La cuestión de la distancia entre la vida pública y la privada ha sido tradicionalmente un problema de las personas famosas. Con la aparición de las redes sociales, esa es una cuestión que atañe no solo a las celebridades sino a casi todo el mundo. Sonrientes y siempre contentos en Instagram, ocultamos nuestros pesares. Esa distancia entre lo ideal y lo real era el tema de una película notable reciente como Sweat (Magnus Von Horn, 2020), donde veíamos la historia de una influencer que rompe las reglas al confesar en las redes sociales su tristeza y su soledad. En este caso, Daniel Brühl confronta al “actor famoso” que aparece en las revistas con el personaje real. Lo curioso, en este caso, es que el “Danny” de la película parece vivir en una especie de ilusión neurótica por la que él mismo se ha creído su propio personaje de “hombre exitoso” y se niega a ver la cruda realidad.
Bruhl (Barcelona, 1978), hijo de padre alemán y madre española, siempre ha sido un actor con talento. El mundo lo descubrió con la fantástica Goodbye Lenin (Wolfgang Becker, 2003), una desternillante sátira sobre la Alemania comunista. Lo hemos visto también en otras películas notables como Los Edukadores (Hans Weingartner, 2004) o como el último mártir del franquismo en la desgarradora Salvador (Manuel Huerga, 2006), sin olvidar sus incursiones en Hollywood como El últimatum de Bourne (Paul Greengrass, 2007) o Capitán América. Civil War (Anthony Russo, 2016). Una trayectoria distinguida que se remata con esta audaz, inteligente y punzante La puerta de al lado, donde el actor de éxito, padre de una familia maravillosa y felizmente casado acaba pareciéndonos un hombre derrumbado en la última secuencia. Decía Hitchcock que nada le gustaba más que empezar sus películas con un personaje impoluto para ver cómo terminan hechos unos zorros. Aquí es tal cual.
Todo empieza con un café, que quizá acaba siendo una cerveza. En ruta al aeropuerto para coger un avión a Londres, donde tiene un casting para una película de superhéroes, Danny, como se hace llamar al personaje -estableciendo sin ambages una identificación entre el verdadero Brühl y su criatura-, gana tiempo en un local cercano a su casa. Su principal problema parece ser que los productores apenas le han enviado unas pocas líneas del guión por cuestiones de secretismo corporativo y trata de recabar más información para preparar mejor la audición. La cosa se trunca, y mucho, cuando un misterioso vecino de la “puerta de al lado” al que no reconoce comienza a poner en solfa toda su carrera.
Danny tiene ademanes de estrella, camina erguido, resuelto e interpreta con indiscutible apostura su condición de hombre de éxito. Frente a él, ese quisquilloso vecino, Bruno (Peter Kurth), barrigón y con un trabajo mal pagado de teleoperador, que poco a poco se convertirá en un personaje más siniestro al revelarle varios secretos de su vida íntima, aunque parece habitar en una doble condición de castigador y redentor. De la incredulidad a la cólera y de allí a la vergüenza e incluso la camaradería con su “stalker”, poco a poco iremos conociendo los detalles más escabrosos de esa vida en apariencia perfecta. Nunca queda claro si ese Bruno es un personaje real o esta es una película de fantasmas en la que Brühl quiere contar mediante la sátira una suerte de reunión con su propio subconsciente.