La sangre de Pasolini
Pier Paolo Pasolini
El Día de los Difuntos asesinaron cruelmente a Pier Paolo Pasolini. Hoy, cuarenta años después, el abyecto crimen sigue sin resolverse. Ni siquiera una cuarta investigación llegó a buen destino, y en marzo de 2015 se volvió a dar carpetazo al crimen más misterioso de la historia cultural italiana. El cineasta Javier Rebollo, poderosamente influido por la obra y personalidad del autor de "Accattone", ha invertido varios años en investigar las causas y los posibles implicados en un crimen que podría ser la punta de iceberg de una gran conspiración. En esta detallada investigación señala a los presuntos ejecutores y las profundas motivaciones políticas, económicas y sociales que acabaron con la vida de un intelectual que probablemente "sabía demasiado". Por eso, él mismo vaticinó su muerte.
Mientras, el único condenado por el crimen, Pino Pelosi, primero asesino confeso y luego, al cabo de los años y condena, perjuro que se dice inocente y que cambia de declaración según pasa el tiempo, hoy vende exclusivas a investigadores y prensa. Reinsertado, trabaja de jardinero, y el municipio de Roma le manda a limpiar el jardín en dónde levantaron un monumento a Pasolini en Ostia, allá en el mismo sitio en dónde le mataron, y él miraba, dice. En realidad hay tres monumentos feísimos a Pasolini en distintas partes de esa localidad costera, entre pobres viviendas comidas por la sal y niños que juegan al futbol; frente a playas que no son públicas, y junto a desguaces y perros peligrosos. Hoy, un director italiano que ha contado la muerte y complot al poeta en una película reciente, va a levantar una estatua de dos metros en Ostia como Pasolini merece, una estatua "como la de Lorca en la Plaza de Santa Ana en Madrid, tan magnífica". Tienden a compararse sendos crímenes de Estado, y sobre ambos parece que estuviéramos a punto de encontrar el cuerpo en uno y de poner nombre a los asesinos del otro, pero no. Los dos fueron crímenes atroces y de maricones, de poetas. Pero Pasolini no temía a la muerte como Lorca, y a la muerte se entregaba en los últimos años de su vida arriesgando en el sexo y la noche, "como un perro viejo" le dijo a Moravia, pero sobre todo arriesgando desde la primera página del Corriere della Sera con sus acusaciones a la Democracia Cristiana, a la Mafia y a las bandas criminales fascistas.
Enzo Siciliano, su primerísimo biógrafo, vio en su muerte y crimen algo de suicidio litúrgico a manos de otros y no escribió nada sobre lo que tantos piensan fue un crimen político vestido de ajuste entre maricas; pero, hay que decir, que ni el (in)fiel Ninetto Davoli, su enamorado y actor -que no quiere hablar destrozado desde entonces-, ni Nico Naldini ni Graciella Chiarcossi, queridos familiares, que saben que nada les hará recuperar a Pier Paolo, quieren oír hablar del complot político. Pero es un hecho que hubo varios implicados materialmente en el atroz crimen aquella noche sin luna, así fue demostrado en el juicio que dirigiera el hermano de Aldo Moro, con la condena a Pelosi por "homicidio en colaboración" y, como se vio entonces y hoy puede imaginarlo quien tenga huevos de leer la autopsia del poeta, eso no lo hizo Pelosi solo.
Había cinco hombres. No había luna pero sí muchos faros, dos coches y una moto. Y ventanas, muchos que vieron por ellas el crimen callaron, las chabolas en aquella escombrera en la playa de Ostia eran ilegales, y detrás de aquella brutal paliza y crimen a voces debía haber alguien importante: "¡Mama, que me matan!" "¡Comunista, maricón".
