El cine echa de menos la época de gloria del periodismo escrito cuando diarios y revistas vendían decenas de miles de ejemplares y sus exclusivas marcaban el debate popular y político. Pocos trabajos más cinematográficos que el de esos reporteros a la vieja usanza que, sostenidos por un negocio que entonces resultaba mucho más lucrativo, podían dedicar semanas y meses a investigar una sola historia en las sombras hasta ese gran momento final de la publicación. Sin duda, resulta mucho más atractiva la imagen de unos periódicos saliendo de una rotativa como clímax que el de un tipo teletrabajando en pijama colgando la información en una web. El fotógrafo de Minamata, película dirigida por el neoyorquino Andrew Levitas, rinde homenaje a ese romanticismo del reportero del siglo XX en un filme excesivamente académico pero con la virtud de contar una historia interesante con respeto y entusiasmo.
El protagonista es W. Eugene Smith (Johnny Depp), un fotoperiodista bregado en la guerra mundial, donde cubrió el frente estadounidense en Japón. Smith fue un hombre apasionado que desarrolló una técnica propia que consistía en implicarse emocionalmente al máximo en el objeto de su estudio y el hombre padece porque le atacan flashbacks traumáticos con imágenes sangrientas de la contienda. A sus 60 años, vive horas bajas. Repudiado por sus hijos, que le reprochan sus ausencias, y con la cuenta bancaria en números rojos, bebe demasiado y ha perdido la fe en su profesión. La vida la da una nueva oportunidad cuando conoce a una joven japonesa que le informa sobre la tragedia de Minamata, un pueblo pesquero en el que sus habitantes mueren como moscas cuando no desarrollan graves malformaciones físicas y mentales. La causa de sus problemas son unos vertidos de mercurio provocados por negligencia ecológica a cargo de una millonaria empresa protegida por el gobierno. Estamos a principios de los años 70, una época en la que existía mucha menos información y conciencia sobre los efectos devastadores que producen los desastres ambientales.
Queda clara la identificación entre Depp, actor que está pasando su madurez de polémica en polémica, y su atribulado protagonista, un tipo que se pelea con su editor en la revista (Bill Nighy) y asusta a todo el mundo con sus bruscos modales. En Japón, debe luchar contra los capitostes de la compañía contaminadora, que intentan sobornarle aprovechando su debilidad económica pero también contra sus propios demonios. Las dificultades, sin embargo, reconciliarán al descreído periodista sobre el sentido de su profesión y también se enamorará de la joven japonesa, que le hace de asistente e intérprete. Se echa en falta más imaginación por parte del director a la hora de contar una historia que ya en sí misma se presta a todos los tópicos. Tampoco queda muy clara esa fotografía excesivamente dramática y televisiva con tonos azulados para reflejar a los enfermos y el mundo corporativo. El resultado es una película narrada de una manera un tanto pedestre que se ve con interés gracias a la evidente pasión del cineasta por la historia y las ganas de Johnny Depp por demostrar que sigue siendo un buen actor.