidable de un hombre bueno, dotado para el dibujo y las filigranas en madera. La niña va creciendo hasta tomar el relevo a su padre en el protagonismo de esta trama que pone el dedo en la llaga de la violencia impune contra la mujer, la maledicencia de los comunidades pequeñas y la dignidad de los que menos tienen.
Los autores del guion, escrito al alimón entre Marcello, su guionista de cabecera y responsable de Gomorra, Maurizio Braucci, Maude Ameline y Geneviève Brisac, han modernizado el relato original y convertido al príncipe que baja del cielo en busca de la joven en un aviador aventurero al que da vida Louis Garrel. Hay amor paterno, filial, fraternal y carnal y un puñado de canciones interpretadas por la debutante Juliette Jouan que recuerdan a los musicales a la francesa de Jacques Demy.
Desde su debut con La bocca del lupo, Gran Premio en el festival de documentales Cinema du réel 2010, Pietro Marcello alterna y combina la ficción y la no ficción. En esta ocasión, como ya experimentó en Martin Eden, inserta imágenes de archivo en un diálogo que ya es gramática de la casa. El director de fotografía Marco Graziaplena imprime una belleza a las imágenes que evoca el detalle del Terrence Malick maravillado por la naturaleza y el trabajo manual de Días del cielo (1978) y Vida oculta (2019). Rodada en 16 milímetros, L’envol regala a su audiencia una imperfección que en su grano rezuma libertad creativa y rompe con la monotonía del cine depurado de nuestros días. No en vano, como su ogro protagonista, Marcello es un artesano él mismo, pero del celuloide.