Fotograma de Mi obra maestra
Con ecos que van desde Billy Wilder a la picaresca latina de Paco León, Gastón Duprat dirige esta sátira, protagonizada por Luis Brandoni y Guillermo Francella, que pone el foco en la mercantilización del mercado del arte.
En la escena más brillante del filme, el novelista es llamado a juzgar las obras de algunos artistas locales para un concurso que se celebra con motivo de las fiestas del pueblo. De manera concisa, los cineastas lograban condensar en apenas un par de minutos lo que querían contar. Por una parte, la estrechez de mentes e ignorancia de una parte importante de la sociedad argentina; por la otra, la insensibilidad del hombre importante que ha ejercido el papel de adalid de los suyos en el mundo incapaz en realidad de haber comprendido nada sobre ellos.
No deja de ser curioso, que en su nueva película, titulada Obra maestra, se centre en el asunto del arte y su valor, en un mercado tan poco objetivo como este en el que un lienzo puede costar los 80 millones por los que se acaba de vender un Hopper como si nada, como saben los millones de aficionados a la brocha fina. En su nuevo filme, Duprat va mucho más allá en el eterno asunto al plantearnos de nuevo una sátira, con ecos que van desde Billy Wilder a la picaresca latina representada en la actualidad por Paco León o la obra de teatro Arte de Yasmina Reza. Los protagonistas son un artista indomable, Renzo (Luis Brandoni) que no vende un cuadro ni aunque lo maten después de haber sido una gran estrella en los 80, y su galerista, Arturo (Guillermo Francella), amigo infatigable desde la juventud que está dispuesto a no dejarlo tirado en su peor momento.
En esta ocasión, en el centro de la diana está un mundo del arte totalmente pijo y elitista en el que las mejores obras han dejado de ser elegías de belleza para convertirse en ornamentos de lujo o incluso peor, en mero objeto de especulación financiera. Algo que puede pasar tranquilamente el resto de sus días en un almacén a la espera de que se pueda vender por más dinero porque ese fue y ha sido desde el principio de la transacción su único fin. En un momento en el que el "truco" de Banksy de autodestruir una de sus obras en el mismo segundo de su adjudicación ha puesto el foco en la mercantilización del mercado del arte, Mi obra maestra plantea el mismo tema, a veces recurriendo a una brocha gorda que recuerda a aquellas películas italianas con Tognazzi o Alberto Sordi. Esos hombres latinos acostumbrados a bregar en la trampa y el descaro que tratan de mantener su dignidad (sin renunciar del todo a los placeres de la picaresca, claro).
"La idea de la película surge de la intención de contar la amistad entre dos hombres -ha dicho Duprat durante la promoción de su trabajo-, a los que les han pasado muchas cosas durante su juventud y que en el presente viven en universos muy diferentes y cuya relación se pone a prueba". No solo de Sordi y Tognazzi, también hay ecos de aquellos Walter Matthau y Jack Lemmon, esa "extraña pareja", tan indestructible como siempre a la greña, que triunfó en los 60. Grandes actores, Francella como estresado galerista, de principios mejorables en algunos aspectos pero de una lealtad a prueba de bomba, y Brandoni como desastroso artista, le dan altura a este filme en el que también aparece Raúl Arévalo, muy gracioso dando vida a uno de esos chicos españoles ya no tan jóvenes pero muy desorientados que corretean por el mundo. Una figura con la que el director, de paso, aprovecha para arremeter contra el exceso de virtud de cierta izquierda por momentos iluminada.
Si alguien quiere ver en la irreductibilidad del personaje de Renzo una defensa acérrima de la "autenticidad" del arte frente a ese mercado ominoso, en la película de Duprat, las cosas son más complejas. Dice el director: "Cuando el pintor dice eso de "el arte es un fraude", son frases extremas. Son exageraciones. Llevar a un extremo ese argumento significa que no es veraz. Es una falsa humildad. Podría quedar bien, pero en boca de Renzo adquiere tintes de resentimiento. Es un tipo al que le va mal desde hace décadas". Ni en la gloria ni en el fracaso hay belleza y queda la amistad como mejor ejemplo de lo que la condición humana. Detrás del vitriolo, Duprat siempre ha sido un sentimental.
@juansarda