Los Dardenne junto a Thomas Doret. Foto: F. Guillot
Con dos Palmas de Oro a cuestas, el cine de los hermanos Dardenne es una de las cumbres indiscutibles del panorama mundial. Su última película, El niño de la bicicleta, Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, significa al mismo tiempo un regreso a sus raíces y un punto y aparte en su carreras.Los cineastas, no en vano, regresan a muchas de sus claves y obsesiones pero sorprenden con un filme más luminoso que los anteriores. "Hay dos diferencias de peso -señala a El Cultural Jean-Pierre Dardenne-. Por una parte, es la primera vez que rodamos en verano, y la luz cambia del todo. Es una película muy callejera. De otro lado, el personaje interpretado por Cécil de France es netamente positivo".
Hay un tercer elemento que marca la diferencia y es que por primera vez en su cine hay música. El niño de la bicicleta tiene, como es habitual en las películas de los belgas, a un niño como protagonista: Cyril (Thomas Doret), un chaval de trece años hiperactivo que malvive en un centro para niños desamparados y que sueña con ser rescatado por su padre (el habitual Jéremie Renier). Mientras el niño busca al padre, una peluquera con un corazón de oro (France) se ofrece a cuidarlo los fines de semana, iniciando una relación materno-filial que es un triunfo absoluto del amor.
En muchos aspectos, El niño de la bicicleta es perfectamente coherente con el universo de los Dardenne. La figura del padre desaprensivo la podemos ver en La promesa (1996) o incluso en El niño (2005), donde con varios años menos el propio Renier le daba su primera vuelta al personaje de progenitor sin escrúpulos. Por otra parte, los más jóvenes son protagonistas habi- tuales del cine de los célebres hermanos. El inquieto Cyril enlaza con el adolescente de La promesa en su bondad natural o con el de El hijo en el papel simbólico que acaba adoptando como esperanza de futuro. Además, como es frecuente, el filme plantea numerosos dilemas morales: ¿Hasta dónde llegará esa mujer para proteger a un niño que no es su hijo? ¿Será éste capaz de superar la rabia y el rencor por haber sido abandonado y apartarse del mal camino?
"Nos interesa colocar a nuestros personajes en situaciones de un dramatismo extraordinario en el que deben tomar complejas decisiones morales. Nos gusta acompañarlos y ver cómo consiguen salir adelante. En nuestro cine, la pregunta tiene que ver con la consecución de un crimen y sus consecuencias". Ahí está la protagonista de El silencio de Lorna (2008), su anterior película, traumatizada por un homicidio involuntario o el Cyril de este nuevo filme, carne de cañón para el delito.
Los Dardenne suelen fijarse en personajes de clase baja, personas sin estudios y con pocas posibilidades de prosperar para quienes la delincuencia es un drama inevitable. "Es difícil responder a la cuestión de por qué situamos nuestras películas en ambientes marginales. Podrían aducirse cuestiones políticas o sociológicas pero no estaríamos siendo sinceros porque hay motivaciones más profundas. Hay que amar a esta gente, su sonrisa, su forma de buscarse la vida. No creemos que filmemos a víctimas sino a personas en circunstancias muy duras", explica Luc Dardenne.
Seres a la deriva
Con frecuencia, en sus filmes suceden cosas terribles que dejan al espectador con el corazón encogido. Aunque El niño de la bicicleta nos haga soñar con un futuro mejor para su protagonista, también nos encontramos con uno de esos seres a la deriva tan propios de su filmografía: "Es un hecho universal que las personas que no han recibido afecto de pequeños tienden a la destrucción. No es casual que la Securitate rumana reclutara a huérfanos o desamparados para sus siniestras operaciones. Cyril necesita desesperadamente sentirse amado, que alguien se preocupa por él. Deberá aprender a amar la vida".Los buenos aficionados al cine de los Dardenne también saben que hay dos cosas que rara vez fallan. Por una parte, es constante el trasiego de billetes arrugados, ese dinero que se hace físico y que cobra así una presencia más simbólica que el líquido y electrónico de las tarjetas de crédito. Por la otra, la velocidad se convierte en una vía de escape para los desconsuelos del protagonista, como el kart de La promesa o la moto de El niño, aquí es la bicicleta del propio título la que también marca el ritmo dinámico y frenético del filme: "Concebimos ese movimiento constante de la bicicleta como una metáfora de su nerviosismo, de su inquietud. Él va de una puerta a otra, y ese trasiego no es más que su desesperación por acercarse al padre".
Sin embargo, al contrario que en otros filmes, en esta ocasión el tono realista (naturalista es el adjetivo tradicional para describir el cine de los Dardenne) se ve sustituido por un tono casi de fábula que a ratos recuerda a una versión libérrima de Oliver Twist. Las tramas normalmente enrevesadas de los Dardenne desaparecen de El niño de la bicicleta, donde la historia transcurre sobre las carriles de un argumento diáfano. ¿Por qué volver una y otra vez al asunto de la orfandad, de los hijos abandonados? "En la sociedad actual los vínculos familiares son mucho más frágiles. Algo pasa en un mundo en el que los padres no se ocupan de sus hijos", añade. El niño de la bicicleta rubrica una de las filmografías más brillantes y coherentes de la historia del cine.