La excelencia también se dibuja
Jack y la mecánica del corazón
Para sorpresa de muchos, hay vida animada más allá de Pixar, Disney, Dreamworks y demás majors estadounidenses. Películas de animación que además resultan ser más inteligentes, arriesgadas y bellas. Ahora llega Jack y la mecánica del corazón, luego la nueva entrega de Kiriku, el niño africano creado por Michel Ocelot, y toda una serie de propuestas, entre ellas también españolas, que sitúan el género en una nueva dimensión.
Lo cierto es que, como demuestra la cartelera esta temporada, fuera de Hollywood existe una industria del cine animado para todos los públicos capaz de desafiar al gigante estadounidense, no solo igualando sus medios, a veces fuera de su alcance, sino, sobre todo, utilizando recursos estéticos y literarios propios. Acudiendo a la tradición no solo de la animación autóctona, sino de la literatura para niños de todas las edades, las leyendas y cuentos populares, con personajes y temas característicos. A un tratamiento del material, tanto a nivel formal como argumental, más sofisticado, arriesgado e ingenioso.
Todas estas virtudes se dan cita en Jack y la mecánica del corazón, de Mathias Malzieu y Stèphane Berla, una deliciosa fábula oscura, basada en el cuento homónimo del propio Malzieu y en el fabuloso disco conceptual La mecanique du coeur de su banda de rock Dionysos. La historia de un niño con un reloj por corazón, que no puede o, mejor dicho, no debe enamorarse para no hacer saltar sus resortes y morir, tiene claramente en Tim Burton uno de sus modelos -como Burton los tenía a su vez en la vieja Europa, desde Roald Dahl a la animación checa, pasando por el Expresionismo alemán-, pero más allá de un análisis superficial, su estética se nutre tanto del artista Benjamin Lacombe, ilustrador de muchos de los cuentos de Malzieu, como de los famosos niños góticos del belga Toon Hertz, mientras su historia nos trae obvios ecos de clásicos del fantástico europeo como Frankenstein, Pinocho o El hombre de arena y El cascanueces de Hoffmann. Además, esta animación 3D consigue también marcar diferencias con su tono agridulce, la aparición de personajes como Jack el Destripador -con la voz de Alain Bashung- o George Méliès, su ritmo imparable y cambios de registro, estéticos y técnicos, además de un final impensable en Hollywood. Sin olvidar las espléndidas canciones de Dionysos...Jack y la mecánica del corazón
Jack y la mecánica del corazón es una producción de Europacorp, es decir, la respuesta de Luc Besson, hombre a reivindicar en la industria de Hollywood, que produjera también en 2010 otro excelente filme de animación tridimensional, que exploraba y explotaba la tradición popular francesa en clave familiar: Un monstruo en París, de Bibo Bergeron, revisión de El fantasma de la Ópera, La Bella y la Bestia, los folletines de la Belle Époque y la bande dessinée con música y canciones de Matthieu Chedid, Sean Lennon y Patrice Renson. Besson prosigue su empeño de responder y combatir el dominio hollywoodiense, con productos comerciales técnicamente perfectos, comparables en todo a los procedentes de Pixar o Dreamworks, pero con carácter definitivamente francés, europeo y personal. En esta oleada de cine animado para niños de todas las edades, Francia encabeza de lejos el fenómeno, como demuestra otro ejemplo: Minúsculos: El valle de las hormigas perdidas, de Hélène Giraud -hija de Jean Giraud, es decir, Moebius- y Thomas Szabo, largometraje basado en el concepto creado por sus directores para una larga y exitosa serie de animación televisiva, que muestra con humor y poesía la vida secreta de los insectos, utilizando una técnica mixta de imagen real y animación 3D, para contar aquí la odisea de unas simpáticas hormigas por apoderarse de una lata de azúcar, perseguidas por un ejército de guerreras rojas y acompañadas por una mariquita perdida. Todo con humor, efectos espectaculares, sensibilidad lírica y guiños a la saga de Star Wars.
La vuelta de Kiriku
La canción del mar
En los últimos años se habla, con justicia, de un auténtico renacer de la animación francesa, gracias a títulos como Le magasin des suicides, del mismísimo Patrice Leconte; El gato del rabino, de Delesvaux y Joann Sfar; El lienzo de Laguionie, Los cuentos de la noche, del veterano Michel Ocelot -quien estrenará en mayo Kiriku y los hombres y las mujeres, una nueva entrega de su querida criatura, que ya ha cumplido quince años-, El ilusionista de Chomet, y un largo etcétera, que utilizan tanto técnicas clásicas como novedosas, estilos tradicionales o arriesgados pero, sobre todo, materiales originales europeos.Creaciones autóctonas
Un monstruo en París
Fundir y confundir
Pos eso
Esto ocurre, precisamente, en el caso de Meñique y tantos otros -véanse las aberraciones tridimensionales televisivas en que han devenido mitos de nuestra infancia europea como Calimero, Vickie el Vikingo o la Abeja Maya, y no bromeo-. La animación digital funde y confunde estilos y personalidades, y si antaño el riesgo era la frecuente disneyzación, contra la que lucharon siempre animadores europeos como los checos Trnka o Barta, el belga Servais, el francés René Laloux o los también belgas Estudios Belvisión, ahora el peligro es mucho mayor, puesto que va implícito no solo en el aspecto estilístico, sino en la técnica misma que se emplea, como un veneno invisible. Si a todo ello añadimos el estilo Spielberg a la narrativa se corre a menudo el riesgo de caer en la clonación del producto hollywoodense, con la mejor de las intenciones pero con el peor de los resultados.En los últimos años se habla de un auténtico renacer de la animación francesa
Todo lo contrario ocurre en la delirante Pos eso, del valenciano Sam, con Pablo Llórens, máximo exponente de la animación de plastilina en stop-motion de nuestro país. Se trata de una irresistible sátira del mundo del corazón y el cotilleo cañí... Mezclada con El exorcista y guiños al cine de terror, repleta de gore gamberro y bien resuelta. Una invitación humilde e independiente a superar los peligros del 3D mal entendido y, sobre todo, a evitar la peor trampa de Hollywood. Que no es apoderarse de las pantallas, sino de la mente de los realizadores, colonizando su manera de hacer y su imaginación, como pasara en la muy olvidable, aunque tremendamente exitosa (conectó con los niños), Las aventuras de Tadeo Jones.