El nuevo filme de Spike Lee supone su regreso a lo que mejor sabe hacer: cine combativo, muy enraizado en la lucha de los afroamericanos por la igualdad de derechos y oportunidades, contado con el mejor ritmo y gracia de la narrativa del cine americano.
Fue hace casi treinta años, en 1989, cuando Spike Lee removió el mundo con Haz lo que debas, una película en la que ofrecía un retrato tan despiadado como certero de las tensiones raciales en Nueva York. Durante una jornada tórrida, las andanzas de un pizzero a domicilio servían a Lee para ofrecer una visión demoledora de ese "melting pot" americano en el que cualquier excusa puede ser buena para que estallen los conflictos y de la tensión se pase a la violencia. Filme mítico donde los haya, Spike Lee se convirtió entonces, y lo sigue siendo, en el director afroamericano más importante. Un cineasta capaz de dominar a la perfección la narrativa del cine estadounidense para sorprender al espectador con un mensaje completamente distinto. Este artefacto explosivo coincidió con la eclosión en la ciudad del rap más combativo (Lee dirigió el Fight the Power de Public Enemy solo un año después de Haz lo que debas) generando una ola artística de reivindicación de los derechos afroamericanos que tuvo un enorme impacto.Desde entonces, Spike Lee, que siempre ha sido un defensor acérrimo de su comunidad étnica, ha desarrollado una filmografía apasionante que incluye títulos como Malcolm X (1992), la sensacional Camellos (1995, si no la han visto, háganlo), La última noche (2002), en la que homenajeaba a su ciudad después del 11S, o un remake, cumplidor pero no impecable, de Oldboy (2013). El nuevo trabajo del maestro, Infiltrados en el KKKlan, supone un regreso a lo que mejor sabe hacer: cine combativo, muy enraizado en la lucha de los afroamericanos por la igualdad de derechos y oportunidades, contado con el mejor ritmo y gracia de la narrativa del cine americano. Muy marcado por Scorsese, pero también por la densidad ética del cine negro clásico americano y la cultura pop, el cine de Spike Lee, cuando es bueno, tiene algo de caballo de Troya porque logra entretener y hacer las delicias del espectador para acabar dándole un puñetazo.
Infiltrados en el KKKlan cuenta la historia de dos detectives de la policía de Colorado que durante los años 70 lograron introducirse en la banda racista del sur de Estados Unidos impidiendo un atentado con víctimas negras. El protagonista es Ron Stallworth (John David Washington), el primer policía negro de ese Estado. Después de engañar por teléfono a un miembro del clan, un compañero suyo (Adam Driver, el Kylo Ren de los últimos Star Wars) se hace pasar por él y comienza a involucrarse en las actividades de una panda de racistas e ignorantes cuyo único impulso de vida parece ser un odio absurdo e irrefrenable por cualquiera que no sea blanco y tenga los ojos azules. Agresivos y peligrosos, queda claro en la película que, sobre todo, son tontos de remate. Todo esto lo cuenta Spike Lee durante buena parte del metraje con un tono más juguetón que indignado, dominando los códigos del cine policíaco y el juego de máscaras para procurar al espectador un espectáculo tan vibrante como placentero.
Pero el Ku Klux Klan no es un grupo de lectura sino una banda armada y peligrosa. Poco a poco se va volviendo más oscuro hasta llegar a la asfixia. Porque la estupidez puede tener efectos muy reales y dañinos en la realidad. No oculta el director los paralelismos con la realidad actual. En un momento dado el jefe del Klan, un tal David Duke que hoy es un ferviente admirador de Trump, suelta que hay que "hacer América grande de nuevo" y la retórica de los energúmenos del grupo racista recuerda vivamente al actual discurso "nacionalista" del presidente y sus fervorosos seguidores. Casualidad, o no, el filme hace un paralelismo entre la situación de los negros y los judíos, estrenándose en nuestro país pocos días después de la espantosa matanza en una sinagoga de Pensilvania. No es casualidad que el director acabe su película con imágenes del atropello mortal que se produjo en Charlottsville el año pasado después de una marcha de supremacistas blancos. Como una mala profecía, el cineasta nos advierte de que el pasado está más cerca de lo que pensamos. Y sus catastróficos errores, también.
@juansarda