Bardem salva un trabajo de dudoso interés artístico
El santoral insuficiente
14 marzo, 2001 01:00Javier Bardem
Es posible que el biopic sea el subgénero cinematográfico más arriesgado de los escritos en el libro de estilo del séptimo arte. Quien se atreva a tocarlo, tiene muchos puntos para meter la pata. Muchos de los cineastas que se acercan a él tienden al didactismo académico, a la hagiografía irrelevante o al periodismo sensacionalista y escandaloso. Excepto en el Ed Wood de Tim Burton, ejemplo modélico y nada autoindulgente de lo que debe de ser una "vida de santo" traducida al celuloide, es difícil encontrar alguna flor exótica en los restos del naufragio del biopic. No es Antes que anochezca la flor que buscábamos, a pesar de que la crítica norteamericana -incluida la del "Village Voice", siempre reticente a los fenómenos consensuados- ha reaccionado, sin excepciones, con entusiasmo. Tal vez ese sea el signo inequívoco del estrepitoso fracaso de la película del pintor Julian Schnabel: haber convertido la vida de Reinaldo Arenas, escritor cubano y homosexual perseguido y castigado por la revolución castrista, en un cuento exótico que mezcla realismo mágico con política-ficción para acabar convirtiéndose en un manifiesto anticomunista de dudoso interés artístico.Filmografía similar
De momento, la filmografía de Schnabel se reduce a dos biopics que se parecen como dos gotas de agua. Ambos biografiados, el pintor ultramegamoderno Jean-Michel Basquiat y el escritor Arenas, eran artistas del hambre tocados por la luz del genio. El pequeño abismo que separa Basquiat de Antes que anochezca se llama conocimiento de causa. Schnabel, que vive a caballo entre América y España, se sabe al dedillo las triquiñuelas de las trastiendas artísticas neoyorquinas.
No ocurre así con la Cuba de Arenas, que, según la versión de Schnabel, tiene el sabor turístico, casi irónico, de una playa del Caribe retocada por Ouka Lelé. La intención es la misma que en Basquiat: revelar a los que no lo saben que el arte mueve montañas. Pero el colorismo vagamente sensual de la Cuba de los sesenta parece empañar la mirada de Schnabel, que, sin embargo, no atiende a razones cuando tiene que demostrar al público las dos caras más significativas del talento de Arenas: su literatura y su homosexualidad. Respecto a la primera, se limita a dejar que Javier Bardem, el único que insufla vida a esta película de cartón-piedra, lea en off dos poemas del escritor. Nunca sabemos de dónde venía esa intuición creativa, qué quería expresar con su máquina de escribir recortada sobre el azul cubano. Esta es una película llena de poetas en la que la poesía brilla por su ausencia. Por mucho que Schnabel quiera recrear el universo literario de Arenas en un prólogo selvático que abusa de tipismos de la peor calaña nunca nos queda claro de dónde vienen los versos del escritor: si de su piel, si de su corazón o, como parece sugerir, de su necesidad perentoria por luchar contra la política de Fidel Castro.
Respecto a lo segundo, su condición homosexual, el espectador tiene que hacer acto de fe para creer en ella. En ese sentido, la capacidad de síntesis de Schnabel es espectacular: un par de miradas, una brevísima escena de sexo en una caseta de la playa, cuatro jovencitos en bañador, un militar lascivo. El crítico Charles Taylor definía las memorias de Arenas como "un cruce entre los diarios de Joe Orton y el Homenaje a Cataluña de George Orwell". Antes que anochezca, el libro, no ahorra detalles al describir los numerosos encuentros sexuales de su autor.
Falta de franqueza sexual
El sexo era un idioma que Arenas dominaba a la perfección; un idioma que, seguramente, expresaba la exuberante emotividad de su prosa de un modo más eficaz que la minuciosa, morosa descripción de su encierro en la cárcel del Morro. Es ahí donde Schnabel demuestra su cobardía al enfrentarse con un personaje que le supera. La falta de franqueza sexual de Antes que anochezca es sintomática de lo poco implicado que Schnabel se siente con lo que cuenta.
Lo que nos queda es asistir a cómo Arenas se pasó media vida huyendo de los malvados ejecutores castristas. En un momento de la película, los soldados de la revolución irrumpen en una fiesta donde el baile y la diversión inofensiva campan a sus anchas. Para convertir esa secuencia en un pasaje lírico, en un intermedio musical, a Schnabel no se le ocurre otra cosa que utilizar la Quinta Sinfonía de Mahler, que Visconti popularizó, ojo al dato, en Muerte en Venecia, elegía gay sobre el poder de fascinación que la juventud ejercía sobre un escritor a las puertas de la muerte. Un ejemplo significativo de la sutileza con que Schnabel se amarra a la orilla ideológica de su biografía. La persecución de Arenas termina en Nueva York, y, aunque su llegada a la Gran Manzana se resuelve con una celebración de la felicidad mojada por la nieve -la poesía del capitalismo es blanca y pura-, Schnabel parece tener mucha prisa en liquidar el período americano del escritor. Allí, en una azotea con plantas y nubes, Bardem recita las palabras que cautivaron la atención de Schnabel: "Por el momento, mi nombre es Reinaldo Arenas y soy un ciudadano de ningún lugar. El Departamento de Estado me ha declarado apatriado, así que, legalmente, no existo". Allí, con las prisas de una muerte anunciada, el pintor-cineasta olvida cebarse con una sociedad, la norteamericana, que no se tomó la molestia en legalizar la situación de un artista que huía.
A Schnabel le trae sin cuidado la diplomacia ideológica, porque sabe a qué público va dirigida su tranquilizadora, burguesa y bienpensante película. A Schnabel sólo le importa hacer hablar a los cubanos en un inglés con acento español -a pesar de que, otra incoherencia, el castellano aparece en ocasiones como un regalo para los oídos-, a los americanos en un inglés con acento cubano y a los franceses en un español con acento baudelaireano. El momento crucial en que Olivier Martínez, que interpreta a Lázaro Gómez Carriles, amigo íntimo de Arenas, le lee un poema en su lecho de muerte, es sonrojante.
Los caprichosos cameos de Sean Penn y, sobre todo, Johnny Depp (en un doble papel), demuestran hasta qué punto Antes que anochezca depende de la presencia de Bardem para aguantar el tipo.
Un Bardem esencial
El protagonista de Jamón, jamón, que parece poner toda la carne en el asador en los papeles más inverosímiles, se entrega en cuerpo y alma a uno de esos personajes "bigger than life" que tanto gustan en las clases de interpretación del Actor’s Studio. Es él quien transforma una película mentirosa en una película casi verdadera: la ternura con que se acerca a Arenas, la tremenda vitalidad que respira su piel, lo alejan del cliché del artista maldito capaz de derribar muros de lágrimas y celdas de lamentos para conseguir su libertad. En The Parade Ends, Arenas descubría que la música de la máquina de escribir, "ese ritmo tenue, continuo, ese incesante tap tap", podía salvarle de los "cines cerrados", los "parques cerrados", los "cafés cerrados". Bardem descubre en su generosidad interpretativa la tabla de salvación de una película que está a punto de hundirse en lo más profundo del océano de la mediocridad.