Hace una década, Albert Espinosa (Barcelona, 1973) consiguió que una serie que trataba sobre un tema tabú como el cáncer infantil se convirtiera en todo un éxito televisivo. Pulseras rojas, que se basa en sus propias experiencias con la enfermedad durante su juventud, además traspasó fronteras y llegó a seducir a un tótem de Hollywood como Steven Spielberg, que produjo una versión de la misma para la televisión norteamericana. Después vendrían las adaptaciones de Francia, Italia o Alemania, siempre con Espinosa involucrado para que no se perdiera la esencia del original por el camino. Pero tras tantos años dándole vueltas a los ‘pelones’, el creador vuelve a la televisión para contar la historia de cuatro chavales que se escapan de un psiquiátrico infantil y que se verán obligados a enfrentarse con todos los peligros que esconde nuestra sociedad para encontrar su lugar en el mundo. Producida por Movistar+, Los espabilados está dirigida al completo por Roger Gual (Smoking Room, 7 años) y protagonizada por los jóvenes Álvaro Requena, Marco Sanz, Sara Manzano, Aitor Valadés y Héctor Perez, secundados por Miki Esparbé y Álex Brendenmühl. Una serie que apuesta por la ternura para llegar a todos los públicos.
Pregunta. Los espabilados es una adaptación de su novela Lo que te diré cuando te vuelva a ver. ¿Por qué después de Pulseras rojas decidió que esta debía ser la historia para su nueva serie?
Respuesta. El libro responde a mi fascinación por los chicos con enfermedades mentales que había en la planta de arriba del hospital en el que estuve ingresado cuando tuve cáncer a los 14 años. Tenían una personalidad muy fuerte y una energía muy bella, muy dulce y muy tierna. Eran chavales que se escapaban con asiduidad y podían llegar a estar 100 horas fuera del centro, hasta que enviaban a un detective para encontrarlos. Se hacían llamar ‘Los espabilados’ y nos contaban unas historias tremendas de aquellas aventuras. En realidad, ellos no querían estar en el hospital y pretendían que les permitieran decidir sobre la medicación que tomaban. Aunque nosotros éramos un tipo de enfermo muy diferente, nos identificamos con ellos y nos relacionamos muy bien los unos con los otros, los espabilados con los pelones.
P. En la novela daba voz sobre todo al detective…
R. Era una persona que siempre nos alucinó. Solo buscaba a niños que tenían entre 10 y 14 años porque decía que con más pequeños podía haber problemas graves y que los mayores quizá se habían marchado por su propia voluntad. Me hice muy amigo de él y siempre me pareció un personaje muy intenso, como de película, y creo que Miki Esparbé lo interpreta muy bien en la serie.
P. ¿Ha investigado la situación de los psiquiátricos infantiles en la actualidad?
R. Estuve casi dos años visitando un centro en Galicia, gracias a dos doctoras que estuvieron muy abiertas a mostrarmelo, y pude hablar con los chicos. Incluso estuve ingresado cuatro días allí en la habitación de ‘presalida’, que es una especie de casa para los internos que están ya casi bien, y pude comer con ellos. Me recordaban muchísimo a ‘Los espabilados’ originales, e incluso había fugas recurrentes. Más tarde los actores tuvieron la oportunidad de estar allí unos días también y de que vinieran internos a los ensayos. Hablaron mucho entre ellos, porque era su enfoque el que íbamos a contar, pero también hablaron con los médicos y los psicólogos.
