Esteban Lamothe protagoniza El estudiante, de Santiago Mitre.
Los mejores retratos están hechos siempre en diagonal. Hay algo en primer plano, un rostro, unos ojos, una máscara, visible, llamativa, pero también hay algo en escorzo, una sombra, una parte minúscula, casi imperceptible, que sin que nos demos cuenta, cambia lo que estamos viendo. El estudiante, de Santiago Mitre, es una película sobre la política en la que no hay, de forma explícita, políticos, aunque sí ambiciones, poder, peleas. En apariencia, la segunda película del argentino Santiago Mitre es solamente el relato de iniciación de un joven en los entresijos del engranaje universitario, en las rencillas, traiciones y puñaladas de las pequeñas parcelas de poder en un campus argentino sobrecargado de militancia. Sin embargo, esa pequeña colmena en la que todos parecen dispuestos a pisar a otros por ascender un peldaño en el escalafón, un espacio comunitario en el que, sin embargo, lo colectivo se entiende, no como una suma, sino como una acumulación, es un perfecto retrato de un país sacudido y cada vez más dividido y fraccionado. Y más allá, llevando al extremo ese gran tópico que afirma que lo local es al mismo tiempo universal, es un perverso retrato de la política, argentina o no, local o no, como un reino de cínicos en la que el sexo no es disfrute sino una parcela más de dominación, control y manipulación. Un espacio compartido, pero no colectivo, sin más ideales que la consecución de las propias ambiciones. Un retrato de cínicos hecho por alguien que, probablemente, todavía no ha perdido la esperanza, aunque sí la fe.La película, que ganó el Premio especial del jurado en la edición de 2011 del BAFICI (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires), nace de la mano de dos nombres claves para entender el cine argentino contemporáneo: Pablo Trapero y Mariano Llinás. Trapero como representante de un cine comercial con ambiciones autorales, y Llinás como impulsor de una nueva ficción expansiva, total y deconstruida basada en la palabra y en una nueva confianza en el relato capaz de articular el diálogo de las imágenes con la historia y el presente. Entre esos dos extremos se sitúa El estudiante, que busca un diálogo entre la ambición totalizadora de Llinás, célebre por la inexplicablemente inédita en España Historias extraordinarias (2008), y la vocación más popular de Trapero. El estudiante, dialogando con esos dos polos creativos, logra un camino intermedio, encuentra un sendero entre esas dos cimas, tomando de Trapero la construcción melodramática clásica, en este caso siguiendo el esquema del aprendizaje del héroe, y de Llinás su fascinación por el lenguaje, construyendo un thriller hablado en el que la palabra se convierte en un campo de batalla, escenario de las mentiras, promesas vanas y traiciones: la retórica como contenido y continente del discurso político, la articulación discursiva como contenido último de la pelea ideológica, la erótica del poder como motor definitivo del trabajo político. Filmada en un casi constante primer plano, la película juega de forma clara a la identificación del espectador con el héroe, el joven Roque que irá descubriendo los secretos y miserias de la militancia, enfrentándose a un dilema: la traición de sus ideales en pos de una carrera política o su abandono, para entregarse a una vida plácida, y quizás burguesa.
Filmada por entero en la Universidad Autónoma de Buenos Aires como escenario, las paredes, los pasillos, los despachos, las aulas, todos ellos inundados de consignas, pintadas e ideología, terminan por convertirse en un protagonista más: la palabra política, filmada, hablada, escrita, que solo toma valor cuando se niega. Cuando se dice, de forma rotunda: no.