Pero antes de esta muerte hubo otras muertes conectadas con el asesinato de Pasolini. La primera, la de Enrico Mattei, de quien hicieron explotar en el aire su avión, el gran empresario democristiano que desde la ENI, la empresa nacional de hidrocarburos italiana, quiso desvincular al Estado desde la izquierda de las grandes multinacionales del petróleo, sobre todo norteamericanas, enfrentándose al poder y a la mafia, para adjudicar generosas concesiones a países del "Tercer Mundo". Es fácil por eso imaginar la admiración del poeta por el arrojado empresario corsario. Luego, la muerte del audaz periodista Mauro Di Mauro porque investigaba para el cineasta Francesco Rosi la "desaparición" de Mattei en el aire para el guión de una película, Il Caso Mattei, con Gian Maria Volonté, película que el periodista no llegó a ver porque le hicieron desaparecer en ácido. Y también, la muerte del fiscal Scaglione, como en un western asesinado el día antes del juicio en que iba a declarar contra los asesinos de Di Mauro... y así hasta Pasolini, porque desde que viera la película de Rosi en 1972 se obsesionó con el "accidente" de Enrico Mattei y se puso a escribir una novela titulada Petróleo, una de las novelas más importantes y peor leídas del siglo XX, una novela que acabó costándole la vida y en la que daba cuenta del asesinato de Mattei y de la estructura corrupta y oculta del poder italiano, una novela en la que predijo los atentados de Bolonia de 1980, como en Divina mímesis predijo su propia muerte, ambos libros publicados después de su asesinato, inacabados, tanto en su estilo premeditado como en su naturaleza incompleta a causa del crimen.
Es sorprendente la lista de asesinatos que han tenido conexión con la muerte de Pasolini, con la de Di Mauro y la de Mattei. Lo extraño es que en el camino no asesinaran también al gran fiscal Vicenzo Calia, que fue quién descubrió la relación entre las tres muertes, tan separadas en los sumarios y cercanas en el tiempo y, sobre todo, quién descubrió la conexión de estos crímenes con Petróleo, novela de la que, presuntamente, fue robado un capítulo de la casa del poeta días después del crimen, capítulo titulado precisamente Lampi Sull'Enni, Luces sobre la ENI. El mismo capítulo que hace solo cuatro años el senador Marcello Dell'Utri, famoso bibliófilo acusado de colaboración mafiosa, socio de Berlusconi en política y aventuras financieras, dijo haber encontrado sus setenta y nueve páginas en la Feria del Libro de Milán para, después, desmentirlo. Gabriela, la prima más querida y fiel secretaria de Pasolini, dijo que esos papeles u otros fueron sustraídos cuando robaron en casa de Pasolini. Hoy lo niega y se refugia en un silencioso dolor. ¿Qué contenía ese famoso capítulo? ¿Por qué Dell'Utri, el popular senador de opereta, se inventaría algo así? ¿Tuvo o tiene algo de verdad este capítulo que podría explicar parte de la historia de reciente de Italia?
Desde el asesinato de Di Mauro, una docena de periodistas han sido asesinados en Italia, nueve a manos de la Mafia. Pero, ¿quién hay detrás de tantas muertes? ¿Quién mueve los hilos? No es difícil saberlo, pero demostrarlo mucho y condenarlo más, sobre todo en Italia.
La muerte de Pasolini beneficiaba a mucha gente, y si era violenta mejor porque serviría de advertencia. Un asesino a sueldo de las novelas de James Ellroy dice que cada vez que se mata a una figura pública por encargo, de Luther King a los Kennedy, se tiene que cargar con que se hable de conspiraciones y eso pone en peligro a los de su oficio más que con otros encargos. En Italia no. Pero con los años, después de agotada la trama de maricas y braguetas -¿a qué viene hacer Pasolini tantos kilómetros y semejante desvío desde la Estación Termini a Ostia para comer una polla?-, resulta muy práctico y literario decir que a Pasolini le mataron durante la extorsión para recuperar unas bobinas robadas de Saló en Cinecittá; y aunque probablemente las dos razones son ciertas, la de las pollas y la de las "pizzas" robadas, las dos formaban parte de un plan bien urdido, y una y otras actuaron como cebo.
A Pasolini lo mataron porque se había propuesto denunciar a gente muy importante de la Democracia Cristiana, así se lo dijo por teléfono días antes de morir su amigo Dario Belleza; y porque sabía los nombres de los asesinos de Mattei y de Di Mauro.
