Descendiente de una familia de banqueros suizos, Andreas Fontana (Ginebra, 1982) debuta en la dirección de largometrajes con la perturbadora, y lúcida, Azor. Ambientada en la Argentina de los años 80, violentada por la terrible dictadura militar, cuenta la visita del dueño de una banca privada ginebrina al país para saldar viejas cuentas y hacer nuevos negocios. Más allá del cliché del 'tiburón sin escrúpulos' el protagonista, Yvan de Weil (Fabrizio Rongione) trata de navegar en un mundo de intrigas y engaños en el que se confunden el poder financiero con el poder político. Un sistema perverso oscurecido, claro, por la violencia del régimen militar contra elementos 'izquierdistas'.
Fontana entrega un thriller original y perturbador en el que, como en las películas de David Mamet, no se trata tanto de crear una trama al uso maniqueísta sino reflejar una atmósfera, la de esa élite argentina en la que los mismos que daban las órdenes de matar por las mañanas al atardecer se dedicaban palabras amables en los selectos clubes de la aristocracia porteña, los 'dobles apellidos'. Conocedor de primera mano del mundo que retrata por su herencia familiar, Azor se enmarca en esos años 80 de 'turbocapitalismo' en el que el sistema financiero se acelera y se transforma por completo al volverse mucho más agresivo.
Pregunta. ¿Quería recrear más una atmósfera de traiciones y engaños que realizar un thriller al uso?
Respuesta. Para mí hay algo importante que tiene que ver con la experiencia como espectador. Me gusta entrar en un mundo y tener que descifrar cuáles son las reglas. Cuando esas reglas son turbias, ya empieza una sensación, no es hiperagradable, pero existe una experiencia. Se trata de retratar un mundo no desde su lado opulento, cómodo, fácil. Hay muchos sobreentendidos, cosas que no se dicen, cosas podridas en realidad pero detrás de la cortina. Es un lugar de peligro, de tensión. Cómo extender el misterio para que no fuera todo fácil. Como espectador me estimula cuando tengo que trabajar, tengo un espacio para investigar como un pequeño detective. Cuando todo es muy evidente, tiendo a aburrirme, quiero que haya muchas posibilidades de juego de interpretación. Nada es cierto pero se pueden hacer conjeturas, hipótesis sobre lo que uno ve.
P. ¿Es ese protagonista que trata de salirse con la suya en un mundo de buitres un cínico por la forma en que obvia los crímenes de la dictadura?
R. No tengo muy claro que sea cínico, es una cuestión que me interesaba. El cinismo necesita una distancia, creo que no la tiene. Está completamente hundido en una cultura heredera de muchas cosas, padre banquero, abuelo banquero, esa cultura que hereda fabrica una conducta. Fabrica unos códigos y una mentalidad que permite que esas cosas puedan pasar, que un banquero vaya a Argentina en medio de la dictadura y pueda negociar sin que haya un dilema de conciencia. El dilema de conciencia en el banco no existe, hay problemas administrativos, de conflicto de interés, no de conciencia. Lo que pide el negocio no es conciencia, lo que quiero es ponerme en la mente de ellos. En el mundo de la dictadura de aquellos años el mundo de la política y lo financiero se entremezclan. Es algo que vemos ahora en el caso de Boris Johnson, de Trump o Bolsonaro, en donde la derecha pura y dura se mezcla con el poder del dinero.
P. ¿El mundo de la corrupción en las altas esferas funciona con buenas palabras y sobreentendidos?
R. Hay muchas películas de corrupción que son interesantes pero siempre parten de un lugar moral, está muy claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. En este caso es mucho más complicado porque no sé si en la vida hay buenos y malos. Estuve personalmente en el Círculo de Armas, tuve que encontrar dos padrinos. Es un mundo muy particular. Hay quinientos miembros en toda Argentina, la élite pura. Hay que ir en traje, no pueden entrar mujeres. Es un lugar muy rancio pero muy poderoso. Van todos de traje, hablan bien, son correctos, amables y elegantes. Se ve que hacen las cosas con impunidad total. Cuando estaba yo, un obispo se metió con un banquero a comer los dos solitos, hablaban de dinero. Me pareció una imagen espantosa. La cuestión moral la tiene que asumir el espectador. El espectador se proyecta.
