Jim Carrey y Jeff Daniels en 2 tontos todavía más tontos

Jim Carrey retoma veinte años después uno de sus papeles emblemáticos en Dos tontos todavía más tontos y la gracia y el estilo permanece intacto.

La comedia es un género mayor para los actores, quizá ninguno permite la misma sutileza de matices y gestos en un actor. La comedia, como gran desenmascaradora de las flaquezas y la hipocresía y como forma certera de desentrañar la verdad del absurdo de la existencia, nos ofrece en sus mejores momentos maravillosas actuaciones que nos acercan, con la coartada de la risa, una mirada hacia nuestra humanidad. Jim Carrey, ese hombre que revolucionó el nobilísimo arte de hacer reír en los 90 con un talento desbordante para la mueca, sí, pero también para transmitir la sutilidad y complejidad de los sentimientos, regresa con la secuela, veinte años más tarde, de una de sus películas más emblemáticas, Dos tontos muy tontos, en la que junto a Jeff Daniels componen uno de los dúos cómicos más memorables de todos los tiempos. Su química, su infinita gracia y la humanidad que yace en cada uno de los fotogramas de la película original como de la afortunada secuela la convierten en un icono indiscutible del género de la comedia.



Han pasado veinte años, demasiados, sin duda, pero la gracia y el espíritu sigue intacto. Tras pasar dos décadas en una casa de locos (los Farrelly consiguen de manera maravillosa reírse de la enfermedad mental y ser tiernos y humanistas), el personaje de Carrey despierta como por arte de magia. Su inseparable colega, lleva el mismo tiempo visitándole todas las semanas, cambiándole los pañales y soportando estoico su silencio. Al parecer, era una broma. A partir de aquí, los dos amigos emprenden en una improbable aventura para conseguir un riñón que necesita Daniels. Una misteriosa hija secreta podría ser la solución a sus males. El humor, en el fondo, se basa en la confrontación no tanto de la estupidez (los "listos" son en realidad peores) sino de la inocencia frente a un mundo dominado por la mezquindad, el prejuicio y una competitividad insana que relega a sus miembros más débiles a la condición de parias.



Ese espíritu humanista se conjuga con unos Farrelly especialmente inspirados a la hora de construir gags. Para su criatura más emblemática echan los restos y te partes de risa con el chiste del remitente, con la escena de la visita a los padres de Daniels, las apariciones del hermano gemelo o las tronchantes secuencias en la bicicleta. El rey de la función es un Carrey crecido que tras años de sequía regresa con ganas para hacer una composición memorable de un personaje por momentos siniestro y por momentos tierno de gran altura dramática. Porque esos tontos muy tontos además de hacernos reír a carcajadas también nos recuerdan nuestra propia tontería y cómo tratamos a quienes percibimos que ocupan un peldaño menos en el escalafón social. Y por tontos que parezcan y sean, sus conversaciones plagadas de lugares comunes no están tan lejos de las que uno escucha por todas partes incluso con frecuencia. Estos freaks no son tan freaks, o por lo menos, no tan poco habituales.