David Fincher
El cineasta ha impartido este lunes una Master Class en la escuela de Artes Tai abriendo así el calendario escolar donde ha presentado Perdida, su última película que se estrena en España el próximo 10 de octubre
La expectación minutos antes de dar comienzo la charla con el director de películas como Seven o El club de la lucha se palpaba en la cola que colindaba la puerta de la escuela. Alumnos, periodistas y cineastas españoles como Borja Cobeaga o Pablo Berger estaban presentes. La película que le devuelve a la actualidad cultural es Perdida, un thriller basado en la novela Gone Girl de Gillian Flynn, quien se ha encargado del guion y de cambiar el final para la adaptación cinematográfica.
Pero antes de entrar en los detalles de su apasionante carrera cinematográfica, el director se ha remontado a su juventud, cuando empezó a estudiar en la escuela. "Aquello no era para mí, estaba lleno de gente que quería ser director o actor pero yo quería hacer algo diferente", explica. De ahí pasó a trabajar en una compañía de animación, siempre bajo la premisa de "intentar servir de ayuda". Y de esa experiencia tiene recuerdos tanto buenos como malos. "La televisión te da la opción de indagar en la psique de los personajes. El cine, en cambio, es inmediato. La gente quiere sentir que el dinero que ha pagado ha merecido la pena", analiza el director de El curioso caso de Benjamin Button.
Pero lo que más le importa a David Fincher, maestro del thriller contemporáneo, es la habilidad de contar cuál es la intención de la película. "Hay que seducir a un actor para que quiera formar parte del proyecto, explicar por qué es diferente al resto". No obstante, el cine ejerce un poder que puede inculcar nuevas ideas en el espectador. Por eso, los directores tienen que "tener cuidado con las ideas que airean y muestran al público, porque nunca se sabe qué va a hacer el espectador con los personajes", analiza.
"El cine es emocional, imperfecto, arriesgado". Perdida, la película que se estrena el próximo 10 de octubre, gira alrededor de la desaparición de una mujer a la que da vida Rosamund Pike a las puertas de su quinto aniversario. Ante el extraño comportamiento de su marido, Ben Affleck, la policía lo cree culpable. "Amy es complicada pero la entiendo, tiene problemas" ríe.
Además, otro de los puntos de mayor relevancia para el director es intentar hacer que el personaje sea creíble. Porque al fin y al cabo "las actuaciones que se recuerdan son aquellas en las que el actor se preocupa por hacerse creíble no solo ante el público sino ante todos los que están grabando la escena", enfatiza. "Nunca hay que olvidar que tienes entre manos una oportunidad de hacer algo memorable". Por ello no le gustan frases como las que, a veces, se escuchan en el teatro: "Tenías que haber venido el martes", por ejemplo. "No me gusta eso, quiero ver tu mejor versión siempre", critica.
Tiene, además, fama de perfeccionista, de detallista. De ser una de esas personas que ponen el ojo y analizan cada detalle más pequeño, para que nada desencaje en lo que es importante: la trama, la historia que se cuenta. "Dirigir una película es contar lo que a ti te gustaría ver y eliminar lo que no te gustaría. Tenemos acceso a la mente de la gente". Así es como explica su manera de trabajar y funcionar. "Tenemos un tiempo limitado para crear". Y trae al frente que en un limitado tiempo el director tiene que saber hacer llegar el mensaje a todo el equipo, hacerles saber qué rumbo están tomando. Actores, cámaras. Todos. Y todos ellos lo tienen que tener claro al mismo tiempo para que pueda funcionar. "No quiero tu mejor versión, quiero la mejor versión de la historia y tienes que ser bueno a la vez que tu compañero". Un todo completo. Al fin y al cabo, cuenta Fincher, cada cineasta intenta crear una misma emoción en un público heterogéneo y al mismo tiempo."Necesito el sentimiento".
Ya en la ronda de preguntas ha sido preguntado por su tendencia a los colores verdes y amarillos. Ha querido bromear sobre ello alegando que el color verde se disipó para mediados de los 70 y principios de los 80 dando paso un color rosado para hacer parecer a los actores más felices y saludables. "Ese color rosáceo es flatulento", comenta y estalla una carcajada en la sala. De este modo, el siempre atento director ha concluido la apertura del calendario escolar de la escuela de Artes TAI comentando que toda película es una historia de ficción, esté basada en hechos reales o no. "Todo es ficción pero hay que respetar las historias. Es más difícil llevar al cine una historia de alguien porque siempre está el miedo de que un sujeto piense que se ha banalizado, frivolizado o reducido la historia. Yo siempre quiero que todo parezca real, que el espectador sienta el dolor del personaje".