Wolfgang Becker
Toda buena comedia tiene un trasfondo muy serio
6 noviembre, 2003 01:00Wolfgang Becker. Foto: J.M. Lostau
Galardonada con el premio Angel Azul en la pasada edición del Festival de Berlín y aclamada por la crítica, la tragicómica Goodbye Lenin! llega el 7 de noviembre a las salas españolas precedida de un enorme éxito europeo. El cineasta Wolfgang Becker ha creado en su tercer largometraje una suerte de fábula melancólica sobre las consecuencias de la caída del Muro de Berlín. Desde la distanciación política, el filme narra con inteligencia y humor la odisea de un hijo por no permitir que su madre, recuperada de un coma durante el cual Alemania se ha reunificado, sea testigo de la muerte de los ideales comunistas bajo los que ha vivido. El Cultural ha hablado con el director alemán sobre el trasfondo de esta interesante y sorprendente comedia.
Descubierta el pasado febrero en la Berlinale y premiada allí con El ángel azul, es candidata el 6 de diciembre a los galardones del cine europeo (EFA) y optará a ser elegida para la nominación por Alemania entre el quinteto de filmes que podrán aspirar al Oscar en la categoría de mejor película en habla no inglesa. Su descomunal éxito internacional ha convertido este filme en un fenómeno paracinematográfico. Y todo comenzó en 1992 con cinco folios y una sola idea.
-El guión que le presentó Bernd Lichtenberg ni siquiera estaba completo.
-¡A aquello no se le podía llamar guión! Se trataba de un argumento inicial desarrollado ya en 1992 y en cinco folios a partir de una premisa muy simple. La idea principal consistía en una madre que entra en coma, cae el Muro de Berlín, Alemania se reunifica, la madre despierta y su hijo, para salvarla de una muerte que los médicos anticipan, pues ella es una comunista convencida, reconstruye en los 79 metros cuadrados de su humilde apartamento, el mundo desaparecido de la República Democrática Alemana. Ya está. (Risas)
-¿Cómo fue el trabajo de coescritura?
-La división de trabajo entre Bernd y yo es sencilla, dado que él es excelente con los diálogos, algo para lo que yo soy incapaz. Pero me considero un buen constructor de artefactos y estructuras narrativas. Lo que ambos tuvimos claro como normas de hierro es de que no se trataba de una película nostálgica, ni burlona hacia sus protagonistas o hacia el pasado que quieren reconstruir para evitar la muerte de la madre. Hemos realizado una mirada comprensiva hacia gentes que amaban su estilo de vida, creían en sus ideales y se amaban. Es una mirada a esa Alemania que ya no existe desde una pequeña habitación y unos seres humanos que realizan actos de farsa para salvar a un ser querido. Y el humor es la parte central de cada situación.
La euforia y el pesimismo
-¿Por qué ahora y no antes ha sido posible la realización de una película como ésta y su consiguiente formidable éxito también fuera de las fronteras de Alemania?
-Creo que haberla hecho incluso unos pocos años después de la desaparición de la República Democrática y la posterior reunificación hubiera sido posible... para otra pelí- cula, pero no para ésta. Recuerde que a la reunificación siguió un ambiente generalizado de extrema euforia y entusiasmo. Pero casi inmediatamente y por razones económicas y sociales, se abrió paso a un fuerte pesimismo. Y al sentimiento del hermanamiento siguió el de la desconfianza. Y se reprodujeron los clichés de los invasores del Este y los arrogantes capitalistas occidentales. La distancia sobre aquellos acontecimientos creo que es una de las claves de la película, porque toda buena comedia tiene un trasfondo muy serio.
La película se desarrolla entre el 26 de agosto de 1970 y el 3 de octubre de 1990. Al principio, el pequeño Alex Kerner ve embelesado en la televisión cómo el primer y único astronauta de la República Democrática Alemana, Sigmund Jähn, va a ser lanzado al espacio a bordo de la nave Soyuz 31. Ese mismo día, su padre Robert desaparece para siempre durante un viaje al Oeste. Veinte años más tarde, será testigo de la disolución de su país y de la huida y posterior encarcelamiento del camarada Erich Honecker. Becker utiliza esos veinte años para erigir una sátira política, una historia iniciática de amor, una película acerca de la memoria y de aquellos que, aceptando el presente, saben recrear un pasado mejor y más optimista que el que fue.
