“La luz de la mañana no es para los malvados”, dice uno de los villanos de First Love, la nueva película del japonés Takashi Miike (Yao, 1960), un hombre que ha dirigido más de cien títulos entre filmes para los cines, la televisión y el mercado de vídeo asiático. A Miike la fama internacional le llegó cuando Audition (1999) se convirtió en un gran éxito y también causó una agria polémica por la extrema violencia de la famosa secuencia de la tortura. La violencia de Miike suele ser gozosa, lúdica y brutal, sometiendo al espectador al mismo tiempo al dilema entre disfrutar u horrorizarse ante lo que se ve en la pantalla. Después, el cineasta volvió a conquistar las salas mundiales con Dead or Alive, rodada el mismo año y de la que dirigió dos secuelas. En la saga, el mundo de los yakuzas y los bajos fondos de Tokio se convertían en el escenario de una película de acción que combinaba el espíritu mainstream de Hollywood con una violencia cruda y extrema en lo que se celebró como una reinvención del género. En realidad, Miike no está tan lejos de las películas de policías de Los Angeles, de Arma Letal (Richard Donner, 1987) a la reciente Dos policías rebeldes 3 (Billal Fallah, Adil El Arbi, 2020), con la diferencia de que la violencia es muchísima más cruda y, por supuesto, su uso extensivo del imaginario japonés.
First Love, presentada en el último Festival de Cannes, podría verse como el reverso de la producción china recién estrenada El lago del ganso salvaje (Dao Yinan, 2019). Mientras Yinan nos propone un drama denso con forma de thriller juvenil con ansias de ser una metáfora de la descomposición de la sociedad tradicional del gigante asiático, Miike juega con arquetipos muy parecidos (el héroe romántico con destino trágico y la prostituta de buen corazón) para proponernos una pura celebración de los placeres del género de yakuzas. Más optimista que otras veces, la pareja protagonista, un boxeador al que acaban de diagnosticar un tumor terminal y una joven drogadicta que debe vender su cuerpo para pagar las deudas de su padre, representan simbólicamente lo mismo que la pareja de El lago del ganso salvaje, la pureza de los marginados frente a un sistema tan corrupto como los propios delincuentes, representado en este caso por un policía que trapichea con las drogas que confisca.
“Hay mucha violencia y romance en esta película pero no estoy interesado en pensar objetivamente cuál es el equilibrio. Nunca calculo cuánta violencia va a haber”, ha dicho Miike sobre First Love. “Mi forma de trabajar consiste en que no creo a unos personajes para el filme sino que dejo que se desarrollen ellos mismos dentro de él. Son los personajes quienes logran ese equilibrio o a veces lo rompen”. Un punto de vista humanista que recuerda a Kurosawa quizá insólito para un hombre tan famoso como controvertido por la brutalidad de su cine. En esta película, vemos cómo el conductor de un coche intenta matar a una mujer a base de frenazos y acelerones para que se reviente el cráneo, por ejemplo, y en la primera escena, sin ir más lejos, hay una decapitación, un recurso que le gusta mucho. En medio del caos, el amor de esos jóvenes con “toda la vida por delante” (lo dicen en la película) actúa como una burbuja de paz en plena carnicería. Lo de menos es una trama confusa en la que hay yakuzas, chinos que se saltan los códigos de honor, policías corruptos y un jefe cojo porque es fácil perderse en los sucesivos golpes de guión y traiciones que la hilvanan.
“Lo yakuzas actúan fuera de la ley pero la única diferencia con un político es que para contar un cierto tipo de historia con los yakuzas puedes hacerlo en una noche y con un político necesitas diez años de su vida. Son personajes que tienden a acabar muy mal y hay algo sensacional en eso porque yo soy demasiado cobarde para vivir de esa manera”, dice Miike. Muy influido por el manga (en el filme hay incluso una escena de animación), hay mucho en Miike del espíritu social del pionero cine negro de los años 30 y 40, cuando directores como Raoul Walsh (Los violentos años 20, 1939) o John Huston (El halcón maltés, 1941), por citar solo dos clásicos, utilizaban el género para colocar a los delincuentes en la posición de espejos de una sociedad enferma de la que, como en el callejón del Gato, eran tanto producto como vivo testimonio de sus deformidades. En este caso, lo mejor de First Love, además de que es muy divertida, es el prodigio de planificación y montaje que despliega Miike. La larga secuencia de la ferretería debería ser enseñada en todas las escuelas de cine.