El ascenso en el país vecino de personajes como Eric Zemmour, condenado varias veces por comentarios que incitan al odio y la violencia racial, sirve como contexto a El hombre del sótano, thriller francés en el que Philippe Le Guay reflexiona sobre los demonios ocultos del país. La trama arranca cuando Simon Sandberg (Jérémie Rénier) le vende a un tipo con aspecto gris pero inofensivo el sótano familiar. El nuevo propietario es Fonzic (François Cluzet), un maestro jubilado que asegura necesitar el espacio para guardar los muebles de su madre, recién fallecida. El problema es que se instala a vivir en el trastero y, además, es un destacado negacionista del Holocausto, motivo por el cual perdió su empleo.
Confrontado al diablo, el tranquilo y alegre Simon, casado con una mujer cristiana (Bérénice Bejo), comenzará a perder los nervios de manera progresiva. Como muchos judíos perfectamente integrados, o al menos en apariencia, en las sociedades occidentales, el protagonista, laico, vive ajeno a su condición semita, cosa que le reprocha su hermano.
De esta manera, Sandberg solo se da cuenta de que es judío cuando lo señalan como tal, lo cual desencadena todo tipo de reacciones en su familia pero también en el bloque de apartamentos. Al mismo tiempo, el malvado nazi tratará de seducir a la hija adolescente, en una relación perversa que recuerda a la que establecen en El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991) el psicópata que interpreta Robert de Niro con Juliette Lewis, en este caso menos morbosa.
El inquilino insidioso es un clásico del thriller como hemos visto en películas como De repente un extraño (John Schlesinger, 1990) o La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992). Como en la película de Scorsese, en el filme vemos cómo una familia en apariencia perfecta comienza a desmoronarse en cuanto la presencia del maligno aflora instintos ocultos u obliga a que se desvelen verdades silenciadas.
En este caso, al drama familiar se le une la evidente metáfora política en la que ese “sótano” sirve como sustituto del subconsciente de un país que aún arrastra la mancha del colaboracionismo con los nazis. A veces excesivamente teatral y un poco forzada, a El hombre del sótano le falta un poco de mala leche para acabar de rubricar su discurso pero refleja con viveza y buenas trazas las pulsiones y conflictos de la sociedad gala a las puertas de las próximas elecciones presidenciales.