Dolor y gloria
Dolor y gloria es, para entendernos, un autorretrato. Al menos es lo más cercano que el autor de Volver ha rodado acerca de sí mismo, bajo el trasunto que encarna un magistral Antonio Banderas con el sobrenombre de Salvador Mallo. Es en la película un cineasta paralizado, aquejado de múltiples dolencias, que emprende un viaje mental al pasado –su infancia en las cuevas de Paterna y su edad adulta en el Madrid de los ochenta–, estimulado por la heroína, acaso en busca de un pacto con todos aquellos fantasmas que regresan una y otra vez. “El personaje evidentemente es una gran proyección de mí mismo”, comentaba Almodóvar a El Cultural. “Creo que no es una autoficción, aunque yo estoy dentro de la película. He recorrido las mismas sendas emocionales que el personaje”. Un filme que presenta un mecanismo narrativo perfecto para eregirse en la gran obra maestra del director. Al menos, hasta la fecha.
Lo que arde
La tercera película de Oliver Laxe cuenta con uno de los comienzos más poderosos del cine reciente, que ya contiene las claves de la historia: la agonía de lo rural en el mundo moderno, la simplificación del problema de los incendios en la figura del pirómano, el vacío semántico de la palabra reinserción y la imposibilidad de escapar al destino. Por si fuera poco, el filme consigue en el plano emocional encontrar la épica en la frágil relación que se establece entre el pirómano Amador y su octogenaria madre Benedicta. Con una puesta en escena artificiosamente naturalista y una potencia visual brutal en el último tercio, el drama evoluciona al ritmo de las estaciones hasta estallar el verano con un fuego catárquico. Imprescindible.
La hija de un ladrón
El debut del año en el cine español. Belén Funes, procedente de la cantera de la ESCAC, sigue de cerca con la cámara a Sara, una joven madre inmersa en una cruzada por encontrar un empleo que le permita salir de la casa de acogida en la que vive, al tiempo que lidia con la conflictiva relación que mantiene con un padre recientemente excarcelado. Sin caer en maniqueísmos ni excesos, con una propuesta estética cercana al documental y al cine de los Dardenne o Ken Loach e interpretaciones portentosas de Greta y Eduard Fernández (padre e hija en la vida real), Funes logra una radiografía vibrante y compleja de un personaje marcado por la ausencia de cariño.
La virgen de agosto
Jonás Trueba continúa indagando en La virgen de agosto en las tribulaciones existenciales y amorosas de su generación, como ya hiciera en Los ilusos, Los exiliados románticos y La reconquista. Aquí seguimos los pasos de Eva, una treintañera que decide quedarse en Madrid en agosto para tratar de encontrarse a sí misma mientras se celebran las verbenas que dan algo de vida a una ciudad adormecida. La película más femenina del director –escrita a cuatro manos con Itsaso Arana, que interpreta a la protagonista– es un cuento de verano tierno, íntimo, filosófico y algo místico que dialoga con El rayo verde de Rohmer y en la que no nos importaría quedarnos a vivir.
Liberté
El indómito Albert Serra ha vuelto a ejercer la transgresión en su último filme, que cuenta con antecedentes en el teatro y la videoinstalación. Nos encontramos ante una noche de cruising libertino en las profundidades de un bosque francés y dieciochesco (con carromatos, pelucas, nobles y sirvientes, novicias y enaguas), allá en el crepúsculo del Siglo de las Luces. El corazón de la propuesta es la necesidad de filmar el vicio –el gesto masturbatorio como estímulo perpetuo, los latigazos como fuente de placer– y aniquilar la virtud de aquel tiempo, como el nuestro, de crepúsculos y decadencias: el Antiguo Régimen. Es una película que observamos sintiéndonos observados.