La boda de Rachel
Director: Jonathan Demme
30 octubre, 2008 01:00Anne Hattaway (segunda por la izqda.) en 'La boda de Rachel'
Jonathan Demme pertenece a esa rara estirpe de realizadores cuya obra ha quedado eclipsada por un solo título, en su caso una pieza de género de la solvencia de El silencio de los corderos (1991). Es curioso que pese a su demostrada versatilidad y, lo que es más importante, una ambiciosa curiosidad inquisidora que le ha llevado a bregar con todo tipo de formatos, géneros, argumentos y presupuestos, no sólo no haya marcado distancias con su obra más exitosa, sino que ha acabado por diluir muchos de los rasgos que hacían interesantes incluso películas fallidas como Philadelphia (1993), el documental The Agronomist (2003) o los remakes de La verdad sobre Charlie (2002) y El mensajero del miedo (2004). Cuesta tildar de errática una carrera tan esforzada como la de Demme, por lo que sería más generoso y apropiado entender su figura como la de alguien que ha buscado con insistencia y tenacidad su propio lugar en la historia del cine para acabar encontrándose con que él es un mero explorador, casi un historiador (con todo lo melancólico que conlleva dicho término) de sus propios pasos que se ha visto obligado a asumir su condición de "autor imposible".Pero no toda pérdida es una derrota, al fin y al cabo. Demme es un viejo roquero del celuloide, por lo que su lucha contra el estancamiento artístico ha ido pareja a un aprendizaje en directo de sus limitaciones. Eso no le ha llevado a depurar su obra, pero sí a ser más certero. Por todo ello su penúltima película -Demme ya tiene finalizado un nuevo documental, el segundo sobre Neil Young-, La boda de Rachel, con todas sus imperfecciones posee más interés que la trigonométrica cinta de terror basada en Hannibal Lecter. De hecho, el propio argumento del filme -escrito por la hija de Sidney Lumet, Jenny- tiene algo de experimento científico: se suelta a una persona inestable en un entorno tan rígido (a nivel estructural) y frágil (a nivel emocional) como resulta toda celebración matrimonial; si la trama resulta conocida es porque el referente directo (plenamente asumido por el realizador) es la película Celebración (1998), la visión cáustica y morbosa de las reuniones familiares filmada por el danés Thomas Vinterberg bajo el paraguas del Dogma. Demme se adueña de dicha estética vivaz y fluctuante para dotar de alta tensión cada minuto: todo indica que el filme está a punto de explotar en mil pedazos.
El resultado es altamente satisfactorio. No hay casi estridencias pese al agotador desasosiego, la boda queda retratada como un monumento al patetismo y a la hipocresía, y encima cuenta con un puñado de escenas brillantes como la delirante competición entre el novio y el padre de Rachel por ver quién rellena más rápido un lavavajillas. En definitiva, Demme, de la mano de la magnífica Anne Hathaway, convierte La boda de Rachel en un espectáculo tan incómodo y emotivo como resultan las propias bodas.
Trailer de La boda de Rachel