El malvado Carabel (1956)
Tras compartir dirección con Luis María Delgado en la comedia Manicomio (1954) y filmar en solitario un drama sobre las Guerras Napoleónicas titulado El mensaje (1955), Fernán Gómez empezó a dar muestras de su talento como realizador en esta peculiar comedia que adapta un libro de Wenceslao Fernández Flores, El malvado carabel. La historia sigue a un empleado de banca que es despedido tras revelar información confidencial a un socio de la casa pensando que está haciendo una buena obra. A partir de entonces decide dejar la bondad y la honradez natural que hay en él a un lado para convertirse en un malhechor en toda regla. Sin embargo, sus planes delictivos, que van desde robar una cartera en el tranvía hasta raptar un niño para explotarlo, no salen como Carabel tenía planeado. Una comedia urbana que funciona como un reloj, de ritmo elevado y con gags sobresalientes, en la que Fernán Gómez demuestra sus dotes interpretativas para el humor físico y un manejo total de los tiempos del género detrás de la cámara.
La vida por delante (1958)
Tras El malvado Carabel, Fernán Gómez continuó navegando las aguas de la comedia en La vida por delante, cuya gran aceptación entre el público condujo a la producción de una secuela un año más tarde, La vida alrededor, con el mismo equipo técnico y artístico involucrado. Como ya hiciera en la adaptación del libro de Fernández Flores, Fernán Gómez vuelve a incidir en los problemas de los jóvenes de clase media de la época, siempre con un estilo sainetesco y directo, que ha envejecido bastante bien con respecto al cine que practicaban algunos de sus coetáneos. La película presenta la historia de un matrimonio de jóvenes recién licenciados en la universidad que no logran encontrar un trabajo que les permita comprarse un piso y empezar así una vida juntos. Esto llevará a Antonio (de nuevo, espléndido Fernán Gómez) a los empleos más extravagantes, desde vender aspiradoras a presentar a las vedettes de un cabaret. Una delicia en la que brilla la acompañante del actor, Analía Gadé, con la que volvería a trabajar en varias ocasiones.
La venganza de Don Mendo (1961)
Antes de lanzarse de cabeza al drama, Fernán Gómez cerraría esta primera etapa de su carrera como director, dedicada casi en su totalidad al humor, con la adaptación de la popular astracanada de Pedro Muñoz Seca. Nos encontramos ante un filme hilarante, algo picantón para la época, en el que todo el plantel de actores, desde el propio Fernán Gómez hasta grandes cómicos como Paco Camoiras, Antonio Garisa o Lina Canalejas, hacen gala de una química brutal. La pulsión lúdica y desenfadada del proyecto, que tan a favor de obra va, se percibe en un diseño de producción ridículamente teatral, en el que los escenarios y el atrezzo no ocultan su naturaleza de cartón piedra, pero también en la introducción de una anacrónica música jazz o en las rupturas de la cuarta pared de los personajes. Una película que pese a su condición de desprejuiciado divertimento, y siendo el autor de la obra original un monárquico asesinado en Paracuellos durante la Guerra Civil, tuvo sus encontronazos con la censura, algo que sería una constante en las siguientes películas del director.
El mundo sigue (1963)
Una de las grandes películas de la cinematografía española y también la mayor frustración en la carrera artística de Fernán Gómez, ya que las autoridades censoras la vetaron y solo permitieron un estreno muy minoritario en un cine de Bilbao dos años después de la finalización del proyecto. En 2015, cincuenta dos años después de su estreno y ocho años después de la muerte del director, la película se restauró y se estrenó de nuevo en salas, en un acto de justicia histórica que ponía también de manifiesto cómo las grandes obras del pasado siguen hablando de nuestro presente. El mundo sigue retrata a una familia como un microcosmos de odios y rencores, con el eje narrativo situado en la relación de las hermanas Elo (Lina Canalejas) y Luisa (Gemma Cuervo), marcada por la envidia y la obsesión por la riqueza. Atendiendo a las nuevas corrientes del cine, con intención verista e influido por la estética neorrealista, Fernán Gómez trata de mostrar aquí la realidad de una sociedad que se negaba a admitir la corrupción moral que lastimaba la convivencia, sacando a la luz temas como el adulterio, la prostitución, el aborto o la violencia machista. Una película brutal e inmisericorde, con uno de los finales más impactantes del cine español. Imprescindible.
El extraño viaje (1964)
Otro de los grandes hitos en la filmografía de Fernán Gómez, de nuevo censurada nada más estrenarse, por lo que permaneció seis años olvidada en el trastero de una productora. Un rara avis del cine español, una afinada mezcla de terror, comedia, thriller y costumbrismo, de ritmo alegre, aderezada por ese carácter esperpéntico tan propio del director (impagable la cuadrilla de ancianos metomentodos) y que, de nuevo, resulta de una modernidad apabullante aún a día de hoy. Por encima de la sobresaliente arquitectura del guion y de la gran interpretación de los actores (Carlos Larrañaga, Rafaela Aparicio, Jesús Franco, Lina Canalejas, Tota Alba, Sara Lezama…), destaca la crítica a una España en la que los individuos, independientemente de su clase social, tienen la necesidad de aparentar lo que no son, algo de lo que no se libra ningún personaje -salvo Angelines, la joven aspirante a artista que acabará huyendo del pueblo-. Todos son mentirosos, con los demás o con ellos mismos. Algunas secuencias, como la del traslado del vino, queda grabada en la memoria por su atrevimiento e impacto. La historia, que parte de una idea de Berlanga, se basa en un asesinato real que ocurrió en Mazarrón y que fue portada del diario El Caso durante una buena temporada.
