El talento no necesita moldes, los rompe
El canadiense Xavier Dolan entrega el lúcido y audaz drama familiar Mommy. Ken Loach se pliega a su acomodada fórmula del maniqueísmo histórico en la tediosa Jimmy's Hall
22 mayo, 2014 02:00Fotograma de Mommy de Xavier Dolan
Su juventud y su talento son insultantes. Tiene 25 años y cinco largometrajes, de los cuales ha presentado cuatro en Cannes. Desde la autobiográfica Yo maté a mi madre, el quebequés Xavier Dolan no ha cesado de explorar con enérgica originalidad los gozos y las sombras del corazón, el sexo y la familia. Además, le sobra audacia para contar sus historias buscando alguna clase de innovación formal que, aunque no siempre resulta convincente, inyecta un vigor especial a todos sus trabajos. Es un cineasta dotado de personalidad y atrevimiento. Y de una magnífica sensibilidad cinematográfica para la construcción de personajes. Con Momm", el festival de Cannes le ha subido de categoría. Por primera vez compite por la Palma de Oro. Merecidamente.Mommy propone una memorable épica de las emociones. Es ante todo el retrato de una madre de fuerte personalidad y su hijo adolescente y extremadamente problemático. Padece algún tipo de perturbación mental que le hace expresar sus emociones siempre en el límite. Hiperactivo y dotado de una extraña lucidez, puede ser muy cariñoso pero también muy violento, puede ser tierno pero también insoportable, incorregible, imprevisible. Su imaginación es además desbordante. Es básicamente un ser humano incontrolable, carne de chaleco de fuerzas. Por eso su madre no sabe hasta qué punto puede educarle ella sola o tiene que internarlo en un centro psiquiátrico, como de hecho lo está en el arranque de la película. Lo que sí parece claro es que a pesar de su infinita abnegación y sacrificio, del hiriente amor que dispensa a su hijo, esta mujer coraje necesita ayuda. Casualmente, esa ayuda la encontrará en una vecina.
Mommy se construye a partir de la intensa, emotiva relación que mantienen estos tres personajes siempre al limite de sí mismos. Dolan los encierra en un formato de pantalla vertical al que cuesta acostumbrar la mirada, pero que acaba contra todo pronóstico resultando eficaz, tremendamente expresivo, especialmente cuando en un par de ocasiones rompe ese dispositivo para traducir el sentimiento de liberación que se cuela momentáneamente en la historia. Este formato antinatural, que desaprovecha dos terceras partes de la pantalla, obliga a aislar constantemente a los personajes en primeros planos, a retratarlos encerrados en una caja, asfixiados por sus vidas. La música también juega un papel fundamental en el singular tono de la película, que raya siempre en el histerismo como lo hacía el cine más rabioso de John Cassavetes. Nos acordamos sobre todo de Una mujer bajo la influencia, de esa clase de aspereza, de incomodidad, de violencia verbal y física, de desgarros emocionales, pero también de dulzura y de humanismo. Dolan es un poeta que domina los contrastes, sabe cómo subir al éxtasis sin expulsarnos y cuándo descender a la ternura sin empalagarnos. Y es así, suponemos, que a lo largo de los 134 minutos del filme no podemos despegar los ojos de la pantalla. (El escandálo de gritos y música también ayuda).
Pero acaso lo más sobresaliente del filme, lo que hace que realmente entregue la emoción que pretende y podamos pasar por alto el narcisismo del director (que no en vano ha hecho su película 'más madura' hasta la fecha), es que sus personajes adquieren un insólito volumen en la pantalla (por la complejidad y cercanía con la que están trazados, por las relaciones que establecen entre ellos), consecuencia directa del extraordinario, intenso y brutal trabajo de Anne Dorval (la madre), Antoine-Olivier Pinon (el hijo) y Suzanne Clément (la vecina). Quédense con estos nombres. No nos extrañaría que el sábado les cayera algún premio. Tampoco pondríamos reparos en reconocerle a Dolan su evidente crecimiento y maduración como cineasta. Aunque la Palma puede esperar.
