“¡Tu personaje se llama Capitán Bruseta y no preguntes más, coño!”. Algo así recuerda José Sacristán que te podía soltar Berlanga si le ibas con cuentos stanislavskianos. “Y hacía muy bien porque donde la lógica del argumento se impone, lo psicológico hay que aparcarlo”, asegura el actor, que trabajó con el cineasta valenciano en La vaquilla (1985) y en Todos a la cárcel (1993). Este hermetismo bien podría justificarse por la perfección milimétrica de los guiones que desarrollaba junto Azcona, aunque eso no quiere decir que no supiera guiar a los intérpretes. Más bien, lo hacía de una manera más retorcida. “Al final siempre conseguía exactamente lo que quería, pero te iba llevando sin que te dieras cuenta”, explica Sol Carnicero, mítica directora de producción del cine español, una de las colaboradoras más estrechas de Berlanga durante su época de mayor éxito, la que va de La escopeta nacional (1978) a La vaquilla. “Todos los días pasaban 20.000 cosas muy divertidas en un rodaje con Luis, pero lo impresionante es que siempre te hacía ver más allá, se daba cuenta de cosas que nadie más percibía”, asegura Carnicero. “Era una persona con más experiencia y cultura que cualquiera del equipo, pero siempre te trataba de igual a igual, y eso es muy agradable”.
Un rodaje accidentado
Tanto Sacristán como Carnicero coincidieron en el rodaje de La vaquilla, quizá uno de los más accidentados de la carrera del director, con el actor Guillermo Montesinos, que participó en tres películas del maestro. “Es cierto que no era muy de hablar, quizá por su timidez, pero lo que no le gustaba sí te lo hacía ver”, comenta. “En la escena de La vaquilla en la que mi personaje llega a la casa que tenía que heredar y se la encuentra destrozada por la artillería hice una interpretación espectacular, muy dramática, con la que el equipo se quedó impresionado. Él lo que me dijo es que me había pasado a Lorca y que volviera a la comedia”. “Y después estaban sus perversiones”, recuerda Sacristán, “como ponernos los petardos de la corrida cada vez más cerca sin decirnos nada. Le decía a Reyes Abades (especialista en efectos especiales): ‘Ponle los cohetes en los huevos mejor’”.
“Siempre respetaba a las mujeres y nos daba autoridad. No nos dejaba un puesto secundario, nos daba cancha”. Sol Carnicero
Quien también andaba por allí es el primogénito del cineasta, José Luis García Berlanga, que desempeñó la labor de ayudante de dirección, como ya había hecho antes con Carlos Saura, John Milius o Stephen Frears. “Cada uno tenía su sistema, pero lo que sí tenían en común era el rigor”, comenta. “Luchaban por lo que querían y no se daban por vencidos. Lo que es seguro es que mi padre no era ningún desastre en los rodajes, algo de lo que sí le gustaba alardear. Era un fanfarrón negativo, como lo llamaba Bardem. Pero, por ejemplo, sus planos secuencia eran de una precisión absoluta”.
“Era también un poco fallero, un poco valenciano y un poco puñetero”, asegura Sacristán. “La inteligencia en estado puro, para lo bueno y para lo malo. Hay un paralelismo entre él y Fernán Gómez y es que estando al lado de cualquiera de los dos, aunque no quisieras, tenías que ser mejor por cojones. Con cualquier actitud prefabricada, ya fuera ir de humilde o de listo, te dejaban con el culo al aire en un momento”.
Sol Carnicero, que en La escopeta nacional se convirtió en la primera mujer en España que ostentaba el cargo de directora de producción, matiza otro de los aspectos más controvertidos de su personalidad: su particular misoginia. “Tenía una relación complicada con las mujeres porque le dábamos miedo, ya que aseguraba que éramos más inteligentes, más terminadas y más perfectas, y que todo lo hacíamos mejor que los hombres. Pero creo que lo decía un poco en broma. La realidad es que siempre nos respetaba y nos daba autoridad. No nos dejaba un puesto secundario, nos daba cancha”.
También recuerda Sacristán las tertulias con Berlanga. “Teníamos mucha complicidad cuando hablábamos de señoras y también de cine”, comenta el actor, que explica el significado de ese ‘anarquista burgués’ con el que se definía el director. “Era muy particular, también como Fernán Gómez, que se declaraba anarquista y fan del mundo del lujo y el esplendor. Son personas a las que no se puede ubicar en un movimiento, en unas siglas o en un partido. Ellos mismos eran su propia ideología”. “De lo que sí era es del Valencia Club de Fútbol”, apunta José Luis García Berlanga. “Pero odiaba las ideologías porque había visto desde muy joven cuánto daño podían hacer. A mí y a mis hermanos nos enseñó a ser personas libres con nuestro propio razonamiento y a no dejarnos llevar por nada”.