El director Fernando Trueba junto al equipo de El artista y la modelo. Foto: Reuters
Tres años después de que Fernando Trueba se llevara un batacazo histórico en San Sebastián con El baile de la victoria, la expectación era máxima para ver si el veterano cineasta español lograba conquistar el Kursaal con su nuevo trabajo, El artista y la modelo, tras su nominación al Oscar por Chico & Rita. Trueba dirige en esta ocasión un proyecto largamente soñado sobre la relación entre un pintor anciano (magnífico Jean Rochefort) y una joven campesina (Aida Folch) que ha huido del triunfo fascista en España y ayuda a represaliados por los nazis a cruzar la frontera. En plena ocupación alemana en Francia, ambos personajes se aíslan del mundo exterior, aunque como es lógico es imposible darle la espalda a la guerra por completo, para que el artista conozca una nueva oportunidad de desarrollar su talento mientras ella se esconde (y esconde) de los fascistas.Rodada en blanco y negro con un guión en el que ha colaborado Jean Clause Carrière, El artista y la modelo es una película que hace de la sutileza y la contención su leit motiv. Rochefort da vida a un escultor hastiado de la vida y del terrible sino europeo que ha renunciado a todo. La aparición de Folch, extraordinaria y sensual, le devolverá el placer de la creación y la relación entre ambos será de descubrimiento y fascinación mutua. Chus Lampreave como sirvienta supersticiosa y Claudia Cardinale como mujer y cómplice completan el reparto de un filme precioso en cada rincón de la pantalla que sin aspavientos ni exclamaciones propone una reflexión sobre temas tan trascendentes como la idea de la belleza, opuesta al horror máximo de la II Guerra Mundial, la vejez y la muerte o la luminosidad de la vida relacionada con la sensualidad de la carne y la materia. Es una película muy bien rodada, llena de momentos memorables y un filme importante en el cine español de este año. Cabe reprocharle que en su voluntad por resultar austera y contenida le falta algo de emoción y sentimiento. Es una buena película, solo que algo fría.
Laurent Cantet ha llegado a San Sebastián a presentar Foxfire considerado a priori por muchos como el favorito para la Concha de Oro tras haber ganado, nada menos, que la Palma de Oro con su anterior título, aquella extraordinaria La clase (2009). Cantet ha generado una profunda división de opiniones con una película muy distinta a la de Trueba en todos los sentidos a la que también cabe reprochar una cierta frialdad, que tampoco anula sus muchos aciertos. Basada en una novela de Joyce Carol Oates, el filme narra la peripecia de un grupo de chicas estadounidenses en los años 50 que forman una sociedad secreta en el instituto con el fin de vengarse de los hombres y con una vaga inspiración socialista. Lo más original del filme es ver a un grupo de féminas en una tesitura en la que normalmente hemos visto a hombres, con pistolas, practicando robos y finalmente optando por la delincuencia pura y dura. Cantet dirige muy bien a sus actrices y nos enseña algo poco conocido, el impacto del socialismo en Estados Unidos, mucho mayor del que cuenta la verdad oficial de su historia. La dinámica de las relaciones entre ellas está perfectamente lograda y la realización, con planos cortos y muy atenta a la psicología de los personajes, logra su objetivo. Le falta algo de emoción a esta película que sí logra atraer la atención durante nada menos que dos horas y media en la que el universo femenino es visto bajo una luz nueva y portentosa.
Finalmente, en Zabaltegi especiales ha podido verse 7 días en La Habana, obra colectiva en la que han participado eminentes directores de todo el mundo como Julio Medem, Gaspar Noe, Benicio del Toro, Elia Suleiman, Juan Carlos Tabío y el propio Cantet que hoy ha hecho doblete. Las películas colectivas suelen tener el problema de la irregularidad y ése es precisamente el fallo de ésta. La primera historia, la de Benicio del Toro, un chico de Nueva York con visera americana, promete, tiene humor y está bien rodada pero el filme languidece durante buena parte del metraje hasta que llega Gaspar Noe para proponer un experimento estético de alto calado. Las demás historias no funcionan tan bien, especialmente la de Medem, que es la más larga, y uno sencillamente se aburre, y bastante, durante buena parte de la película. Eso sí, La Habana es magnífica, la música es estupenda y Juan Carlos Tabío y Suleiman dejan ver también algunos chispazos de genio.