Kenneth Branagh (Belfast,1960) ha desarrollado una carrera como director desigual y algo errática, vertebrada en gran medida por su amor a Shakespeare. Ha adaptado obras del Bardo de Avon en cinco ocasiones –más que Orson Welles o Laurence Olivier–, e incluso ha llegado a interpretarlo en un filme dirigido por él mismo, El último acto (2018).
En cualquier caso, acostumbra Branagh a construir sus películas a partir de la obra de otros autores, debido quizá a su procedencia del teatro y a su predilección por la puesta en escena, ya sean novelas de terror (Frankeinstein), cuentos clásicos (Cenicienta), óperas (La flauta mágica), tebeos (Thor), sagas de espías (Jack Ryan: ope-ración sombra), libros juveniles (Artemis Fowl) o whodunits (Asesinato en el Orient Express y Muerte en el Nilo). En ese sentido, Belfast –que llega este viernes a la cartelera– es una rara avis dentro de su filmografía, pues se trata de un guion original, el primero que escribe desde la ya lejana En lo más crudo del invierno (1995).
Además, estamos ante el filme más personal del director, basado en su infancia en Belfast a finales de los 60 durante los enfrentamientos, conocidos como The Troubles, entre católicos y protestantes. “Me ha llevado cincuenta años dar con el modo correcto de escribir acerca de ello, de encontrar el tono que quería”, ha explicado Branagh.
Kenneth Branagh va a emocionar y lo consigue pero hay cierta negligencia en el retrato de la época
A pesar del contexto, que provocó la muerte de ocho personas y cientos de heridos en la capital de Irlanda del Norte, el director se mueve dentro de los márgenes de una feel good movie, género muy del gusto de los académicos de Hollywood, por lo que el filme parte como uno de los grandes favoritos a los Óscar (ya se llevó el Globo de Oro al mejor guion). Y realmente el director consigue que el relato sea genuinamente candoroso, con sentido del humor, con unos personajes principales que resultan adorables, interpretados por actores completamente entregados a la causa.
Un aura de cuento
El uso de un maravilloso y límpido blanco y negro (con fogonazos de color en momentos puntuales) otorga además a la película no solo una estética muy atractiva sino también un aura de cuento de hadas que se alinea perfectamente con el punto de vista elegido para la narración, el del pequeño Buddy, al que da vida un simpático y magnético Jude Hill, el gran descubrimientodel filme. La banda sonora de Van Morrison, el León de Belfast, que incluye varios de sus melancólicos himnos, aporta un toque eminentemente irlandés al conjunto y termina de redondear la emotividad de un filme destinado a tocar la fibra del gran público, algo que no tiene problemas en lograr.
Tras un desabrido inicio con un montaje de imágenes en color del Belfast actual, que parece sacado de un documental televisivo, una brusca transición al blanco y negro nos lleva a finales de los años 60 en el momento justo en el que la idílica vida de Buddy se tuerce porl a irrupción de la violencia en las calles. Mientras trata de entender la intolerancia religiosa de algunos vecinos y la militarización de su barrio, el pequeño de nueve años va tomando conciencia de los principales dilemas de una vida que sigue su curso.
Empieza a percibir los problemas económicos de la familia, que obligan a su padre (Jamie Dornan) a trabajar en Londres durante largas temporadas y que agobian a su madre (Caitriona Balfe), recibe el consuelo de sus abuelos (Ciarán Hinds y Judi Dench, a los que solo por el placer de contemplarlos en el cénit de su sabiduría como actores ya merece la pena pagar la entrada), que le aconsejan también sobre la manera de con-quistar a la niña de clase de la que está enamorado. Y realiza con inocencia pillerías de todo tipo, al tiempo que vive obsesionado con los wésterns que echan por la tele o por la llegada del hombre a la luna y seriesde ciencia ficción como Stark Trek. Su mayor pasatiempo es acudir al cine con su familia a ver películas como Hace un millón de años o Chitty Chitty Bang Bang, por lo que de alguna manera el filme funciona también como un emocionante homenaje al séptimo arte.
Belfast es una instantánea idílica de una familia unida que se enfrenta a la posibilidad de tener que abandonar su hogar, y que funciona en muchos aspectos, pero que se siente incompleta. Branagh sitúa a los personajes en mitad de un duro conflicto, pero no hay ninguna intención de profundizar en él. Parecen vivir en una burbuja y nunca sentimos que les pueda ocurrir nada malo. El director va a emocionar y lo consigue, pero hay cierta negligencia en su retrato de las tensiones de la época.