Con el estreno de Pozos de ambición en 2007 la carrera de Paul Thomas Anderson (Studio City, Los Ángeles, 1970) entró en un periodo de madurez. Su cine abandonó cierto efecticismo –deudor tanto del brío en el manejo de la cámara y del uso epatante de grandes hits musicales en la banda sonora propios de Martin Scorsese como de los repartos corales de Robert Altman– y se entregó a la abstracción y el esencialismo en obras más reposadas y cerebrales, que indagan con delicadeza en la psique de hombres obsesivos y autodestructivos, como ocurría con el vagabundo alcohólico interpretado por Joaquin Phoenix en The Master (2012) o con el modista al que daba vida Daniel Day Lewis en El hilo invisible (2017), su anterior y genial película.
Licorice Pizza, que se estrena este viernes, es un filme menos ambicioso en su narrativa que los inmediatamente anteriores, un cálido y algo bizarro coming of age que se deleita reconstruyendo el ambiente y los paisajes californianos del Valle de San Fernando en los años 70, lugar en el que PTA nació y sigue viviendo y en el que se desarrollan Boogie Nights (1997), Magnolia (1999) o Embriagados de amor (2002).
A simple vista, podría parecer que el director regresa a los orígenes de su carrera pero en realidad continúa hacia delante en la configuración de un estilo que no atiende a modas pasajeras y que lo sitúa en la cúspide del cine contemporáneo, a pesar de que no sea tan popular como seguramente merece. Probablemente Licorice Pizza no sea tan épica, romántica o arrebatadora como prometía su magnífico tráiler –al ritmo del Life On Mars? de David Bowie–, pero resulta cálida, morosa y divertida como una noche de verano en la mejor compañía.
Quijotesco quinceañero
La película, con algunos toques autobiográficos pero inspirada en la vida de Gary Goetzman –creador junto a Tom Hanks de la productora Playtone–, sigue los pasos de Gary Valentine, un descarado y maduro quinceañero que no tiene reparos en lanzarse a las más quijotescas empresas, desde desarrollar una carrera como actor infantil hasta montar un negocio de venta de colchones de agua.
La historia arranca cuando Gary conoce en un casting a Alana, una chica de veintitantos –nunca queda claro en el filme– con carácter pero algo perdida, y empieza a flirtear con ella. Así comienza una relación un tanto extraña, marcada por la diferencia de edad pero también por una conexión especial e innegable entre ambos. Pese a sus reticencias iniciales, Alana pronto se ve inmersa en los chanchullos de este precoz hombre de negocios, que desde el principio deja claro sus intenciones. “He conocido a la chica con la que me casaré algún día”, le dice a su hermano pequeño instantes después de conocer a Alana.
'Licorice Pizza' es un paso adelante en la configuración de un estilo que no atiende a modas pasajeras
Gran parte del encanto y de la originalidad del filme descansa sobre los hombros de los intérpretes que dan vida a los protagonistas. Copper Hoffman, hijo del malogrado Philip Seymour Hoffman –que trabajó con PTA en Boogie Nights, Magnolia y The Master–, interpreta a Gary y Alana Haim, integrante junto a sus hermanas Este y Danielle de la banda de rock Haim, afronta el papel de Alana. Ambos destilan frescura y verdad, brillan tanto en la comedia como en el drama, y se lanzan sin miedo a aparecer en pantalla tal cual son. Es de agradecer que estos jóvenes con dientes torcidos y granos por toda la cara, que aparecen en pantalla sin maquillar como corresponde a la época y el lugar en el que se ambienta el filme, no fueran vetados por codiciosos productores para situar en su lugar a la última cara bonita de Hollywood.
Mientras vemos cómo evoluciona la relación entre Gary y Alana, con momentos de enfados, de reconciliaciones, de celos o de amistad (sin que acabe de caer en el romanticismo), la película se ordena en una narración de naturaleza episódica.
Angustia y vértigo
Por momentos, parece que nos encontramos ante el Érase una vez en… Hollywood (Quentin Tarantino, 2019) de PTA, ya que la película ofrece una nostálgica mirada a la vibrante California de los 70, mezclando, con mayor delicadeza que Tarantino, hechos y personajes reales con la ficción. De esa idealización surgen dos de las grandes secuencias de la película: la cita de Alana con Jack Holden (Sean Penn), trasunto del actor William Holden, que acaba con una improvisada y algo patética demostración de gallardía en motocicleta; y todo el episodio marcado por la presencia de Jon Peters (Bradley Cooper), el peluquero que fue novio de Barbra Streisand y acabó convertido en productor de Hollywood.
Con una deliciosa banda sonora con temas de Nina Simone, David Bowie, The Doors o Sonny & Cher, Licorice Pizza es un filme plagado de inocencia que amplía la paleta de colores de PTA gracias a su capacidad de profundizar en sus personajes a través del humor. Al final nos encontramos con una atinada visión de la angustia y el vértigo de la adolescencia en la que los personajes ganan experiencia, pero nunca maduran, dándole la vuelta a ese género tan manido del coming of age.