Carlos Saura (Huesca, 1932) va a cumplir 90 años en enero tan activo y lúcido como siempre. De hecho, según confirma a El Cultural, el productor Eusebio Pacha, de Pipa Films, por fin va a poder acometer su ansiado proyecto sobre Picasso, que tantas vueltas ha dado desde que lo anunciara allá por 2012 y que supuso un desencuentro entre el director y Antonio Banderas cuando este se bajó del barco para interpretar al pintor en la serie Genius. Según afirma Pacha, la financiación de la película, que se llamará Picasso, Dora y el Guernica, está cerrada, el reparto elegido y confirmado –aunque no suelta prenda al respecto– y el rodaje comenzará a mediados de 2022, con el legendario Vittorio Storaro como director de fotografía.
“Me gusta jugar con la idea de cómo se crea una historia. En la película hay un autor soberano y calderoniano que reparte los papeles”. Carlos Saura
Por tanto, esa aventura la afrontará el mismo equipo que estrena este viernes El rey de todo el mundo, un nuevo viaje al personalísimo musical sauriano, ese que le encumbró en los años 80 por todo el mundo con la trilogía protagonizada por el bailarín Antonio Gades, conformada por Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986). A lo largo de los años, Saura ha continuado indagando en esa senda, pero acercándose a varios estilos: Sevillanas (1990), Flamenco (1995), Tango (1998), Fados (2007), Flamenco, Flamenco (2010), Zonda (2015) y Jota (2016) son algunos ejemplos.
Planos de la realidad
No todos los musicales firmados por el cineasta son iguales. Algunos de ellos, como Flamenco y Jota, consisten en una concatenación de actuaciones en donde prima el talento de los artistas y la puesta en escena, pero sin una narrativa que los hile. En otros, como el seminal Bodas de sangre o Tango, todos los números se engarzan en una historia en la que se mezclan varios planos de realidad, convirtiéndose en propuestas juguetonas y libres que apelan a la imaginación del espectador. Lo que sí es una constante, sobre todo desde que Storaro se convirtió en colaborador del director, es la utilización de ciertos elementos escénicos como pantallas, proyectores y espejos, el uso de una luz artificial que tarde o temprano simula el tono anaranjado del ocaso o del amanecer y el rodaje en set cerrados.
En cualquier caso, El rey de todo el mundo, una indagación sui generis en la música y el folclore mexicano en la que participan cantantes como Lila Downs, Carlos Rivera o Fela Domínguez, sigue claramente la línea marcada por Tango, funcionando la narrativa de la misma manera en ambas. Si en los primeros compases de Tango el protagonista interpretado por Miguel Ángel Sola es un director de cine que lee en voz alta el arranque del guion de una película titulada precisamente Tango en donde se describe exactamente lo que estamos viendo en pantalla, El rey de todo el mundo utiliza una estrategia similar para crear un territorio de ficción incierto y ambiguo.
En este caso, es un director de teatro interpretado por Manuel García-Rulfo el que deambula por un escenario vacío describiendo, también en voz alta, a la protagonista de un espectáculo musical que se dispone a montar. Mientras resuenan las palabras, el personaje se materializa ante nuestros ojos: “Inés (Greta Elizondo), una joven de 20 años de ojos claros y piel blanca, bailarina clásica pero capaz de adaptarse a diferentes ritmos…”. La película después narrará el proceso de casting, los ensayos y el estreno de la obra, pero será la Inés creada por el director quien la protagonice. De manera que la propia película, la producción del musical y el musical en sí mismo se confunden sin solución de continuidad a lo largo del metraje. Por complicado que parezca, todo fluye sin mayor contratiempo en el filme de Saura.
“Es verdad que tiene una influencia de Tango”, comenta Saura a El Cultural. “Me gusta jugar con la idea de cómo se crea una historia, aunque es un invento que no es completamente original. Ya en Carmen Antonio Gades hacía eso mismo, inventarse. En Tango y El rey de todo el mundo me pongo yo como protagonista. Hay un autor soberano y calderoniano que reparte los papeles y después hay que inventar la historia. Es algo que viene del teatro, pero creo que el cine le da una vuelta de tuerca más”.
Lejos del musical clásico de Hollywood y de su perfección en la puesta en escena, los números de El rey de todo el mundo no buscan ser arrebatadores ni deslumbrantes, sino que están concebidos desde cierto aire de improvisación que concuerda con un acercamiento nada purista ni dogmático a las danzas tradicionales mexicanas. En contraste con el arte y el genio que se perciben en las actuaciones de Flamenco, en donde el registro era lo importante, El rey de todo el mundo parece más centrada en contar una historia actual y contemporánea.
¿Un final contundente?
Por eso, el manoseado y típico triángulo amoroso entre Inés y otros dos bailarines (uno de ellos Isaac Hernández, primer bailarín del Ballet de Londres), con cierto aire de melodrama telenovelesco, queda felizmente truncado a mitad de la película por una trama que involucra al padre Inés, un hombre con negocios sucios al que persiguen los carteles de la droga. La violencia acaba así tomando los mandos del filme, como ocurre en tantas ficciones de Saura, derivando en un (falso) final contundente.
“La violencia es intrínseca a la vida y, sobre todo en México, está siempre a flor de piel”, asegura el director. “No hay que hacer muchos esfuerzos para percibirla, está en la vida cotidiana. No quería hablar de guerras ni nada de eso, pero la violencia está en el ser humano. Ahora estoy haciendo un documental sobre los orígenes del arte y en las pinturas del paleolítico ya la encontramos. Entre grupos humanos es una constante”.