La lingüista Amy Adams trata de comunicarse con los visitantes en La llegada, del canadiense Denis Villeneuve
Después de asombrar con obras como Incendies, Prisioneros o Sicario, el celebrado y prolífico director canadiense Denis Villeneuve estrena La llegada, su bautismo en la ciencia-ficción que ha realizado en paralelo a la secuela de Blade Runner. Protagonizada por Amy Adams, recupera la tradición del cine de invasiones alienígenas para ofrecer una fábula de dos mundos que se conocen y se transforman entre sí.
Denis Villeneuve es consciente de todo lo anterior. Por ello le seduce tanto la ciencia-ficción de la que va camino de convertirse en maestro. Recordemos que casi en paralelo junto a esta película lleva tiempo enfrascado en la esperadísima secuela de Blade Runner. "Lo realmente complicado", comentaba en la presentación de la película en el pasado Festival de Venecia, "es mantener el equilibrio entre la ambición del cine fantástico y la emoción del drama en su sentido tradicional". En el entrecomillado, sin duda, va implícita una declaración de principios. Es ahí, entre la fantasmagoría de lo extraño y la cercanía de lo humano donde quiere el director plantear esta fábula de mundos que chocan, se conocen y, finalmente, se entienden. Y se cambian.
La llegada es, de hecho y básicamente, una película de marcianos, alienígenas tentaculares que nos llevan al lugar inexpugnable de los mejores sueños infantiles. El director de Prisioneros, Sicario y Enemy se confirma como el director más convencido y capaz de proponer una gramática nueva (o propia) en los estrictos márgenes del muy pobre libro de estilo de la gran industria. Ahora, quiere convertir un calculado, meticuloso y brillante relato de ciencia-ficción en algo diferente: en una delicada reflexión sobre asuntos tales como el tiempo y la capacidad del lenguaje de modificar la misma realidad. O, de otro modo, sólo conocemos lo que nos permite nuestra manera de nombrar el mundo. Nótese el matiz pues es ahí donde se resuelve la película entera y, si me apuran, la misma vida. De paso, también nos introduce en temas quizá más rutinarios como la maternidad, la paz y, ya puestos, la reconciliación universal. Todo a la vez. Digamos, para adelantar la sentencia, que en el riesgo y exceso de pretensión descansa a la vez la virtud y, por qué no, la penitencia.
Deslumbrado por los maestros
Cuando aterricen las naves en distintas partes del ancho mundo, el primer reto será dar con una forma de comunicarse con ellos. Y ahí que irán los personajes de Amy Adams, como lingüista, y Jeremy Renner, en calidad de físico teórico, para dar con la clave. Lejos de la propuesta de Villeneuve el pesimismo científico de Stanislaw Lem. Ahora todo es más luminoso. Ingenuo, claro y hasta pop. La tesis que mantiene el filme es que aprender una lengua nos obliga a transformar la manera de ver el mundo. O, más radical, cambia el mundo ¿Quién sabe si el secreto más íntimo de una ‘lengua circular' no sea su capacidad para abrir una puerta al conocimiento de quiénes seremos en el futuro que, de golpe, será tan claro como el pasado? Si se marean, han entrado en contacto con otros mundos.
Toda la primera parte de la cinta discurre por la pantalla de manera deslumbrante. Y deslumbrada. Villenueve tensa con sabiduría los hilos que unen la imaginación del espectador con la imaginería de los mundos lejanos. Son nuevos, pero se parecen demasiado a nuestros sueños. Brillante, cautivadora.
Más discutible es la ampulosidad con la que resuelve la última mitad del metraje. El empeño en forzar demasiado la voz le obliga en ocasiones a abundar en los subrayados innecesarios, en los mensajes engolados y así hasta desembocar en un giro final discutible. Pero, sea como sea, queda la claridad magnética de una certeza de aliento eterno y ‘vonnegutiano': "Sed pacientes, vuestro futuro os alcanzará..."
@luis_m_mundo