Fotograma de Amor bajo el espino blanco.
Hay pocas cosas más verdaderamente difíciles para un cineasta como narrar una historia de amor. El amor, cuando funciona, tiende a lo cursi o a la pornografía, o ambas cosas a la vez, en la vida y en el cine. El reto de Zhang Yimou, el director más popular de China con Amor bajo el espino blanco, una bellísima película, ha sido contar un romance desbocado sin sexo, una de esas pasiones "puras" que se dan en la juventud y que en algunos casos alcanzan la categoría de mitos, la eterna vuelta de tuerca a Romeo y Julieta y la fuerza del amor adolescente trágicamente destruido por el peso de las circunstancias y la injusticia.Basada en una leyenda popular china adaptada a la ficción literaria por Ai Mi que se ha convertido en un bestseller mundial, la película tiene como trasfondo la temible "revolución cultural" que sometió a millones de chinos a la tortura, la prisión más ominosa en esos "campos de reeducación" cuando no la muerte. Los protagonistas son una colegiala cuyo padre ha sido represaliado en un campo de concentración por derechista y un apuesto y sonriente militar. Yimou ha dicho que no quería hacer una película política y ciertamente no lo es tanto como podría haberlo sido. La represión china no se presenta como una herida sangrante a modo de denuncia sino como una metáfora de la estupidez y la crueldad humanas, que tanto pudiera ser la dictadura de Pinochet como el régimen nazi yendo al extremo. Aquí, lo importante es contraponer la pureza infinita del amor de esta pareja con un marco político dominado por el odio; desde luego, no está tan lejos de Romeo y Julieta.
Básicamente, Yimou se propone crear una historia universal y aquí subyace ese tono épico al que el director últimamente es tan aficionado como las superproducciones Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006). Podría colegirse que el cineasta, punta de lanza del boom del cine asiático en Occidente a finales de los 80 cuando encadenó éxitos mundiales como Sorgo rojo (1987), La semilla del crisantemo (1990) o La linterna roja (1991), todas ellas grandes películas. O sea, un regreso al Yimou intimista e insuperable retratista de las convenciones e imposiciones sociales en contraste con los deseos íntimos de los protagonistas, desde siempre su gran tema.
Desde luego, el deseo del artista de convertir su nueva película en una fábula legendaria demuestra que al creador de la espectacular y mastodóntica ceremonia de los Juegos Olímpicos de Pekín le ha calado tanto la épica como en parte el nacionalismo. Al mismo tiempo que, aunque sea de forma velada y sin cargar las tintas queda clarísimo que la revolución cultural fue un crimen, Yimou también apela al sentimiento patriótico para dar forma a su espino blanco como una suerte de símbolo nacional. Por si no ha quedado claro, es francamente emocionante la delicadeza y poesía con la que Yimou rueda el amor verdadero de su pareja protagonista. Una gran película.