-En películas anteriores suyas como Juegos de niños y La vida en obras utilizó la familia o la ausencia de la misma como ocasión para lanzar una mirada muy idiosincrásica sobre la existencia y avatares de la nación alemana.
-Sí, es cierto. Se trata de una mirada hacia temas de gran tamaño desde la reducida visión de un insignificante ser humano. Aquí son dos hermanos, el novio de ella, un bebé, una enfermera, un amigo adicto al cine y tres viejos camaradas los que recrean una gran nación desaparecida en un apartamento de 79 metros cuadrados que parece haber quedado detenido en el tiempo. La farsa que interpretan, las comidas que falsean, las canciones que cantan, los vídeos que fabrican para la televisión... da más una idea de un país desaparecido que en el que realmente viven.
-El Muro es un personaje más.
- Sí, aunque de forma diferente a otras películas como El cielo sobre Berlín de Wim Wenders, La promesa de Margarethe von Trotta, El túnel de Roland Suso Richter e incluso Hedwig and the Angry Inch de John Cameron Mitchell, en las que el Muro era el problema e incluso se hablaba de "la enfermedad del Muro". Sin embargo, aquí es la ausencia del Muro lo que crea el drama. La búsqueda por parte de Alex de tarros vacíos de los pepinos Spreewald, de botellas de espumoso Rotkäppchen, cajetillas de cigarrillos f16 o sobres del horrible moca-café FIX, hacen del chaval un héroe, pequeño y cómico, pero héroe por una noble causa.
Un rodaje complicado
-¿Fueron difíciles las localizaciones en el antiguo Berlín Este?
-Mucho. Fue un rodaje complicado dado que tras la caída del Muro el paisaje cambió mucho y muy rápidamente. Y aunque han transcurrido sólo 13 años, las diferencias son de la noche al día. En el tiempo de la película no había antenas de satélite, cabinas telefónicas y otros coches que no fueran el ruidoso Trabant. Hubo que controlar al máximo todo y hubo días en que creí que no podríamos acabar la película. Creo que sólo recrear el viejo Berlín Este acabó con nuestro presupuesto en apenas dos semanas.
-Habiendo crecido en la entonces Alemania Occidental, ¿fue grande el esfuerzo por explorar las condiciones del día a día de los ciudadanos de Berlín Este?
-De adulto fueron muchas las veces que pude cruzar el Muro, así que visité el Este, tanto Berlín como otras ciudades, con frecuencia. Recuerdo cómo era la ciudad de entonces, los grandes solares vacíos, los olores que emanaban de las casas, la grisura de los colores, de las gentes y del paisaje urbano. Todos esos recuerdos míos personales y los de los centenares de personas con las que he hablado, son los que he querido recrear en el filme.
Wolfgang Becker bromea con ganas. En Goodbye Lenin!, el presupuesto no alcanzó los cinco millones de euros y lleva ya recaudados 40, cuando aún está pendiente de estreno en decenas de países. Estados Unidos dará la bienvenida al filme en 400 salas, distribuido por la poderosa Warner Brothers. En Alemania, la han visto cinco millones de espectadores y se ha vendido a cuarenta territorios. Un récord para un cineasta de apenas 45 años, forjado en la Universidad de Berlín Libre en Alemán e Historia y Literatura Americana. Después se matriculó en la Academia Alemana de Cine y Televisión. Allí, ya en 1987 y con su película de graduación, Schmetterlinge (Mariposas), la adaptación de un relato de Ian MacEwan, logró el Leopardo de Oro del Festival de Locarno (Suiza) y el Oscar de Hollywood a la mejor película estudiantil. Un lustro más tarde y tras dirigir un capítulo de la serie televisiva Tatort, filmó Kinderspiele (Juegos de niños, 1992) y la película que le consagró mundialmente, Das Leben ist eine Baustelle (La vida en obras, 1997), la primera estrenada en nuestras pantallas. Esta última y Goodbye Lenin! han sido producidas desde la compañía que el propio Becker fundó con Tom (Run Lola Run) Twyker, X Filme Creative Pool.
