Olivier Assayas (París, 1955) bajó del avión para inaugurar el Festival de Cine Europeo de Sevilla con Dobles vidas, que se estrena el próximo 12 de abril, y a las pocas horas ya estaba volando de nuevo con destino desconocido, pues todo lo que rodea a su esperado thriller Red Avispa es top secret. Salvo, por supuesto, la trama (basada en la investigación de Fernando Morais sobre los espías cubanos que permanecen detenidos en Estados Unidos), el reparto de estrellas (Penélope Cruz, Ana de Armas, Edgar Ramírez, Gael García Bernal...) y el tono que previsiblemente adoptará (otra adrenalínica combinación de acción, política y glamour a lo Carlos).
En lo que respecta a Dobles vidas, se mostró en cambio tan locuaz como el siempre dicharachero Vincent Macaigne, que encarna a un escritor que no puede parar de teclear sobre su propia vida y sobre las de los que le rodean. Es decir, su mujer (la cómica Nora Hamzawi), ayudante de un político en apuros, y su amante (Juliette Binoche), que para complicarlo está casada con su editor (Guillaume Canet), más centrado en las cifras que en las letras, empeñado en contemplar la literatura como un negocio... digital.
Pregunta. En Dobles vidas, da la impresión de que el personaje de Juliette Binoche le sirve para burlarse de las series de televisión. ¿Cree que las series son el gran enemigo del cine?
Respuesta. Sí, está claro. A mí personalmente no me interesan, y aunque me hacen regularmente propuestas en este sentido siempre digo que no.
P. ¿No es un poco contradictorio teniendo en cuenta que su miniserie Carlos se llevó un Globo de Oro y que muchos críticos la consideran como una de las mejores de la historia?
R. Para mí Carlos siempre fue una película de cinco horas y media. Era tan larga que tuvimos que dividirla en tres. Canal+ me dijo que adelante, pero que la venderíamos como una miniserie. Luego tuve que presentarla en Cannes con un montaje reducido que no me gustaba, pero eso ya es otra historia.
P. Dobles vidas gira en torno a la problemática de la autoficción, cosa que sorprende, porque no es usted un cineasta demasiado autobiográfico.
R. En general no, aunque tengo algunas películas bastante autobiográficas. En Después de mayo (2012) hablo de mi juventud, y en Finales de agosto, principios de septiembre, también hay elementos muy personales e íntimos. Aunque quizás lo que más me ha interesado han sido los recuerdos: cómo los acontecimientos se transforman con el paso del tiempo.
Vampiros de hechos reales
P. ¿Es coincidencia que, justo después de reescribir con Roman Polanski la novela de Delphine DeVigan Basado en hechos reales (Anagrama), reincida con otro escritor que se alimenta de sus propias experiencias para crear ficción?
R. Sí, pero ya había empezado a escribir Dobles vidas hace muchos años. Acabé un primer guion, pero no encontré financiación. Es cierto que las dos películas hablan de la legitimidad o ilegitimidad de vampirizar la propia vida, y la del entorno más próximo, para construir una ficción. No sé quién tiene razón o no en este debate, aunque estoy seguro de que es un tema que afecta a la materia misma de la ficción novelesca. Que hayan coincidido estas dos películas quizás indica que ese asunto está muy vivo. Pero más allá de eso, no creo que las dos películas tengan mucho que ver. Es posible que, por contraste, la experiencia con Polanski me empujara todavía más hacia la comedia...
P. ¿Toda ficción tiene una base real?
R. Sí, toda ficción está ligada a la realidad de una manera o de otra. Incluso cuando contamos cosas que están muy alejadas de nosotros siempre están motivadas por situaciones que hemos vivido. Y que acabamos transformando, disfrazándolo más o menos con ficción. Siempre hay un punto en el que, ya sea por el trabajo de escritura o por el del actor, los hechos empiezan a convertirse en algo cada vez más distinto y alejado del punto de partida.
P. En este caso le ha quedado una película muy hablada.
R. Cuando volví a leer el guion original, que tuve aparcado durante mucho tiempo, no me gustó nada. Y lo volví a escribir como una serie de diálogos, obviando toda acción, todo acontecimiento dramático, porque no me apetecía. Y así la responsabilidad recayó casi por completo en los actores.
