La pasión de Amalric frente a la desgana de Ridley Scott
El director francés convence con Tournée mientras el británico deja frío a Cannes
13 mayo, 2010 02:00Fotograma de Robin Hood.
Carlos Reviriego (Cannes)Del excelente actor francés Mathieu Amalric, ese tipo pequeño de ojos saltones incapaz de pasar desapercibido frente a la pantalla, sabíamos ya que, cuando se coloca detrás de la cámara (Le Stade de Wimbledom, La Chose publique) no lo hace por vocación exhibicionista ni por aburrimiento, sino que le precede un discurso, una intención, una manera genuina de entender el cine y ponerlo en práctica. Sin embargo, su cuarto largometraje, Tournée, la película que realmente ha dado el pistoletazo de salida a la competición mayor de Cannes, habrá pillado desprevenido a más de uno por su excelencia creativa, su tono y su sentimiento, el gran interés que despierta durante su visionado y el placer que sigue provocado al rememorarla. De apariencia pequeña, sin grandes alharacas, Tournée coloca en el centro de su relato al promotor de una compañía americana del llamado New Burlesque (espectáculos entre eróticos y posmodernos, de encanto cabaretero y sátira social, en la mejor tradición del music-hall americano), un personaje caracterizado con enorme verdad (el propio Amalric), que conduce a su "familia" de artistas en una gira (la "tournée" el título) por pueblos costeros de Francia, mientras trata al mismo tiempo de que no se rompan los lazos con su familia biológica, especialmente sus dos hijos.
Un sueño imposible alimenta todo el filme, la parada final de la gira en un espectáculo en París, inoculando así un sentimiento de derrota en la película que cala profundamente en el espectador, y que se confronta con "la ilusión de vivir rápido", en palabras del propio protagonista del filme, pues esa ilusión es la que contagia al espectador el ritmo de la película, rodada con pulso y energía, con una puesta en escena vigorosa, sublimando la imagen a los cuerpos y las interpretaciones, a un insobornable aliento de vida, es decir, a la manera cassavetiana. De hecho, The Killing of a Chinesse Bookie es el primer film que salta del recuerdo ante las imágenes de Tournée, que no son tan crudas como las que parió el maestro neoyorquino, pero que sin duda llevan su ADN en cada fotograma. De hecho, aunque rodada en Francia, es el paisaje cinematográfico americano el que gobierna el filme, como si Amalric hubiera tratado de "encontrar" Estados Unidos en Francia. No sólo por los espacios en los que rueda (una secuencia memorable en una gasolinera, un Kentucky Fried Chicken, hoteles de segunda y locales de espectáculo), sino por la dinámica idiomática del filme (que salta continuamente del inglés al francés y viceversa), también en el excelente empleo de la música (el título que abre y cierra el filme, Have Love Will Travel, da la perfecta medida sentimental de Tournée), y, por su puesto, con la familia de intérpretes-artistas de los que se ha rodeado el actor y director galo. Esta singular familiar de "misfits" está compuesta por verdaderos intérpretes del New Burlesque norteamericano, auténticas leyendas en lo suyo, como Mimi Le Meaux, Kitten on the Keys, Dirty Martini (a quien el español Iván del Campo dedicó un mediometraje documental el año pasado) o Julie Atlas Muz. Sus números y shows, rodados con pulso documental, no suenan a relleno en el filme, sino que tienen un verdadero sentido emocional y narrativo.
Probablemente lo más seductor de Tournée es que huye de cualquier esquematismo narrativo, que el relato a veces parece que avanza a ciegas para concentrarse en la caracterización de los personajes, sin que una supuesta historia cristalice, hasta que en determinado momento comprendemos que los pequeños detalles conducen a una hermosísima historia de amor y de fracaso, a un sentimiento de honestidad creativa insobornable. Frente a la deliciosa imperfección de Tournée, el desganado y grandilocuente Robin Hood de Ridley Scott nos ha dejado fríos. Pasión frente a burocracia, por lo tanto, en el primer día de Cannes.