Un mundo personal
-La banda sonora de la película mezcla himnos patrióticos de la RDA como Freie deutsche Jugend, bau auf, valses de Strauss y la Obertura de Guillermo Tell de Rossini; pero, sobre todo, incluye la música del bretón Yann Tiersen. ¿Cómo fue el trabajo con el músico francés?
-él vive en Brest y no le conocía pero sí su música para películas de un cine social de talla humanista. Escuché atentamente sus trabajos para Erich Zonca (La vida soñada de los ángeles) y para André Techiné (Alice et Martin) sin olvidar Amelie, que le valió un César. Lo que más me atrajo es el mundo inconfundiblemente personal que recrea en cada partitura. El estaba en Berlín para un concierto y yo le pedí que nos viéramos. Acudí con dos películas mías, Juegos de niños y La vida en obras. Le gustaron. Pero fue en nuestras conversaciones cuando descubrimos que compartimos un universo parecido. Poseemos miradas análogas y una ternura similar, nos sentimos el eco del otro. Fue la afinidad mutua la que le decidió. Eso sí, me exigió trabajar en completo aislamiento y sin tener que ver ni una sola imagen. En completa soledad, ha compuesto 18 miniaturas que son gemas de la música.
-La película es inimaginable sin Daniel Bröhl y Katrin Sass.
-Daniel es pasión y Katrin, la naturalidad y la mirada. Son los perfectos complementos. El chaval irreflexivo Alex que va creando patraña tras patraña y que logra hacer creíble lo imposible. Y Christiane es una idealista que guarda un terrible secreto que hubiera alterado la vida de todos, pero que no pudo ser. Al final, quedan al descubierto todos los enormes sacrificios. Porque para ganar hay que perder.
-De hecho, cuando Lara, la novia de Alex, le revela a la agonizante la verdad de la patraña urdida, tanto la madre como él deciden ignorar la revelación. Y el final se eleva.
-El final falso que Alex inventa acerca de Honecker entregándose pacíficamente y la llegada masiva de gente del Oeste como refugiados parecen satisfacerla. Se siente en paz. él la hace sentirse en paz en su hora final. Mire, la vida bajo el comunismo alemán fue austera y dura, pero he encontrado gentes que me han contado que fueron felices porque sus padres se querían y querían a sus hijos, que su primer beso y amor fueron perfectos, que vivieron vidas buenas y que siguieron sus ideales. He querido retratar que también detrás de aquellas imágenes rígidas y austeras hubo una especie de inocencia. Y, de hecho, los personajes de la película recrean una República Democrática Alemana más amable, idealista e inocente de lo que fue la oficial.
‘El cine de papá ha muerto’
Las nuevas generaciones de la cinematografía teutona podrían perfectamente sentirse identificadas con el significativo "Papas Kino ist Tod" (El cine de papá ha muerto) que enarboló el Nuevo Cine Alemán a mediados de los setenta. Por entonces, los cineastas se abrían paso a una realidad confusa y saturada de culpabilidad, pero no menos confuso fue el paisaje que se dibujó para los "hijos de Fassbinder" el 9 de noviembre de 1989. La caída del Muro proponía una radical toma de conciencia, la búsqueda de nuevas identidades que pudiera tomar el relevo del ya por entonces olvidado cine de la resistencia que firmaron Wenders, Herzog, Schlondürff y compañía.Aunque los distribuidores españoles nos quieran hacer creer lo contrario, lo cierto es que la muerte de Fassbinder no significó necesariamente la defunción del cine alemán. El sonado éxito internacional de Goodbye Lenin! no ha hecho más que confirmar la creciente presencia del cine de la Alemania reunificada en los gustos del público. Tom Tykwer (que no por casualidad es socio de Wolfgang Becker) ya despejó el camino con Corre Lola corre, sentando las bases de un cine comercial que ha superado los traumas del pasado. "Fue después de la reunificación cuando empezamos a sentir la tranquilidad necesaria para poder hacer películas sobre gente corriente", explica con elocuencia el cineasta Rainer Kaufmann. Nombres como Carolina Link, Sandra Nettelbeck, Faith Akin y Andreas Dresen son los nuevos estandartes del cine alemán que, ahora sí, ya ha acabado con ‘Papas Kino’.