Toby Jones en Berberian Sound Studio, de Peter Strickland

Con solo tres películas, Peter Strickland se ha consolidado como el autor británico más original y prometedor. Tras el estreno de The Duke of Burgundy, hoy se recupera su segundo filme, Berberian Sound Studio, una angustiosa e impecable fábula sobre el artificio del cine.

En determinado punto, la angustia es tan sofocante que la película se colapsa, las imágenes entran en combustión porque ya no pueden avanzar desde la lógica de un relato, sino desde el terror de sus sonidos. El trayecto para llegar hasta allí ha sido fascinante. La historia del técnico de sonido inglés Gilderoy (magnífico Toby Jones) que, en los años setenta, viaja a Italia para encerrarse en unos estudios de postproducción de cine giallo (aquel que en manos de Dario Argento, Mario Bava y compañía se convirtió en celebrada subcultura), los Berberian Sound Studio del título, arranca desde la impecable, minuciosa pedagogía de la creación fílmica -escaletas, micrófonos, la fabricación de efectos sonoros con todo tipo de frutas y hortalizas, actrices de doblaje, la precisión sincrónica, etc.- para abismarse en una paranoica y metafísica reflexión sobre el artificio del cine , en una sofocante parábola sobre el horror del sexo, la violencia y el satanismo que no se ve, pero se escucha. Y eso basta para erizarnos la piel.



Nunca nos es dada la posibilidad de contemplar las imágenes sobre las que trabajan técnicos y actores de doblaje, las de una supuesta película de serie B titulada El vórtex ecuestre dirigida por un tal Roberto Santini (Antonio Mancino) y producida por el esclavista Francesco (Cosimo Fusco). Son ellos y su trabajo los que ocupan el plano en un filme que nunca sale del laboratorio, porque esta es una película sobre la esencia invisible pero audible de las películas. En la mesa de mezclas, el ingenerio Gilderoy es como el sumo sacerdote de una misa negra en torno a la creación fílmica. Desplazado de su hábitat natural, las cartas que recibe de su madre revelan una personalidada serena y generosa, amante de los gorriones, con un pasado profesional vinculado a los documentales de naturaleza, y que en el momento más soprendente, desconcertante y mágico de la película cobrará un inquietante protagonismo.



El ingenerio Gilderoy es como el sumo sacerdote de una misa negra en torno a la creación fílmica

El olimpo del cine británico

El británico Peter Strickland, autor a su vez de obras tan poderosas como Katalin Varga (2009) y The Duke of Burgundy (2014), que se estrenó la semana pasada, se ganó con este su segundo largometraje un puesto entre el olimpo de las obras que con mayor profundidad y criterio han explorado los mecanismos del arte cinematográfico. Que recordemos, Francis Ford Coppola (La conversación, 1974), Brian de Palma (Blow Out, 1981) y Wim Wenders (Lisbon Story, 1994) ya emplearon a técnicos de sonido como protagonistas de sus filmes, si bien Berberian Sound Studio entronca más con la trilogía del enclaustramiento de Roman Polanski, las artes sonoras de David Lynch y, desde luego, El fotógrafo del pánico (1960) de Michael Powell. De hecho, puede que sea el trabajo más estimulante sobre el instinto homicida y terrorífico del artefacto cinematográfico desde que el cineasta británico entregara aquella obra maestra.



Strickland retrata el universo sonoro predigital con pasión y fascinación: el sonido analógico es como un material que debe ser esculpido como el mármol hasta alcanzar su forma perfecta. [Nota: la película solo debe verse en su versión original subtitulada]. Y de este territorio sonoro extrae una reflexión de carácter metafisíco sobre la propia naturaleza no solo del cine, sino del ser humano y sus simulacros. Berberian Sound Studio es un filme tan incatalogable como escalofriante, una de esas películas desestimadas por la distribución española durante cuatro años que nadie interesado en los artificios del cine debería perderse. Y entrar a ciegas en los laberintos sonoros del terror.



@carlosreviriego