P. ¿Cuáles son las principales carencias del sistema psiquiátrico infantil?
R. Al final un niño solo entra en esta rueda por culpa de un adulto estropeado, al menos en el 99 % de los casos. Y uno de los grandes problemas es que son estos adultos estropeados los que tienen la potestad de ingresarlos. ‘¿Quién va a creer a un niño?’ es la frase que más he escuchado en estos centros. De nada sirve la opinión que tenga un chaval sobre una medicación que le va producir unos efectos secundarios que le obligarán a tomar más medicamentos para contrarrestarlos. Ellos querían que se contara con su opinión, poder decidir si quieren estar allí o si quieren afrontar ese tratamiento, al igual que se hace con un adulto. La época más brillante a nivel emocional de cualquier persona transcurre de los 10 a los 18 años y creo que durante esa franja de edad les tenemos prohibidas demasiadas cosas a los jóvenes. Por ejemplo, no pueden votar porque se supone que no tienen suficiente madurez, pero yo tengo amigos de mi edad que pueden ser más inmaduros que un chaval de 14 años. Al final, lo que intento con la serie es vaciar estos centros y conseguir que los niños tengan voz y voto, al igual que con Pulseras rojas quería explicar que los niños con cáncer no solo nos sometemos a la quimioterapia y estábamos tristes al lado de un gotero, sino que también tenemos ganas de vivir. El cine y la televisión muchas veces ofrecen una única imagen, y en el caso de la psiquiatría infantil no ofrece ninguna. Se ha decidido obviar este tema cuando los centros están llenos.
P. 'Los espabilados' se enfrentan a algunas de las cuestiones más oscuras y complejas de la vida. Lo vemos por ejemplo cuando Guada visita a su abuela. ¿Qué otorga una época de la vida tan compleja como la adolescencia a la hora de afrontar este tipo de cuestiones?
R. Esta generación que crece ahora no tiene fronteras mentales. Nosotros, en cambio, tenemos que superar prejuicios e ideas preconcebidas constantemente. Por eso, me parecía muy interesante hacer una serie protagonizada por chicos de ahora que se enfrentan a temas como la transexualidad o la muerte, aunque creo que el tema principal sería el bullying. En Twitter un 30 % de la gente se dedica a hacer bullying diariamente. Hasta el ex presidente Trump se dedicaba a ponerle motes a sus adversarios políticos, que es lo primero que hace un acosador. Un joven que no tiene nuestro background, puede ver las cosas de otra manera. Por eso, en cada capítulo tratamos uno de esos temas desde el punto de vista de la juventud actual y me parece interesante porque puede ayudar a reeducarnos a los mayores.
P. ¿Fue difícil encontrar a los actores que dieran vida a ‘Los espabilados’?
R. En la televisión normalmente ves a chavales de 17 años haciendo de niños de 14, y a adultos de 25 o 27 años haciendo de jóvenes de 17. Pero nosotros queríamos a chicos que tuvieran la misma edad que los personajes, porque creo que le da veracidad al relato. Vimos a unos 2.500 niños y abrimos el casting a las redes sociales. Teníamos básicamente dos premisas: que fueran buenos actores y, sobre todo, que fueran buenas personas. Con los años he descubierto que el rodaje funciona mejor con actores que, tanto ellos como sus familias, están hechos de buena pasta. Además, suelen ser también más empáticos con los problemas de sus personajes. Al final la bondad es una elección y nosotros hemos elegido niños que habían decidido ser bondadosos.
P. ¿Cómo entró Roger Gual en el proyecto?
R. Mi relación con Roger es una de esas historias curiosas de la vida. Durante 10 años hemos ido al mismo gimnasio y hemos hablado mucho de nuestro respectivos proyectos, pero nunca encontrábamos la oportunidad de trabajar juntos en una historia. Siempre me ha gustado su manera de rodar y me fascinaba la manera en la que hablaba de sus trabajos. Además, un día descubrí que él, por motivos familiares, compartía mi interés en indagar en los problemas mentales. Cuando terminé el capítulo piloto, antes de pasárselo a una productora o a un canal, se lo llevé a Roger al gimnasio y le dije que se lo leyese porque quería que dirigiese los siete capítulos. Era importante tener un único director porque para los niños es más fácil.
