Image: Los espectros errantes del horror

Image: Los espectros errantes del horror

Cine

Los espectros errantes del horror

23 septiembre, 2016 02:00

El caboverdiano Ventura en Caballo dinero, de Pedro Costa

El portugués Pedro Costa, autor de la imprescindible y revolucionaria Juventud en marcha, continúa su colaboración con el emigrante caboverdiano Ventura en Caballo dinero, un viaje a la memoria de los horrores y los fantasmas de la inmigración.

¡El horror! ¡El horror! Como el eco lejano de un eco lejano, en la nueva película del portugués Pedro Costa parecen resonar las palabras del Señor Kurtz con las que (casi) acababa El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Aquel Señor Kurtz, que había visto lo que no debe verse, lo que no debería siquiera existir, volvía de lo más profundo de África con el corazón roto por las tinieblas sangrientas del colonialismo. Muchos años después, Pedro Costa filma los espectros errantes de aquellos horrores, las sombras que nos persiguen, pidiendo cuentas, recordando nuestra culpa, nuestro olvido, nuestra indiferencia.

¡El horror! ¡El horror!, podría repetir Ventura, el magnético inmigrante caboverdiano con el que Costa ha establecido una relación a través de las imágenes a lo largo de muchos años y rodajes, y que en esta película se convierte en un fantasma dotado de una extraña solidez rocosa, e inquebrantable. ¿Qué es Caballo dinero? Quién lo sabe. ¿Cómo saberlo, siquiera? ¿Qué es Ventura, quién es Ventura? Podemos describir la película, podemos describir a sus protagonistas, podemos resumir su trama, y ni tan siquiera eso daría cuenta de la rotundidad y la emoción, de la dignidad, del peso de esos inmigrantes olvidados que Costa eleva a la categoría de estatuas, emperadores de los suburbios, reyes de las ruinas post-coloniales.

Pedro Costa eleva a los inmigrantes olividados a la categoría de estatuas, emperadores de los suburbios

En apariencia, Caballo dinero es la historia de Ventura, un viejo inmigrante de Cabo Verde que malvive en las afueras de Lisboa, en un barrio de nueva construcción levantado con buenas intenciones. En su vejez, recuerda los horrores de la guerra, la violencia, la sangre, y la colonia. Pero no: Caballo dinero es inagotable, se construye siguiendo los laberintos de la memoria fragmentada de Ventura, hasta llegar al verdadero corazón de las tinieblas. Estamos en un hospital, en un psiquiátrico, en un pasado continuo que nunca nos abandona, estamos en el limbo donde nos esperan los fantasmas de nuestros olvidos, en la débil frontera que nos separa de los muertos.

Costa, apostando por un proceso enteramente digital, no esculpe el tiempo, sino que lo disuelve en un relato de fantasmagoría política sobre la figura del errante, del emigrante, del héroe en perpetua búsqueda del hogar al que nunca podrá regresar: "Los blancos siempre golpeando látigos contra nuestras espaldas", dirá Ventura. La película, según cuenta Costa, nació al comprobar de qué manera habían vivido Ventura y él la icónica Revolución portuguesa: mientras el futuro cineasta portugués coreaba eslóganes y se manifestaba en favor de algo difuso, ¿dónde estaban los inmigrantes africanos, que ya entonces poblaban los suburbios portugueses? "Estaban confusos, perdidos, preocupados por el futuro. Tenían miedo de ser aprisionados por falta de papeles. Dejaron de soñar con traer a sus mujeres de las colonias y construyeron, ayudándose entre ellos, sus primeras barracas, clandestinas, en los suburbios de Lisboa".

Historia de fantasmas, de memorias coloniales, de horrores de hoy en día, lo que termina emergiendo de las películas de Costa es una inquebrantable ética del trabajo, una suerte de socialismo audiovisual. "De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades". Un compromiso con los actores y el equipo, que son amigos y trabajadores, camaradas, y con la propia película, en una suerte de artesanía con conciencia de clase: películas hechas a mano, con el rigor, la paciencia y la vocación del trabajo diario y constante, en las que todos son trabajadores y ninguno explotador.