Muere el cineasta surcoreano Kim Ki-duk
El autor de 'Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera' y 'Hierro 3' ha fallecido en Letonia por complicaciones derivadas del Covid-19 a los 59 años
11 diciembre, 2020 13:22Kim Ki-duk, uno de los directores surcoreanos con mayor prestigio internacional (un titulo que solo le puede disputar el gran Boon Joon-ho, director de Parásitos), ha fallecido a los 59 años por complicaciones derivadas del Covid-19 en Letonia, en donde tenía pensado instalarse y solicitar un permiso de residencia, según ha informado su traductora Daria Krutova. Autor de una docena de películas, el cineasta contaba con algunos de los premios más importantes del panorama internacional: en 2004 hizo doblete al ganar el Oso de Plata al mejor director de la Berlinale por Por amor, o por deseo y el León de Plata de la Mostra de Venecia por Hierro 3, en 2011 conquistó el premio a la mejor película de la sección Un certain regard de Cannes por Arirang y en 2012 el León de Oro por Piedad.
Kim Ki-duk era uno de esos directores tan amados como odiados por distintos sectores de la cinefilia, pues su estilo era inconfundible, con unas constantes que apenas variaron a lo largo de los años: ritmo moroso, el fuerte contenido visual de las imágenes, el críptico uso del lenguaje o los temas relacionados con el lumpen. Todas sus películas parecen orbitar alrededor de una sola idea: la belleza puede ser destructiva, y viceversa, la destrucción, a menudo entendida como herida amorosa a la que le cuesta cicatrizar, puede ser bella.
Aunque su minimalismo suene a fórmula, el cineasta era tan excéntrico que trascendía lo que podemos esperar de un cineasta que siempre prefiere el silencio a la palabra como forma de comunicación. “Hoy en día hablamos demasiado. Se pronuncian demasiadas palabras, demasiadas promesas incumplidas que destruyen nuestra belleza interior”, declaraba en una de sus visitas al Festival de San Sebastián. “El silencio preserva esa belleza, la mantiene pura. Creo más en las acciones que en las palabras. Las acciones no mienten”. De ahí que su cine se acerque a la abstracción de un haiku o un aforismo que tenemos que pensar dos, tres veces para finalmente darnos cuenta de que aún así su sentido se nos escapa.
Kim Ki-duk nació el 20 de diciembre de 1960 en Bonghwa, en la provincia de Gyeongsang del Norte, en el seno de una familia rural. A los 9 años comenzó a trabajar en el campo y a los 17 decidió trasladarse a la ciudad para probar suerte como obrero en una fábrica. Se alistó en la infantería de marina del ejercito surcoreano, donde estuve entro los 20 y los 25 años, llegando al rango de suboficial, y posteriormente se dedicó a la pintura y se ganó la vida como acólito en un templo budista. Según ha relatado el propio director, fue en París donde acudió al cine por primera vez y películas como El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) y Los amantes de Pont Neuf (Léos Carax, 1991) le causaron una gran impresión.
De vuelta en en Corea del Sur, empezó a escribir guiones de manera autodidacta y los presentó a varios concursos en los que se impuso a sus competidores, aunque ninguno llegó a rodarse. Sin embargo, su nombre empezó a sonar en la industria del país y Joyoung Films le firmo un contrato para rodar Cocodrilo (1993). Después llegarían Animales salvajes (1997), Birdcage Inn (1998) y Real Fiction (2000), películas en las que poco a poco fue construyendo su estilo ya mencionado y con las que empezó a viajar por algunos festivales. Pero fue con otro filme del 2000, La isla, que conquistó definitivamente a la prensa internacional. Según cuenta la leyenda, un crítico se desmayó en su premiere en Venecia por la dureza de algunas de algunas de las imágenes.
El público general acabaría por descubrirlo por su película más accesible, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera (2003), un filme bello y espiritual que logró el Premio del Público en San Sebastián, y también por Hierro 3, su película más romántica. “Mi carrera cinematográfica ha recorrido un camino que aspira a llegar a la máxima simplicidad”, explicaba el director a El Cultural. “Al principio, como casi cualquier creador, me complicaba demasiado la vida. Pero a medida que he ido avanzando, mi objetivo ha sido depurar mi estilo, alcanzar una pureza total, definir mi propia concepción del minimalismo. Eso es lo que ha ocurrido en la obra de los grandes maestros de la pintura como Picasso. Han ido simplificando sus obras, buscando la esencia. El riesgo es que, una vez llegados a este punto, mi concepto de la simplicidad aburra al público, y me convierta en un cineasta incomprendido”.