P. ¿Merecen los bancos suizos su fama de tapadera de la corrupción de déspotas del mundo entero?
R. Cuando tratas un tema como los bancos suizos sabes que el espectador verá la película con muchos prejuicios. Eso es interesante pero también tiene una parte negativa porque parece que ya sabe que al final habrá blanqueo de dinero. La cuestión es el circuito del dinero. En el caso de la dictadura argentina, efectivamente hubo cuentas bancarias en Suiza de torturadores, pero hay que saber que el país principal de entrada del dinero a Europa fue España, por razones obvias, hay una relación entre ambos países históricamente fuerte. Ellos viajaban a Madrid o Canarias, depositaban el dinero y después lo mandaban a Suiza. El banco suizo es un símbolo, y han pasado cosas fuertes, pero el dinero mismo tiene una lógica donde la moral está totalmente ausente. Ellos tienen una lógica fría por la cual tienen que ganar dinero y sobrevivir a los gobiernos.
P. ¿Cómo quería reflejar ese contexto violento de la dictadura argentina?
R. Es algo que pasó en Chile y en Brasil y otros países de Sudamérica. No me sentía capaz de mostrar la violencia de manera explícita porque me parecía un acto bastante violento de cine, en el contexto de esta película me parece obsceno. Me parece mejor sugerir eso, qué tipo de miedo o de tensión se puede vivir desde un lugar sin verlo. Suiza estuvo presente en muchos lugares terribles como la Sudáfrica del apartheid pero mi biografía personal me llevaba a ambientarlo en la Argentina de la dictadura.
P. ¿Merece la clase alta sudamericana su fama de clasista?
R. Hay una violencia clasista muy fuerte. En Argentina las viejas familias, los dobles apellidos, los llaman, son una élite muy cerrada. Eso también existe en Europa entre la aristocracia más antigua, reconocen si tienes la sangre azul y si no, pues no eres parte de los nuestros, si eres mezclado tampoco. Lo he visto y es una cosa impresionante ese reconocimiento mutuo. Es algo que también he visto en Austria. Falta el aire. Ellos lo viven como si fuera un privilegio, pero desde el exterior parece un lugar envenado. ¿Cómo viven allí? No soportan la mezcla. La cuestión de la herencia de los niños, eso les pesa mucho.
P. El protagonista lucha contra la sombra del éxito de su padre como banquero. ¿Pesa la herencia familiar en ese mundo?
R. Hay una frase terrible en Suiza que dice que un hijo de un banquero si no es banquero o es un artista o un yonqui o las dos cosas a la vez. El peso de la herencia en esos ámbitos es muy fuerte. Uno sigue ese camino o lo rechaza de una forma tal que se vuelve autodestructivo. A mí me interesaba mucho eso, de cómo la herencia se maneja, te educan para ser eficiente, no para ser libre y eso modela una personalidad poco humana. De todos modos, he querido que Yvan sea un poco imperfecto, un poco defectuoso. Ella cumple mejor los requisitos de su ámbito.
P. En plenos años 80, el banquero se ve obligado a tener una postura más agresiva que sus ancestros. ¿Fue cuando se disparó el sector financiero y cambió para siempre el capitalismo?
R. Antes el banquero privado no necesitaba hacer gran cosa, nada más que con la inflación del país diera dinero, con eso ya ganaba bastante, el beneficio era alto. Hubo un cambio de era en el que las finanzas entran y los productos se vuelven mucho más complicados. Ya no son como abuelitos que conservan el dinero sino que tienen posturas muy ofensivas, tienen que proponer cosas. Esa postura muy norteamericana afecta a Europa. Hubo un espectador en Zúrich que de repente entendió eso. Había sido banquero privado. Me dijo, eran los buenos tiempos. La edad de oro. Percibió que en la película había melancolía de un mundo perdido. Ojalá que no. Los bancos no necesitan ni un gramo de mi nostalgia. Lo que sí vemos es cómo pasaron de ser mansos a gente agresiva y que pelea para obtener beneficios mucho más importantes. Hubo un cambio de ritmo.
P. ¿Por qué le gusta tanto Argentina?
R. Hay una cosa que me fascina que tiene que ver tanto con el cine y la literatura que es lo aparentemente familiar para un europeo pero al mismo tiempo es distinto porque es América. Hay una personalidad en Buenos Aires que me subyuga, esa ironía, la forma de usar el lenguaje de una manera muy performativa.