Pier Paolo Pasolini murió por un acuerdo intercontinental entre Andreotti, el de misa y comunión diaria, y William Colby, el héroe de la Segunda Guerra Mundial y director de la CIA en los convulsos años de Vietnam, el del Caso Watergate y del golpe del 11S de Pinochet en Chile. Aunque Ford, el sucesor de Nixon, había firmado una orden presidencial prohibiendo expresamente a los miembros de la Agencia participar en asesinatos o intentos de asesinato de mandatarios extranjeros, poco antes del asesinato de Pasolini, con una impunidad histórica que, podríamos decir, llega hasta el asesinato de Bin Laden, declaraba el jefe de la CIA que sus Estados Unidos tenían derecho a actuar ilegalmente en cualquier región del mundo, acumular investigaciones en los demás países y llevar a cabo operaciones como la intromisión en los asuntos internos chilenos. El jefe de la CIA sería investigado después por facilitar sesenta y cinco millones de dólares de la Agencia a la Democracia Cristiana e hizo lo imposible, como la mafia, para evitar la entrada de los comunistas en el gobierno, y "permitió" una retirada de lujo en Suiza de Eugenio Cefis, el heredero de Enrico Mattei en la ENI y, precisamente, quien mandó que le hicieran estallar en el aire, y también quién bajó el pulgar para decidir la muerte de Pasolini.
Como el juez Vincenzo Calia ha demostrado, Cefis fue fundador y maestro de la logia asesina P2, de la que formaban parte Jorge Rafael Videla y Silvio Berlusconi. A Pasolini le obsesionaba la figura de Cefis en la historia y en la política italiana de su tiempo. Hizo de él uno de los dos personajes principales de Petróleo con el nombre de Troya, junto a Mattei con el nombre de Buonocore. Mauro Di Mauro lo investigó hace cuarenta años y murió por ello, y Pasolini después. Eugene Cefis representa un papel protagonista en las masacres italianas relacionadas con el petróleo y el poder en Italia tanto del lado de la mafia como de los poderes internacionales. Según Vincenzo Calia, fue precisamente por la investigación que Pasolini había emprendido para Petróleo por lo que fue asesinado. En 1977 Eugene Cefis, de repente, sale de la escena pública para retirarse a un lago helvético y, en la intimidad, gestionar sus activos estimados en el momento en cien mil millones de liras. Muere tranquilamente el buen hombre en el año 2004.
En el plan material del asesinato de Pasolini intervinieron los famosos capos mafiosos Totó Riina, que ya había asesinado al fiscal Scaglione, y Benedetto Santapola, que asesinaría al juez Falcone y a su mujer más tarde, entre otros, y que hoy cumple varias cadenas perpetuas; pero también participaron mafiosos de Catania y Corleone.
Respecto a los ejecutores ya se sabe casi todo de todos, eran menores y fascistas, ladrones y peligrosos. Algunos de ellos han muerto ya, como los hermanos Borsalino, que fueron detenidos entonces, alardeando del crimen del poeta para ser contratados en otro, pero fueron rápidamente puestos en libertad, y han muerto hace años de VIH en prisión. Y otro, acaso el más feroz y violento, Giussepe Mastini, Johnny Lo Zingaro, que pena varias cadenas perpetuas en prisión por otros crímenes. Los tres vinculados a la famosa Banda della Magliana, la Banda de la Araña, que liga el submundo romano y la extrema derecha, y que aquella noche sin luna callaron a Pasolini a golpes y por encargo, mientras el pobre paria de Pelosi miraba.
Pero hay aún hoy un hombre que sabe demasiado y que también pasea, probablemente, en el punto de mira de la mafia. Es Silvio Parrello, uno de los chicos de la calle de Pasolini a quien el poeta había conocido y querido siendo niño en los años cincuenta en el barrio de Donna Olimpia, allí en dónde escribiera Las cenizas de Gramsci, y en el que se inspiraría para la escritura de su primera novela Ragazzi di Vita y para el personaje de il Peccetto. Este ayer niño de la calle es hoy un pintor y poeta que ha emprendido una pesquisa que le ha llevado a denunciar el nombre del mecánico chapista que reparó el coche con el que pasaron por encima del cuerpo de Pasolini, haciéndole estallar el corazón: Antonio Pinna; otro ragazzi di vita ligado a la banda que después de las primeras detenciones de los Borsalino desapareció y que, probablemente, también participó aquella noche sin luna en el crimen del poeta. Hace unos años se le buscó por televisión a través de un Quién sabe dónde italiano. Hay quien dice que vive tranquilamente en Roma.
A Silvio Parrello aún se le puede visitar en el barrio monteverdino, allá arriba de la colina; todavía no le han matado, en la Via Federico Ozonam, n° 134. En un pequeño local estudio, apenas un escritorio y paredes llenas de cuadros, ahí trabaja hace años el viejo joven, fiel a su maestro; a su recuerdo y educación. Allí les recibirá y contará. Como a tantos, conocer a Pasolini siendo niño le cambio la vida.