Jimmy's Hall, de Ken Loach
Por algún motivo difícil de comprender, Ken Loach es uno de los habituales de Cannes. Da igual lo que entregue, sea la comedia grotesca La parte de los ángeles o el drama histórico El viento que agita la cebada (Palma de Oro), el certamen francés siempre le abre sus puertas. Uno tiene la sensación de que si el británico enviara un home-video de su familia también tendría posibilidades de entrar a concurso en la Croissete. Jimmy's Hall es puro Ken Loach. Es tan previsible y errático que resulta tedioso. No hay lugar para la sorpresa. Pareciera que el autor de Kes lleva décadas haciendo la misma película, escrita una vez más por Paul Laverty. Trabaja a partir de un molde que le funciona (la película ha sido incomprensiblemente ovacionada), una coctelera donde siempre agita los mismos ingredientes sin dejar lugar para lo imprevisto, la búsqueda, el riesgo. Su cine nace momificado, algo especialmente manifiesto cuando viaja al pasado y padece las ataduras de un drama de época, como es el caso.
Fotograma de Jimmy´s Hall de Ken Loach
En un pequeño pueblo irlandés de los años 30, el héroe de la función regresa de Estados Unidos cual hombre tranquilo (aunque en la película de Loach no hay alcohólicos). Descubrimos que huyó diez años atrás por sus convicciones ideológicas de raíz comunista, por las cuales fue perseguido y estigmatizado. A su regreso, pone de nuevo en marcha el local comunitario (el hall del título) en el que hacía doctrina de la educación social: clases de literatura, de boxeo, de música, etc. Se desata entonces la ola de represión de las fuerzas fácticas, lideradas por el cura del pueblo, quien desde su púpito lanza homilías acusatorias. Loach confía una vez más en que la Historia y sus corrientes idológicas pueden contarse desde el dogmatismo que él mismo parece denunciar, como si la historia pudiera explicarse con buenos y malos, héroes y villanos. Aquí los segundos los forman el clero, los terratenientes... y el jazz, esa música del Diablo. Quizá no nos importa tanto que simplifique hasta dejar en los huesos la médula histórica, ni que nos cuente lo predecible desde la obviedad (por más razón y buenas intenciones que tenga), ni que el señor Loach (al que un día respetamos) siga haciendo cine desde la pereza (y quizá la arrogancia) del artista acomodado que cree que ya no tiene nada que explorar en su discurso. Probablemente lo que más irrita de Loach, y Jimmy's Hall no es la excepción, es el catálogo de trampas que despliega en los mecanismos del relato. Desde el sentimentalismo ramplón a la más inclemente villanización del enemigo. Siempre aderezado con toques de humor folclórico y un romanticismo lacrimógeno. Algunos todavía sostienen que el 'realismo social' de su cine es producto de sus métodos documentales, pero no existe quizá mayor artificio, ni más alejado de lo real, que la perpetuación de una fórmula. Igual así podamos explicarnos las ovaciones.
A estas alturas del festival, a falta de dos películas para completar la competición, el jurado se enfrenta a una decisión complicada. Es tan improbable que reparta justicia fílmica premiando a Godard -Adieu au langage tiene la virtud de quebrantar cuaquier posibilidad de consenso- como vergonzoso si no lo hace. Con lo que queda, Ceylan, los Dardenne y Sissako opositarían claramente a la Palma de Oro -incluso Mike Leigh-, pero se antoja también improbable que se imponga una película turca de raíz teatral de más de tres horas, que los belgas conquisten su tercera Palma o que el premio gordo viaje por primera al continente africano. Así que al igual que en el día uno, nuestra fe sigue puesta en el ruso Andrey Zvyaginstev y su Leviathan. Se presenta esta noche a la prensa. Mañana lo hará Olivier Assayas. Y la edición del festival que, por méritos propios, le pertenece a Godard y Lisandro Alonso (fuera de concurso) habrá terminado.