¡Bruja, más que bruja! (1977)
La película más loca y disparatada, también gozosa y libre, de la filmografía de Fernán Gómez, que en su excepcionalidad quizá solo admite comparación con un clásico posterior como Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989). En palabras del director: "Pensé que quedaría muy cómico rodar una película como el neorrealismo italiano, pero en el que la gente cantara de manera tan lírica y ridícula como en la zarzuela. Un musical absolutamente contrario a los norteamericanos". Escrita junto a Pedro Beltran, con música y canciones (a veces ininteligibles) de Carmelo Bernaola, y con unos desatados Emma Cohen, Francisco Algora, Mary Santpere y el propio Fernán Gómez en el reparto, la película es una genial astracanada sobre un joven de un pueblo perdido que quiere deshacerse de su tío para retozar con la viuda, para lo cual recurrirá a los servicios de un vieja bruja, haciendo mofa el director del oscurantismo en el que seguía inmersa cierta España rural. Fue otro sonoro fracaso en taquilla, pero hoy en día ocupa un lugar privilegiado entre las grandes rarezas del cine español.
El viaje a ninguna parte (1986)
Su filme más popular, quizá por haber ganado los premios a mejor película, director y guion en la primera edición de los premios Goya. Además, la historia parte de un libro del propio Fernán Gómez, que interpreta también un relevante papel secundario, el de Don Arturo. La película transcurre durante los años de posguerra y sigue a una compañía de cómicos de la lengua, mientras el trabajo se entremezcla con el amor, los problemas económicos con los familiares, el hambre con el éxito soñado, al tiempo que el cine se va abriendo camino incluso en los pueblos, poniendo en peligro la subsistencia de los protagonistas. En el reparto encontramos a algunos de los mejores actores de la época: José Sacristán, Juan Diego, Gabino Diego, Agustín González… Entre la ternura y el sarcasmo, Fernán Gómez realiza una tragicomedia que tiene mucho de autobiográfica y que incluye tanto una acertada reflexión sobre la memoria como una reivindicación de la derrota. Un filme en el que se percibe el paso del tiempo y el paso de la vida como en ninguna otra película y con una de las estructuras narrativas más arriesgadas del cine de Fernán Gómez.
Mambrú se fue a la guerra (1986)
En la primera edición de los premios Goya, Fernán Gómez no solo triunfó con El viaje a ninguna parte sino que, además, se llevó para casa el cabezón al mejor actor por otra película dirigida por él mismo, Mambrú se fue a la guerra. El filme, el tercero que abordaba a partir de un guión de Pedro Beltrán tras El extraño viaje y ¡Bruja, más que bruja!, arranca con la muerte de Franco, lo que permite a Emiliano, un republicano que lleva escondido cuarenta años en una cueva, reintegrarse de nuevo en su familia. Pero su mujer (María Asquerino), su hija (Emma Cohen) y su yerno (Agustín González) se dan cuenta de que sí hacen público el regreso del cabeza de familia seguramente perderán la pensión de viudedad que le van a pagar por todo este tiempo. De manera que, mientras se entregan al consumismo, mantienen oculto al abuelo. Fernán Gómez realiza una crítica a los nuevos valores que sustentaron el pacto social tras el franquismo en un filme que no es perfecto (su tono varía desde la caricatura a algo mucho más grave y hay algunos hilos argumentales que podrían haberse podado), pero que tiene momentos memorables, como el encuentro del topo con su mujer el día de la muerte de Franco.
El mar y el tiempo (1989)
En el Madrid de 1968, la triste vida cotidiana de una familia cuyos padres combatieron por la República se ve interrumpida por la aparición de un hermano que tuvo que exiliarse en Argentina. Esta es la premisa con la que Férnan Gómez volvía a internarse en la memoria de la Guerra Civil, a través de la historia de un antiguo revolucionario que solo encuentra una desoladora decepción en su retorno a casa, ya que Madrid ya no es como la recuerda, a que su familia se ha adaptado a la sociedad de consumo propia de los años de aperturismo del franquismo y a que su antiguo amor de juventud es ahora una alcohólica. Estamos ante una película que en su aparente sencillez oculta verdaderas cargas de profundidad y en la que los actores dan todo un recital, en especial una Rafaela Aparicio que borda el papel de madre enferma y deslenguada.
Siete mil días juntos (1994)
Antepenúltima película dirigida por Fernán Gómez -después estrenaría Pesadilla para un rico (1996) y Lázaro de Tormes (2001), esta última a cuatro manos con José Luis García Sánchez-, una especie de La guerra de los Rose (Danny DeVito, 1989) a la española con una estructura que recuerda en su segundo tramo a El extraño viaje. Siete mil días juntos es una tragicomedia castiza y desenfadada, con grandes dosis de humor negro e incorrección política (parece improbable que hoy día alguien se atreviera a crear un personaje como el necrófilo al que da vida Agustín González, a la postre lo mejor de la película), en la que un matrimonio está decidido a hacerse la vida imposible. Él, interpretado por José Sacristán, iniciará una aventura con una dependienta de Galerías Preciados (una simpática María Barranco) y así la historia se precipitará hacía oscuros caminos, en el que cabrán todo tipo de mezquindades. Aunque tiene algunos elementos hoy difícilmente defendibles (la banda sonora es tan reconocible de los 90 como inaguantable), la película funciona como comedia y como cine de suspense al más puro estilo Hitchcock.