P. ¿Qué ha aportado Gual desde la dirección?
R. Ha aportado fuerza. Tiene una forma de rodar muy energética, con cámara en mano, y ha logrado una textura muy chula, casi como si fueran secuencias robadas. Para nosotros era una referencia la trilogía de Antes del amanecer, de Richard Linklater, y queríamos potenciar esos colores y las conversaciones. Además, Roger ha tenido muy buena mano con los chavales y ha conseguido que nunca perdieran el personaje. Y después les hemos rodeado de grandes actores como Hanna Schygulla, que fue musa de Fassbinder en filmes como Las amargas lágrimas de Petra von Kant, Álex Brendemühl, Marta Torné… Creo que les han ayudado a sentir como iban creciendo actoralmente en cada secuencia.
P. ¿Cómo ha sido trabajar con Movistar?
R. Con Pulseras rojas tuve una libertad creativa muy placentera porque en TV3 creían de verdad en el proyecto. En Movistar he sentido lo mismo pero multiplicado por dos porque han confiado en mí en todas las decisiones. Yo quería hacer una serie de capítulos de 25 minutos de duración porque creo que así funciona el cerebro de los adolescentes, que es muy rápido. En cualquier televisión generalistas me hubiesen dicho que no a esa duración, pero en Movistar lo comprendieron. Hemos tenido una relación perfecta y repetiría porque como autor te sientes muy apreciado y cuidan hasta el último detalle.
P. Es raro que hoy en día las plataformas apuesten por productos para todo la familia, ya que normalmente sus series se dirigen a públicos muy concretos...
R. Nunca lo he entendido. En alguna ocasión, cuando voy a vender una serie, me dicen que buscan productos para un nicho concreto, de 16 a 20 años por ejemplo. Yo, en cambio, quiero hacer series que lleguen a todo el espectro. Tengo la sensación de que hay muchos canales y muchas plataformas que quieren acotar demasiado las series a un sector determinado, y quizá lo logran, pero también echan a una parte de la audiencia. Antonio Mercero, mi gran maestro, me decía que siempre intentaba hablar desde la ternura, que es un sentimiento universal, pero para mucha gente esto era casi un delito. Él siempre decía que estaban los 10 terroristas más buscados y los 10 ternuristas más buscados, y que si se hubiese dedicado al sexo y la violencia hubiese sido más valorado. Podría parecer que la ternura es peligrosa, pero yo trato de llegar a todo el público a través de ella. Desde luego, está en peligro de extinción en las historias que se cuentan.
P. Ha dicho en alguna entrevista que se quiere retirar a los 50 años. ¿A qué se debe?
R. Hay todo tipo de épocas en la vida. Yo estudié una carrera tan complicada como ingeniería industrial y tardé nueve años en acabarla. Pero nunca me dediqué profesionalmente a ello porque encontré el mundo de la creación y me gustó más. Ahora me ocurre un poco lo mismo. Llevo casi 28 años en esto, he escrito 25 obras de teatro, he trabajado como guionista en 14 o 15 series, he creado otras dos, he hecho siete u ocho películas y llevo 11 libros a mi espalda. Mi médico me dijo que mis 50 años se asemejarían a los 80 de otra persona por la quimioterapia que recibí cuando era pequeño y que a partir de entonces debería dedicarme a aquello que quizá no se me da tan bien pero que me encanta. Y eso voy a intentar. En cualquier caso, aún me restan tres años hasta los 50 y tengo pendientes de publicar tres libros y voy a estrenar dos películas. Una de ellas, Live is life, la rodamos durante la pandemia, con Dani de la Torre en la silla del director y una energía muy ‘spielbergriana’. También me gustaría acabar la segunda temporada de Los espabilados y hacer una serie más. En cualquier caso, mi mundo es muy amplio y ya he depositado mi idea de creación. En definitiva, cuando te cambian las preguntas tienes que buscar nuevas respuestas y a mi me apetece mucho. Mi médico me quitó una pierna y un pulmón, me enseñó a vivir con la mitad de lo que tengo y me dijo que mi vida sería más corta, pero a mí no me parece triste morir. Me parece triste no vivir intensamente.