P. Sobre todo en Léonard Spiegel, el escritor al que da vida Vincent Macaigne. ¿Qué le interesaba del personaje?
R. Me hacía gracia que, a pesar de las transformaciones del mundo y de sus valores, él se empeñe en continuar fiel a sí mismo, dando por supuesto que los intereses de los lectores también seguirán siendo los mismos. No se da cuenta de que todo ha cambiado. No sabe nada de las redes, donde la gente se expone constantemente, convirtiéndose en editores de sus propias vidas.
Atados a los libros
P. Leónard dice algo así como que cuando uno escribe sobre el mundo contemporáneo siempre llega tarde. ¿Se puede decir lo mismo de Dobles vidas? Tengo la sensación de que el debate en torno al ebook hace tiempo que pasó de moda.
R. Es cierto que queda atrás. Da la impresión de que ha pasado mucho tiempo desde que dábamos por sentado que este soporte iba a ser el futuro de los libros, porque todo tenía que cambiar con los avances tecnológicos. Parecía inevitable, porque era más simple, más barato, menos pesado. Pero hoy, aunque mucha gente utiliza tablets, el libro ha permanecido. Seguimos atados a los libros. Es algo atávico. Y en este sector, la idea del cambio perpetuo ha sido derrotada. Pero estamos, de todos modos, en plena era digital, llevamos más de 20 años inmersos en él.
P. ¿Cómo ha vivido usted esa progresiva inmersión digital?
R. Todo comenzó con la digitalización del sonido, tanto en el cine como en la música, a principios de los 90. Luego el montaje empezó a hacerse por ordenador, llegaron las cámaras digitales, y más adelante las proyecciones digitales. En 15 años, el cine se ha transformado en clave digital. Está claro que ya no pensamos ni miramos de la misma manera. Independientemente de si el ebook ha calado o no, me interesaba observar cómo los personajes reaccionaban a los cambios de la era digital que, de una manera o de otra, gobiernan nuestras vidas. En mi película, el mundo editorial es más bien un telón de fondo.
P. ¿Podría decirse que Dobles vidas, como cuestionamiento de la era digital, es una prolongación de la antológica escena de intercambio de mensajes en Personal Shopper?
R. Son películas muy distintas. Pero está claro que no rodé aquella escena porque estuviera particularmente interesado en los teléfonos inteligentes, sino porque lo que me interesaba era saber cómo han transformado nuestro punto de vista y la percepción que tenemos de nosotros mismos. Estar permanentemente conectados a la red ha convertido internet en una extensión de nuestro cerebro.
P. El mundo de las redes también ha entorpecido al de la crítica. ¿Cómo lo ve usted que, como muchos directores franceses, también fue crítico en Cahiers du Cinéma?
R. El imperio de las redes ha provocado que cada individuo sea su propio crítico de cine, de literatura, de música o de lo que sea. Y en ese contexto, todas las figuras de autoridad acaban siendo cuestionadas. Al mismo tiempo, la crítica se ha vuelto consumista, como la gastronómica: ‘En este restaurante se come bien, con esta película te vas a reír'. Ni siquiera hace falta ser humano para recomendar restaurantes o películas, los algoritmos de Google ya se encargan de eso. Apenas quedan espacios para la reflexión sobre el cine, para un diálogo entre la teoría y la práctica. Es algo que está en peligro. Todo lo que tiene que ver con el pensamiento está en peligro. Todo lo que no tiene una pertinencia económica inmediata está en peligro. Yo crecí en un mundo en el que el pensamiento y la reflexión eran importantes. La economía estaba al servicio de la cultura, mientras que hoy el dinero sólo sirve para inflar los beneficios de los que ya tienen mucho dinero.
P. ¿De qué partido es el político de Dobles vidas?
R. Yo diría que es socialista, aunque eso hoy en día significa poco, porque en Francia el partido socialista ha quedado reducido a la nada. La idea del político viene de El árbol, el alcalde y la mediateca (1993), donde el alcalde al que daba vida Pascal Greggory también era socialista. Es mi película favorita de Rohmer, porque mezcla humor, sentimientos y, de algún modo, también el periodismo, y la manera en que la política impregna los cuestionamientos políticos de cada cual. En un momento tan grave como el actual, en el que la política está corrompida por el populismo, me atraía la idea de hacer una película que pudiera tratar la problemática de la transformación del mundo con una cierta ligereza.